miércoles, 26 de diciembre de 2012

La memoria


Según la historia que cuenta Borges, Funes el Memorioso podía recordar cada instante de su vida como si fuera el mismo momento. Eso supone que necesitó toda una vida para evocar, uno por uno, todos los amaneceres, todos los atardeceres, todos los besos, todas las penas que gozó o sufrió.

La memoria es esa arena que se nos escapa entre los dedos, dejando solamente el roce de lo que fue, a veces como un polvo fino, otras con pedacitos de lastre. El niño no recuerda sino los momentos más impactantes de su corta vida, mezclados con elementos que pudieron nacer del sueño o de la imaginación. ¿Cuánto es cierto de lo recordamos de ese Paraíso Perdido que es la infancia?

Los padres, y los abuelos aún más, conocen que su relación con los chicos tiene el futuro cierto del olvido.  Todos los gestos, besos, apretones y juegos desaparecerán de la memoria de los niños, tarde o temprano. La pregunta “¿te acuerdas de...?” recibe la lacónica respuesta del “no”: en los laberintos de la mente se perdieron los recuerdos  sin posibilidad alguna de retorno.

Pero cada uno de los gestos, lugares y rostros, sensaciones buenas o malas, dolores, sufrimientos y alegrías pasaron a formar parte de un bagaje más importante que el de la memoria: la personalidad que se forjó de esos recuerdos. Por ello es absolutamente inútil esperar que el ancla de lo que fue, esté todavía enterrada en la arena del fondo del mar.

El ancla sujeta al barco pero, por levarla, es que puede navegar.

Igual sucede con cada uno de nosotros: lo sucedido no está ya en la conciencia de lo que recordamos, pero armó la quilla, tejió las velas y dispuso el timón.

Por ello es que resulta dañino e intolerable suponer que las cosas pueden hacerse sin que importe su resultado, ya que al final terminarán olvidadas. Eso no sucede, sobre todo en la mente que se forma, que recibe lo sucedido como recibe el sello el rojo lacre: lo que quedó marcado, estará así para siempre.

Un poeta puede darnos respuestas que un psicólogo no podría. El mismo Borges, al referirse al Memorioso, termina diciendo: “Sospecho, sin embargo, que no era muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos.”

Tal vez para nosotros el olvido es una bendición; quizá, por ello, podemos revisar nuestra vida sin incurrir en el detalle absurdo que no nos permitiría vislumbrarla completa.

Publicado el 26 de diciembre de 2012

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Los niños y las armas


Entra Adam Lanza a la escuela y dispara contra los niños. Quien ha visto posteriormente su foto en la televisión, con su cara de mosquita muerta, no habría podido suponer que dentro de su mente retorcida se encontraba albergado un asesino. Lo que hizo es imperdonable y causa náusea.

La historia de los Estados Unidos de América ha sido la historia de un país de colonos y de conquistadores de territorios agrestes. Se ha fijado el estereotipo del hombre que va al Oeste en una carreta con su familia y los pocos enseres que posee, para instalarse en un desierto que debe labrar trabajosamente. Le rodean peligros que debe resolver solamente con el uso de las armas: el “cowboy” se enfrenta a los apaches, cheyennes o sioux, de la misma manera que al puma, al oso grizzly o al bisonte. En el imaginario colectivo de un colonizador los que enfrenta son enemigos a los que hay que destruir.

Más allá está California, con su fiebre del oro y sus gambusinos, que no piensan dos veces en defender con su Colt lo poco que pudieron lograr en los ríos, o la usan para matar a quien se atravesó en su camino de borracho.

Una sociedad es siempre dinámica y no puede mantenerse inmovilizada en el pasado, más aún cuando el concepto primitivo de la defensa propia ha cambiado. Es el Estado el llamado a salvaguardar la integridad de los ciudadanos, manteniendo para si el monopolio de la fuerza con una firme base en el cumplimiento de los derechos humanos.

Por ello es inaceptable que una sociedad multirracial y abierta mantenga la noción arcaica y brutal de la defensa propia por medio de las armas, y que tal concepto se encuentre sustentado en una norma constitucional que reconoce el derecho de los ciudadanos a portarlas. Una sociedad que autoriza libremente a los ciudadanos a poseer armas está sujeta, tristemente, a que puedan repetirse los casos de Newtown, Denver o Columbine.

El frío dato económico manifiesta que el fabricante de armas Smith &Wesson ha visto caer el precio de sus acciones en un cinco por ciento después de la última matanza. Ante lo sucedido, la sola lectura de esta noticia también causa repugnancia.

Un niño muerto es una tragedia en cualquier lugar del mundo y sea cual fuere la causa. Más aún si fue un arma disparada por el hombre la que segó su vida: revolver, misil o bomba incendiaria. Calificar lo sucedido en la última semana comparándolo con otras muertes igualmente tristes y repudiables, y hacerlo solo por razones políticas, reduce la condición de quien argumenta a niveles miserables.

Publicado el 19 de diciembre de 2012

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Nuestras pequeñas Miss Sunshine


Una niña chiquita camina por una pasarela: lleva un vestido rosado de vuelos, pestañas postizas, maquillaje y los labios pintados. Está en la mitad de un concurso de belleza y su madre espera que su chiquita, graciosa como es, lo gane. Detrás está el premio económico, la posibilidad de entrar al mundo del modelaje, salir en las fotos del yogur y de los pañales: en pocas palabras, la fama.

Otros niños lloran desesperados porque en un concurso musical no han sido calificados como verdaderos artistas y deben retirarse de los escenarios, con sus luces, sus cámaras, su acción.

El primero de los casos parece que aún no se produce en nuestro país; no se ha visto esa explotación infantil que significa el “concurso de belleza” para niñas que apenas empiezan a caminar, y que ya van vestidas como vedettes de segunda clase. Un poco más y se parecerán a una reducción de Jayne Mansfield o Diana Dors, esas despampanantes y chabacanas rubias de los años 50, típicas de las películas gringas de clase B.

El segundo caso ya lo hemos visto. Así como hay niños que tienen  voces angelicales, mucha gracia para contar chistes y contestar a las más extrañas preguntas de los presentadores de la televisión; otros, con iguales méritos, se dan cuenta en pleno escenario que no tiene más que seis años y, por supuesto, no pueden mantener una actitud que no les pertenece. El resultado es inmediato: deben volver a su casa, destrozando el sueño de unos progenitores que, sin fijarse en el grave daño que pueden causar, se sintieron ya los papás de Sandro, los hermanos Miño Naranjo o Sharon.

El arte debe ser inculcado desde los primeros años para lograr que el alma y la mente de los pequeños trascienda de la vida anodina, de deberes interminables y desquiciantes que deben prepararse todos los días, de las mochilas en que van todos los libros y cuadernos, afectando sus pequeños cuerpos. El arte es volar más allá de las limitaciones, es encontrar cosas que pueden hacerte reír o llorar sin querer. El arte permite que el interior se abra, tanto para dar como para recibir.

Sin embargo, la manipulación del arte, sobre todo del canto, con un fin último que no es la entrega de lo mejor de cada espíritu sino la búsqueda de la fama y el dinero por parte de los padres –no de los niños- puede llegar a prostituir lamentablemente una vocación, que debe ser purísima y no contaminada. Ya habrá tiempo posteriormente para cobrar por cantar, bailar o hacer lo que hoy se llama un stand-up o monólogo. Un niño debe cantar, bailar y reír por el gusto de hacerlo, y no para ser pasto  de un jurado que, por último, hará su trabajo descalificándolo, lo que quiere decir “hay otro mejor que tú”.  ¡Inaceptable!

Publicado el 12 de diciembre de 2012

miércoles, 5 de diciembre de 2012

¿Qué contiene tu iPod?


Los reproductores de música de bolsillo permiten que la gente lleve consigo bibliotecas musicales completas, que incluyen miles de canciones y cientos de horas de música –tiempo que, en realidad no existe- transportadas a cualquier lugar, conectadas a parlantes en las fiestas de los parientes y los amigos, o simplemente escuchadas a través de los personalísimos audífonos, verdadera cápsula que separa al individuo de su entorno.

Dentro de estos aparatos podría estar música de vals, vienés o peruano, el rock más duro que se haya producido, canciones tan azucaradas que habría que lavarse las manos después de prender el sonido, declaraciones de amor o rap contestatario.
Podrían estar Beethoven, Bach, los Beatles, Frank Zappa, los Tigres del Norte, Flor de Huaraz, Mercedes Sosa, los Panchos, Lady Gaga, El Último de la Fila,  los hermanos Miño Naranjo y el dúo Strobel Maldonado.

El test personal que puede hacerse al dueño del aparatito definirá mucho de su personalidad, calidad, condición, posición política y aficiones, mejor que lo que podría mostrarse públicamente.   Hoy que mucha gente tiene esos aparatos podemos preguntarnos qué música incluirá el reproductor musical del presidente Correa,  o el de Assange, Obama, Benedicto XVI, Vargas Llosa, García Márquez,  o el de nuestra vecina-, esa chica angelical que vive al lado, que parece que oye solamente “perreo”.

¿Cuál de ellos tendrá música de Mercedes Sosa, de Chaucha Kings, de los Beatles, música de salsa, o “¡Hasta siempre, Comandante!”.  ¿Quién tendrá una imagen pública diferente de aquella que lleva en el bolsillo, y escuchará secretamente a Arjona, esperando que nadie se entere?

¿Todo revolucionario llevará a “Calle 13”? ¿Todo cura, a Sor Sonrisa?¿Todo melancólico oirá solamente pasillos y todo romántico escuchará a Montaner?

Las sorpresas que podríamos sufrir si Álvaro deja su iPod olvidado y encontramos no solamente canciones de Enrique y Ana, sino la colección completa de los Rolling Stones; si Benedicto, más allá de Mozart escucha también a María Dolores Pradera; si Osama ben Laden –que también tenía uno- escuchaba a Il Divo y a los New Kidsonthe Block.

También podríamos conocer qué sucede en el alma de quien jamás oye música, sea porque no le gusta, porque es “cuchi oreja” o porque no quiere sentirse más triste de lo que ya está. Si tiene un reproductor, revíselo y conózcase algo más.

Publicado el 5 de diciembre de 2012

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Accidentes previsibles


Una madre va a contestar el teléfono mientras baña a su hijo pequeño en una tina. Cuando vuelve a los tres minutos, ha sucedido lo peor. La vida es muy frágil y, por ello, hay que cuidarla y cuidar la de los demás, sobre todo si éstos son niños o adultos mayores.

Las grandes organizaciones mundiales de salud, entre ellas la OMS, han puesto una especial atención en los accidentes que suceden en el hogar. La conclusión es que pueden evitarse en un gran porcentaje, casi en su totalidad, si se pone un poco de atención a los posibles riesgos.

Los países llevan una relación de los accidentes sucedidos en público: de tránsito, incendios, terremotos, inundaciones. Es muy difícil, por otra parte, conocer cuantos se producen en el interior del hogar y por ello, no hay tampoco una campaña pública de concientización. Sin embargo los estudios indican que, a nivel mundial,  el 33 por ciento de los accidentes fatales ocurren en la casa. En la Argentina los accidentes domésticos son la segunda causa de las muertes infantiles. En el Reino Unido hay 4.000 muertos al año por esta razón.

Los riesgos mayores son las quemaduras, sobre todo en la cocina y con agua hirviendo, los atragantamientos, la electrocución por conexiones eléctricas desprotegidas, los golpes con objetos elevados,  las intoxicaciones y las caídas de las escaleras y las ventanas.
Los riesgos se incrementan enormemente cuando los niños quedan al cuidado de sus hermanitos menores, tanto si tienen menos de 12 años como los adolescentes, o si los cuidadores son ancianos que, muchas veces, no pueden ya valerse ni siquiera por si mismos.

Nuestro país ha iniciado campañas loables para frenar accidentes en las carreteras. También lo ha hecho para tratar de controlar la venta de drogas en los colegios, y el consumo de alcohol entre niños y adolescentes. Falta, sin embargo, una campaña que ayude a evitar las muertes en los hogares por falta de cuidado, abandono de los menores o por la existencia de riesgos que se pueden controlar.

Nadie recibe una lección previa para ser padre o madre; ni siquiera se aprende de los errores ajenos, pero una demostración del número de muertes, incapacidades físicas, daños en los rostros y en el cuerpo de los niños pequeños, roturas de brazos o piernas que pueden evitarse, tal vez podría llevar a una conciencia pública que los evite.

Los accidentes en el hogar no solamente provocan una víctima: la familia completa queda afectada y muchas veces destrozada.  Iniciemos una campaña para proteger a los más débiles dentro de nuestras propias casas.

Publicado el 28 de noviembre de 2012

miércoles, 21 de noviembre de 2012

¿Será cierto?


Muchachos que llaman por las redes sociales a fiestas en que, por un dólar “tienes derecho a hacerte funda”. Fotografías y noticias en la prensa sobre un chico de ocho años, que lleva en su mochila  escolar un paquete –grueso- de mariguana.

Colegios que encuentran dificultades para controlar el uso de la violencia entre compañeros, víctimas de actos repudiables que son siempre los más pequeños, los menores, los más pobres, los que no saben o pueden defenderse.

Chicas menores de edad, casi niñas, que van a fiestas a las que entran los que quieren, y que se ven forzadas en “media hora de apagada de la luz”, a que suceda cualquier cosa.

Imaginar que es cierto todo lo que nos cuentan produce un natural rechazo y hasta náusea.

¿Es verdad todo lo que está pasando? ¿Son solamente leyendas urbanas, manejadas por quienes no tienen mayor ocupación que acabar con la honra ajena, incluyendo la de nuestra ciudad?

Las noticias que espantan a diario merecen una reflexión, que debe ir más allá de la superficie para descubrir sus causas más profundas.

Ya “Selecciones”, esa enciclopedia de lo banal, publicó hace muchos años un artículo titulado “Hasta los mejores padres pueden tener hijos difíciles”. Definía los riesgos de una sociedad abierta, generalizada en todo Occidente, lo que nos  incluye pues somos parte de esta zona del planeta, sin que la publicación proponga soluciones reales.

Los padres se encuentran hoy  afectados ante una grave discrepancia: muchos de los que tienen hijos adolescentes, esto es entre 13 y 17 años, recibieron una educación abierta, de respeto a las ideas contrarias y, tal vez por ello, de concesiones ante propuestas que, si bien no aceptan para si mismos, las consideran válidas para otros. Ese respeto se ha trasladado también hacia los hijos que ya no están sujetos a la disciplina de la casa, con la estrictez que sufrieron las generaciones anteriores.

Los padres no quieren pasar por personas intransigentes o retrogradas, y eso incluye la actitud ante los hijos. Por otro lado, el ejemplo, que no viene solamente de la familia, lleva a que todo lo que aparece en nuestro planeta se suponga aceptable. Hasta los términos definen la vía: en sus conceptos, éste es “progresista”, aquél, “reaccionario”.

Nuestros jóvenes requieren una posición que, aunque pueda ser duro decirlo, deba salvarles a veces de ellos mismos. ¿Cuál es el camino?

Publicado el 21 de noviembre de 2012

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Lecturas de barrio


En el barrio, sea cual haya sido, había un lugar especial: un sitio poco limpio, pues sus paredes olían a humo y quien sabe a que otras cosas. A veces estaba inclusive dentro de una zapatería, como aquél de la calle Tarqui, entre Bolívar y Gran Colombia. Era el lugar en donde se alquilaban revistas.

A la salida de la escuela era imperativo pasar por el lugar y convencer al dueño que las alquilara para leerlas en la casa. Si esto no era posible, había que acomodarse en unos incómodos bancos de madera, arrimados a la pared que dejaba huellas blancas en la espalda, y elevarse hacia mundos mágicos.

La mezcla de personajes era increíble: Mari Juana -extraño nombre- la niña amiga de un ratón que se llamaba Sifo; el Pato Donald, sus sobrinos y el Tío Rico; Tuco y Tico, las urracas parlanchinas; el ratón Mickey, cuando se llamaba así y no Mickey Mouse; otro roedor invencible: el Super Ratón; Periquita; la Pequeña Lulú, en su pelea permanente –actualmente “de género”- para entrar en el Club de Toby que, como todos sabíamos, era un gordo insoportable, tonto y machista.

Después estaban los superhéroes, hoy reciclados en películas que pasan sin dejar huella como los de las revistas: Linterna Verde; Supermán; Batman y su pupilo Robin; el malvado Lex Luthor; y un personaje de una de las revistas del Hombre de Acero, con un nombre impronunciable, algo así como Mxsxpltxz, pero más largo, sin una sola vocal que pudiera ayudar a nombrarlo.

El zapatero convertido en librero recibía a una caterva de niños –nunca vi una chica en un lugar así- cobrándoles cantidades que suponían la mitad del fiambre diario. En ciertos casos el reclamo era necesario: ¿dónde estaba la página final de la historia? Las revistas se mantenían pegadas gracias al engrudo que utilizaba tanto para su trabajo cotidiano como para pegar las páginas desarmadas por el trajín de la lectura.
Los más viejos del barrio como aquél vecino del frente, perdedor de año recalcitrante, tenía en su “biblioteca” otra clase de revistas, duras, con imágenes que no eran las azucaradas de Disney: Chanoc, Rolando el Rabioso o Memín Pingüín. La peor de todas era Hermelinda Linda, una bruja horrenda con un ojo velado que aparece todavía en alguna pesadilla.

Amigos más intelectuales pedían otra clase de obras, algunas de vaqueros e inclusive don Marcial Lafuente, el mismo del “Romance de Curro el Palmo” de Serrat, que lo leía “por no ir tras su paso como un penitente”.

Muchos no habrán vuelto a abrir un libro desde esa época; otros recordarán que esas lecturas llevaron a devorarlos. Pero el origen está allí, en el barrio.

Publicado el 14 de noviembre de 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Réquiem por Leonardo Favio


La primera vez que le escuchamos, allá por los años sesenta, nos llamó fuertemente la atención  la profundidad de su voz. Y no sólo eso: también lo que decían sus canciones, en un momento en que tampoco se hablaba de “esas” cosas. Pues decir “quiero aprender de memoria/con mi boca tu cuerpo/muchacha de abril...” era realmente revolucionario.

Los sentimientos que vivían en la profundidad de nuestra alma venían dichos de manera directa, de viva voz, rotundamente, rompiendo la timidez de los 16 años...en voz de otro que nos representaba.

No era un “cantante”, era un “cantor” que transformaba, con su extraña forma de decir, cada palabra, cada sensación, cada sentimiento, en algo auténtico y sentido.

En cada grupo, en cada “jorga”, siempre hubo alguien que tenía el último disco, que repetía la última estrofa. Eran afortunados los amigos que contaban con algún compañero que no solamente conocía las canciones, sino que sabía cómo cantarlas para que sonaran como auténticas, para que llevaran a la unión de los demás en el círculo de la fogata, para repetir cada una de esas palabras, dulces, dolorosas y mágicas, como en una catarsis.

A veces, el amigo que había traído la canción al grupo, era el primero en irse para no volver nunca más, dejando aún más claro que “para saber lo que es la soledad/tendrás que ver que a tu lado no está/que nunca más con él podrás charlar/sobre lo que es el bien/sobre lo que es el mal.”

Bailar una de sus canciones con la enamorada, con la novia, tenía un sabor de complicidad porque la música, suave a veces, de vals a veces, traía impresa una letra imposible, como pensar en “su cintura como la playa ideal”, más allá de los horizontes que nunca te dio.

El cantor era más viejo que todos nosotros, no solamente porque tenía más años sino porque tenía más experiencias, que transmitía, caudalosas, definiendo situaciones cotidianas con ese toque del ángel y una voz rasgada. Todavía hoy, una lágrima secreta es capaz de brotar al escuchar “la foto de carnet”: Y cuando llegue al fin 
el muchachito aquel 
que te ha de enamorar/ 
y se enojará al ver 
que conservas de mi 
la foto de carnet/ 
bésale y dile que 
fui solo una ilusión/
tan solo una ilusión 
y nada más./

Hoy hemos amanecido tristes: Favio no está más con nosotros. ¿Seremos todos tan sólo una ilusión?

Publicado el  7 de noviembre de 2012

miércoles, 31 de octubre de 2012

Profesionales y "mandarinas"


¿Sabe usted que son más mujeres que hombres las que siguen la carrera de derecho?

El estudio de las cifras relacionadas con los estudiantes secundarios y universitarios muestra un importante avance de las mujeres, pero su porcentaje no llega a igualar al de los hombres. Una excepción importante demuestra que el número de maestras de niveles primario y secundario en el país es, de largo, superior al de los hombres.

Si revisamos la información universitaria que premia a los mejores egresados de todas las carreras, volveremos a encontrarnos que un gran número de condecorados son mujeres.

Esta realidad debe contrastarse con otra, que lleva a preguntar si la estudiante que ha concluido su educación formal universitaria tendrá la misma posibilidad de trabajo y éxito que un varón. En pocas palabras, si el ciudadano común confiará en un profesional, sea éste hombre u mujer, por su capacidad y preparación, o se presentará el sesgo del sexo para elegir quien construirá una casa, defenderá un juicio o reparará un motor.

¿Por qué encontramos, entonces,  que en los puestos más importantes de los sectores público y privado hay más hombres que mujeres?
La mujer, en el momento de despegue profesional toma también una de las decisiones más trascendentales de la vida: tener un hijo y muchas de ellas se ven obligadas a postergar sus posibilidades de trabajo por esta circunstancia.

El machismo imperante en la sociedad todavía considera que la mujer triunfadora,  supone implícitamente un elemento de desajuste en el matrimonio, donde el hombre es el proveedor y la mujer la administradora del hogar. El común epíteto de “mandarina” puede llegar a ser una broma, pero una broma pesada para muchos.

 No hay muchos varones que admitan que su mujer tenga más éxito profesional, lo que se resuelve de una manera simple y primitiva: mediante la violencia intrafamiliar.

La formación de una cultura de respeto, de mediación y no de fuerza, podrá ayudar a que desaparezcan las diferencias en forma más decisiva que los puntos extras que puedan ganar las mujeres en un concurso que, muchas veces por su capacidad, ni siquiera necesitan.

Publicado el 31 de octubre de 2012

miércoles, 24 de octubre de 2012

La imagen


Una vez que se han producido los debates entre el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, y el candidato republicano Mitt Romney, que busca ganarle en las próximas elecciones, hemos vuelto a encontrar interpretaciones nacidas de expertos –o supuestos expertos- que nos dicen por qué la gente escogerá a uno y no a otro.

Pensaríamos que los pobladores no cubiertos por los sistemas de salud consideran que el programa Medicare de Obama les es favorable; podríamos entender que hay mucha gente que considera que el republicano tiene más posibilidades de triunfar porque ha explicado convincentemente cómo creará más empleos.
¡Pues no!

En las grandes cadenas encontramos reflexiones de sesudos comentaristas que evidencian la realidad de la campaña en los medios: si la corbata de Obama fue más elegante que la de Romney;  que si el presidente apareció cabizbajo porque sus asesores le habían insinuado –o constaba en el libreto- que debía demostrar humildad, una virtud que no todos los poderosos tienen.

Más aún, en el debate entre Biden y Ryan, candidatos a vicepresidente, la gente se fijó en que el primero parecía muy viejo y el segundo, con una voz más bien tiple, demostró el ímpetu de la juventud. ¿Que qué dijeron? Parece que importa poco. La prueba está en que Ryan presentó una serie de argumentos para manifestar que Irán hoy podría fabricar cinco bombas atómicas por la falta de brío del actual Gobierno. Biden se rió en la cara de Ryan, como una señal que éste decía simples patrañas, refutándolo de inmediato.

El televidente no consideró el argumento: simplemente no le gustó que Biden se ría de Ryan. No importó mucho si tuvo razón de reírse de su contrincante porque hablaba... (ponga usted la palabra)

Los debates, en el fondo, se han convertido en un juego de imágenes y no de contenidos. En los tiempos de la televisión, un candidato que no llene ciertos requisitos mínimos jamás llegará a ser elegido, ni aquí ni en parte alguna del mundo. Umberto Eco, buscando los signos, escribió ya la “Historia de la Belleza”, como una obra incompleta que cuadró con la “Historia de la Fealdad”. Esto, completado conque “el medio es el mensaje”, nos hace entender que el candidato que refleje lo que la gente espera ver es el que llegará lejos, aunque en el fondo nadie haya entendido lo que dijo.

Publicado el 24 de octubre de 2012

miércoles, 17 de octubre de 2012

El chuqui


En cada escuela y colegio había un “chuqui”: el más pequeño, el más gordo, el campesino, el niñito de mamá, el feo, el orejón. Los demás compañeros –talvez no todos- se ensañaban con él, golpéandolo, poniéndole apodos o simplemente ignorándolo.

Algunos profesores fomentaban esta práctica: recuerdo al que tenía a cargo la materia de Educación Física, que gozaba calzando los guantes  de boxeo al gordito de la clase para ponerle frente al más peleador.  Las “bautizadas” eran también parte de esta experiencia terrible, que producía miedo, angustia, terror... y ganas de escapar para no volver nunca al lugar de la tortura.

La sociedad reproduce estas desviaciones y define quien será el “chuqui” en cualquiera de los ambientes de la vida comunitaria. Los efectos son sicológicamente devastadores y producen una desviación que puede llevar al suicidio o, a su vez, que el abusado sea un abusador en potencia.

La mente humana lleva a que se reproduzcan, en los otros, las acciones más repudiables que ha sufrido el individuo. Es incomprensible, pero sucede, que el niño que ha sufrido golpes de sus padres se convierta luego en un padre violento, y el que vio que su padre bebía y golpeaba a su madre, se transforme después en un marido golpeador.

Nuevos programas buscan terminar con esta lacra social. Como sucede con tantas otras cosas, el nombre extranjero del abuso –el “bullying”- ha llevado nuevamente a la reflexión de los maestros, las instituciones educativas y los mismos padres de familia sobre la clase de jóvenes que se forman en una sociedad violenta.

El “bully” o bravucón, es como el toro que aprovecha de su tamaño corporal o de su fiereza para atacar a los más pequeños o débiles.
Sin embargo, no solamente el abusado tiene posteriormente problemas enormes: también los tiene el abusador, que crecerá lleno de disfuncionalidades que le impedirán relacionarse positivamente con los demás en el futuro.

Los programas que llevan adelante las instituciones educativas más conscientes merecen, por ello, todo el apoyo. Un cambio de estructuras enraizadas en lo profundo, como el de esta práctica repudiable, es efectivamente revolucionario. Podemos apoyarlo con nuestro propio ejemplo que llevará, sin duda, a que nuestra sociedad sea mejor.

Publicado el 17 de octubre de 2012

miércoles, 10 de octubre de 2012

La muñequera de Ben-Hur


En los recovecos de la infancia, antes de que la televisión pasara películas a todas las horas, los filmes eran parte importante de la formación del carácter de los niños y los jóvenes.

Ir al “teatro”, pues no se llamaba “cine”, era cosa que llenaba de emoción. Después, el chico quería parecerse al héroe de la película y, más aún, si éste era Ben-Hur. La imagen de la carrera de las cuadrigas en el circo romano, los caballos casi desbocados, el punzón de las ruedas del malvado Messala tratando de destruir a sus rivales, y el triunfo del “jovencito de la película” eran algo nunca visto y que se mantenía persistentemente en la mente juvenil.

De allí había un paso a la necesidad imperiosa de conseguir, como fuera, una muñequera de ésas que llevaba Charlton Heston en la película, y que le daban fortaleza y presencia, en suma, le convertían en el héroe.

¿En donde vendían muñequeras romanas? Indudablemente el bazar del barrio era el lugar donde podía comprarse de todo. Bastaban los fiambres ahorrados en días de abstinencia escolar: nada de “bolos” ni de espumilla de guayaba con grajeas, tampoco un raspado de hielo pintado de rojo o de verde. Todo el dinero, cuatro reales, un cinqueño, estaban destinados a la compra de la preciada muñequera.

El bazar tenía de todo: figuritas de cerámica para poner en el mueble de la subida de las gradas, láminas para los trabajos de la escuela, un afiche del Corazón de Jesús, unas pelotas de supuesta voligoma, que saltaban a gran altura, juegos de tres en raya, paquetes de naipes. Entre todas estas cosas, también algo que podía pasar por una muñequera de plástico blanco, con una gran piedra en medio y un cierre para ajustarla. Allí estaba y había que comprarla urgentemente. ¡De qué otra forma podía sostenerse las riendas de los caballos encabritados que tiraban de las cuadrigas por el patio de la escuela!

Un niño no tiene todos los elementos para saber de muñequeras romanas. La comprada con tanto esfuerzo no se cerraba bien y giraba en el brazo sin que ajustara, de forma alguna, los desconocidos músculos flexores y extensores de la mano.

El asunto terminó cuando un amigote mayor de edad, con una gran risotada desnudó la realidad de la muñequera al preguntar, burlón, a qué niña pertenecía. El sueño de Ben-Hur cayó al vacío: el siguiente paso fue destruir de inmediato la malhadada compra.
Ben-Hur hoy no es ni la sombra de lo que fue, pero el recuerdo de su muñequera aún perdura.

Publicado el 10 de octubre de 2012

miércoles, 3 de octubre de 2012

Extraño destino


El tiempo del “boom” en la literatura ha pasado. Nadie escribe hoy sobre mariposas amarillas o cuando su padre le llevó a conocer el hielo. Sin embargo nuestras ciudades están llenas de historias que parecen brotar de las mentes calenturientas de los escritores más fantasiosos del Sur.
Hay en Cuenca una farmacia conocida públicamente como “la botica del doctor Sojos”. Se encuentra en la calle Bolívar, en una casa patrimonial exquisita que podríamos volver a ver si levantáramos la vista de la acera por la que transitamos.

Esta botica tiene puertas de madera y, en ella, se prepara la famosa “soda”, buena para tantas cosas incluyendo los golpes y torceduras que se producían en los partidos de fútbol interjorgas, cuando el Colegio Agronómico Salesiano aún tenía su cancha deportiva.

Hace muchos años llegó un circo a Cuenca y, en tiempos en que la liberalidad permitía mantener animales salvajes de manera más bien displicente y hasta cruel, este circo sacó a sus fieras a transitar por las calles para llamar la atención y lograr que la ciudadanía asistiera a sus funciones.

En una jaula con fuertes barrotes apareció, por la calle Bolívar, un viejo león con pocos dientes pero aún imponente.

Más atrás venían unos payasos, vestidos de colorines, tratando de mantener en el aire las pelotas que pasaban de una mano a otra. Los adoquines no eran la mejor superficie para conservar el equilibrio.

Cerrando la caravana apareció un elefante, indio y no africano, pues se sabe que éstos tienen las orejas más grandes y abiertas. El paquidermo caminaba lentamente sobre el duro suelo de piedra de nuestra ciudad, causando admiración por su tamaño, parsimonia y elegancia.

De repente –cosa que no falta ni aquí ni en sitio alguno- un perillán que estaba en una de las bancas del Parque Calderón, tuvo la infortunada idea de probar, con un tabaco encendido, el grosor de la piel del elefante.  Éste echó a correr y, ante el estupor de la gente, trató de entrar por las puertas de la botica del doctor Sojos. Lamentablemente, arrimada a ella estaba una mujer campesina que veía impresionada el paso del león y los payasos.

Sucedió lo peor que podía pasar y, como en una novela de García Márquez, el día siguiente los periódicos de todo el mundo publicaron la más inverosímil de las noticias: “Mujer muere aplastada por un elefante en la ciudad andina de Cuenca, Ecuador”.

¿Puede haber un destino más extraño que éste?

Publicado el 3 de octubre de 2012

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Serrat y los poetas (III)

Serrat musicalizó muchos poemas, propios y ajenos. En 1972, tres años después de cantar a Machado, lo hizo con Miguel Hernández en un  disco oscuro y difícil.

La música no tenía ya la alegría que se encontraba en las canciones musicalizadas de Machado, pese a que tales letras contenían recuerdos de infancia, hablaba de la muerte y añoraban tiempos mejores. Inclusive al referirse al poeta, enterrado en otra patria, la musicalización tenía luminosidad.

No sucedió lo mismo en el disco de Miguel Hernández, pues música y letra se hundieron ominosamente en el lago de tristeza que fue la vida de un hombre olvidado mucho tiempo.

Hernández nació en Orihuela, “su pueblo y el mío”, como dice en la “Elegía” a Ramón Sijé, en una familia campesina de pastores de cabras. Estudió tarde, pero se involucró con los clásicos españoles, que despertaron su genio.

Tuvo un solo premio literario en su vida, que lamentablemente para él no fue en el dinero que tanto requería, sino en una placa de reconocimiento que no cubrió el gasto de la leche que tuvo que vender para viajar a recogerla.

Se alistó en el bando republicano y luchó en la Guerra Civil española. Aparece todavía por allí una foto suya, declamando ante un regimiento, en una imagen surrealista, en medio del fango y del dolor. Terminada la guerra fue tomado preso y murió en la cárcel a los 31 años.

El disco de Serrat contiene poemas amargos e impactantes, como la “Elegía”, tal vez el único poema del castellano, con las “Coplas por la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, que puede traducir, en palabras, los sentimientos de la hora suprema de la despedida. Cualquiera de sus versos refleja el peso de lo inevitable, y la sensación amarga del nunca jamás: “Un manotazo duro, un golpe helado/un hachazo invisible y homicida/un empujón brutal te ha derribado/

Sacude igualmente el poema de “El niño yuntero”, tan parecido a los nuestros en la época del arado y los bueyes: “Contar sus años no sabe/y ya sabe que el sudor/es una corona grave/de sal para el labrador/

Con todo esto, la obra de Serrat fue minusvalorada en un momento histórico en que, en España o en nuestra América hispánica, las verdades dolían porque estaban todavía a flor de piel: “Pintada, no vacía:/pintada está mi casa/del color de las grandes/pasiones y desgracias”.

Publicado el 26 de septiembre de 2012

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Serrat y los poetas (II)


Si hubo un disco que impactó fuertemente éste fue “Mediterráneo”. En él, inclusive desde su carátula, aparecía un joven Serrat tocado por el genio. Cuántos jóvenes añorábamos ser como él, cantar como él y esperar que las chicas se enamoraran, como lo hacían al escuchar “Lucía”, o “la mujer que yo quiero”, pero de nosotros y no de él.

Todavía hoy, “Pueblo Blanco” es canción para cantarla entre amigo cercanos, con un buen trago en la mano.

Pero antes, aunque llegó después a nuestro conocimiento, Serrat había musicalizado a Antonio Machado. Fue en 1969 cuando el disco vio la luz y marcó el conocimiento de un poeta desconocido entre los jóvenes rockeros y poperos de la época. La frase de “Cantares” se volvió común: “Caminante, no hay camino/ Se hace camino al andar...”: una letra que mezcla a Machado con el propio Joan Manuel, que se atrevió sin desentonar, a incluir tres estrofas suyas entre los versos del poeta, para recordarlo pobre, olvidado y yacente en país extraño, cubierto con el polvo de una tierra que no es la suya.

El disco se llamó sencillamente “Dedicado a Antonio Machado, poeta” y traía una carátula muy extraña para un cantante que vendía hasta por su propia imagen: un color rojo en medio del cual aparecía un pequeño retrato del bardo, en edad mediana, sobre unas llamas que arrasaban, subiendo hacia el retrato.

Las letras de las canciones no tenían nada que ver con las estrofitas pegajosas de las canciones de amor de la época: mostraban el alma desnuda de quien manifestaba sin ambages “soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”, y llevaba a volver a la infancia y recordar las “moscas del primer hastío en el salón familiar... perseguidas, perseguidas/por amor de lo que vuela.”

Muchos podíamos encontrar a algún pariente reflejado en don Guido, dedicado a “repintar sus blasones/hablar de las tradiciones de su casa” y “a escándalos y amoríos/poner tasa”, y ver de manera distinta los Pasos de la Semana Santa, esperando no encontrar “a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en la mar.”

En fin, el disco daba para oírlo una y otra vez, y otra vez más, hasta saberse cada una de las letras. Cuántos de los que escucharon a Serrat pueden decir, en sus palabras: “He andado muchos caminos/he abierto muchas veredas/he navegado en cien mares/ y atracado en cien riberas”, sin reconocer que, en su bagaje personal, se encuentra Machado.

Publicado el 19 de septiembre de 2012

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Serrat y los poetas (I)


La historia de Joan Manuel Serrat nos lleva a sus inicios como intérprete revoltoso que, en los tiempos de la dictadura del Generalísimo Franco en España, resuelve que la canción con la que representaría a su país en el Festival de Eurovisión la cantaría en catalán y no en castellano.

La resolución tuvo varias lecturas, como se dice hoy: los orígenes humildes del cantante nacido en Poble-Sec y su actitud para poner en evidencia la posición del Gobierno contra la cultura y la lengua catalana, la posibilidad de llamar la atención y, hasta una jugada para recuperar a los seguidores catalanes que había perdido. Los cierto es que Serrat no fue a Eurovisión; la canción “La-la-la” fue interpretada por Massiel y ella ganó el primer premio.

Sea cual fuere la historia, Serrat, sin necesidad de trucos publicitarios se volvió un cantante de culto por los temas que abordaba, la forma en que escribía, y la calidad de su música.

Sin embargo hay una faceta de Serrat que cabe resaltar: su interpretación de las obras de varios poetas españoles llevó a que éstas se popularizaran enormemente, saliendo de los libros que las mantenían encerradas, empolvadas y olvidadas.

Muchas de esas canciones que, en general, se tararean suponiendo que son obras del propio Serrat, se interpretan en las peñas, alrededor de una fogata, en la casa de los amigos, en el campo o en la playa. Cientos de jóvenes han aprendido los primeros acordes de guitarra, ensayándolas una y otra vez. 

A Rafael Alberti, nacido en 1902, le pertenece “Se equivocó la paloma”. El poeta, que perteneció a la Generación del ’27 fue, como tantos otros, al exilio cuando los republicanos perdieron la guerra. Serrat musicalizó este poema en 1969, y lo incluyó conjuntamente con otras piezas que se hicieron también famosas: El titiritero, Tu  nombre me sabe a yerba, Penélope... Pensándolo bien, el cantante terminó llamando al LP (long play o disco de 33 r.p.m., para los jóvenes de la época del cd) como “La paloma”.

Alberti, entonces, fue cantado por los jóvenes para sus amigas, y su letra ablandó corazones que dijeron “si”, cuando todavía había que declararse para ser aceptado como enamorado: “Se equivocó la paloma/ Se equivocaba... /Que tu falda era tu blusa/ que tu corazón, su casa/ Se equivocaba...

Publicado el 12 de septiembre de 2012

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Temprano levantó la muerte el vuelo ...

“Temprano levantó la muerte el vuelo/Temprano madrugó la madrugada...” Las palabras de Miguel Hernández retumban en las calles empedradas de Cuenca del Ecuador y muestran el absurdo de un joven abatido, sin sentido alguno, sin causa, sin que corresponda.

Se reúnen, en un solo momento, las horas de la niñez con los padres, la juventud y los amigos, las esperanzas, las ilusiones, las añoranzas, los sueños cumplidos y no cumplidos.

Se quedan la risa, el llanto, las fotos, los viajes, la madre, los recuerdos. Y resulta difícil, imposible, entender lo sucedido: por absurdo, por inesperado.

Mundos interiores y exteriores se conjugan a lo largo de los años para formar a cada persona, ser individual e insustituible. Cuando se va, con él muere todo un universo que nunca volverá a ser igual.

La fortaleza del padre, que día a día, mes a mes, y año a año, lucha contra el sino, con la fortaleza de la personalidad que viene del acervo no olvidado de la familia, los basamentos de las tierras del alto Cañar y de su Cuenca querida, y le sostienen, se ve quebrada por algo que no puede resolver, ni controlar, ni entender. Sin embargo, sí le queda el impulso que nace desde adentro para llevar el cofre definitivo, aunque sea por momentos.

¡A quien más que a él le corresponde! Y lo hace, transido de dolor, con lágrimas, con la vida amputada.
Pepe: querido amigo de tantas mañanas compartidas en la universidad, discutiendo con los colegas profesores de lo divino y lo humano, de lo mejor y lo peor de este mundo. Compañero de escritura en la columna de este Diario, en que has vertido tu
claro pensamiento, tu visión de la vida y de la muerte: hemos admirado tu lucha frontal con la tenaz enfermedad, que nunca te venció. ¡Qué podemos decir ahora, ante la tragedia, ante el dolor, ante la nada!

Tú, que posees la palabra directa, incisiva, precisa, a la que das el significado que corresponde, a la que has despojado de la hojarasca para dejarla pura en su esencia, sabes cuánto pesa cada letra que no significa nada, cada término que no transmite lo que querría. Tal vez por ello es que recurrimos al poeta, a Hernández, para definir el sentimiento común de tus amigos.

Publicado el 5 de septiembre de 2012

miércoles, 29 de agosto de 2012

Redención humana


Dando tumbos, una y otra vez, el gigante llegó a las playas y se varó. Sus ojos inteligentes miraron con temor como el agua se retiraba, dejando que la arena se secara sobre el cuerpo. Vio venir a criaturas extrañas, que se movían sobre la playa y que, por su tamaño, no pudieron inicialmente hacer demasiado para lanzarle nuevamente al mar.

Luego vinieron otros más, que hicieron enormes esfuerzos, inclusive utilizando extrañas “cosas” para levantarlo de la arena y volver a colocarlo en el agua. Y así, una y otra vez pues, pese a su tamaño, se sentía débil y cansado. Al fin de cuentas, era casi un recién nacido pues su madre lo alumbró, como mamífero que era, solamente hace dos meses, y en las aguas del océano le alimentó con su leche caliente.
Sin saber cómo, se perdió y, sin entenderlo, se encontró fuera del agua que pudiera cobijarlo. La manada viajaba ya hacia aguas más frías, volviendo de su largo trayecto por las corrientes para que nacieran las crías nuevas.

Las criaturas, a las que no había visto jamás, hicieron un esfuerzo final y pudieron volver a ponerla en el agua. Sintió que la vida volvía a su enorme cuerpo. Dio un coletazo y se alejó a mar abierto.

Las ballenas reflejan para muchos lo mejor que puede encontrarse en nuestro mundo: son gigantes pacíficos, que no usan su fuerza para ninguna forma de violencia; son afectuosos con sus crías, a quienes guían hasta que pueden valerse por si mismas. Conmueve oir sus profundos y guturales sonidos en la profundidad del océano, que han llevado a que la ciencia establezca que son seres que se comunican entre sí, con sonidos que jamás comprenderemos ni podremos reproducir en ningún idioma humano. ¡Y está comprobado que piensan!
Sin embargo, en algún momento aciago de su vida, tal vez estarán sujetas a vararse en una playa desconocida o a encontrar la aguda punta del arpón, que las destrozará por dentro.

Los hombres que ayudaron a ponerla en el mar volvieron cansados a sus humildes casas en las costas de Manabí, luego de una lucha titánica de más de 20 horas. La satisfacción que sentían no la tienen siempre y, más aún, cuando deben también luchar contra el mar para conseguir su alimento del día.

Puede medirse la calidad de una persona cuando hace algo por alguien a quien no necesitará jamás. Si lo hace por un ballenato -un ser que ni siquiera es de su especie-  sin esperar recompensa alguna, ese hombre, en su momento, ha redimido la maldad y el odio que pululan en la especie humana por toda la tierra. Podemos considerar, entonces, que no todo está perdido.

Publicado el 29 de agosto de 2012

miércoles, 22 de agosto de 2012

Beatles vs. Rolling Stones

Por alguna extraña razón las personas estamos permanentemente comparando una cosa con otra e, inclusive, contraponiéndolas. De esto no escapa nada, ni siquiera la música.

En sus orígenes la discusión se centraba en comparar los dos grupos de moda: Beatles y Rolling Stones, llegando al punto de tomar posición por uno de ellos. La discrepancia no era local, pues en Londres también se distinguían los “mods” de los “rockers”, más elegantes los primeros y más contestatarios los segundos.

En el fondo los muchachos se ponían en una posición difícil cuando había que elegir, pero la vida común es más complicada: los Beatles, sinónimo de “mods” o “modernos”, provenían de la clase obrera de Liverpool, mientras que los Stones, claramente “rockers”, más bien pertenecían a la clase media londinense.

“Satisfaction” era, indudablemente, más rockera que cualquier otra cosa escuchada entonces, y la frasecita que llevaba a meditar que “no puedo lograr satisfacción, aunque lo trato”, tenía un significado oscuro no comparable con frases de las canciones iniciales de los escarabajos de Liverpool.

Pero la vida no es blanca o negra. Los Stones también podían tocar piezas de amor extraordinarias, como Ruby Tuesday, con un dejo tristón de lo que no vuelve más, y Lennon y sus amigos podían embarcarse, como lo hicieron en el Álbum Blanco, en canciones que darían origen al “heavy metal”, como “Helter Skelter”.

La vida tumultuosa de Jagger y compañía dio origen a que conozcamos por la prensa cómo encontraron muerto en una piscina al extraño e hipnótico Brian Jones: la Parca podía estar en cualquier lado, sin considerar lo importante que fueras o el lugar en que te encontraras. Jones, el experimentador de sonidos, al desaparecer produjo, sin quererlo, que los Stones se movieran hacia otras dimensiones, más lejanas a las nuestras.

Impensable era que los Stones y los Beatles pudieran encontrarse en un estudio de grabación, y sin embargo estuvieron: el disco de 45 rpm que contenía Let It Be, llevaba en su lado b un divertimento: “Ya sabes mi nombre, busca mi número” y, en él, sin que lo sepamos, algunas de las Piedras Rodantes habían metido pico. Igual sucedió en el himno que sirvió para que la Gran Bretaña difundiera lo mejor que tenía en la inauguración de la red mundial de televisión a color, cuando John, George, Paul y Ringo cantaron en directo “All you need is love”, teniendo en los coros a mucha gente común ... ¡y a Mick Jagger! Cuatrocientos millones lo vieron.

Extraño mundo en que lo blanco y negro no queda.

Publicado el 8 de agosto de 2012

Peligrosos


Un señor llamado César Lombroso, italiano, escribió hace muchos años una obra que se llama “El hombre delincuente”. Su teoría sostenía que puede conocerse, por la forma del cuerpo y, especialmente por su cara, a un individuo que es, en potencia o en obra, un asesino, ladrón o extorsionador...

Por tanto, si usted se encuentra con un hombre de frente huidiza, ojos hundidos, mentón saliente, orejas de coliflor, puede estar delante de un peligroso criminal, que ya ha cometido horrendos delitos o está a punto de cometerlos.

El efecto de la teoría es el esperado: la sociedad debe detener y encarcelar a estos posibles delincuentes para evitar que cometan su crimen, inclusive antes que hayan realizado acción alguna, o hayan pensado llevarla a cabo.

El Derecho Penal dio un salto enorme al cambiar el concepto de la “vindicta pública”, que es una simple venganza del Estado en nombre de los ciudadanos, aplicada al que comete una infracción penal. Las nuevas teorías suponen que los verdaderos delincuentes deben ser separados de la sociedad cuando son un riesgo para ésta y, por supuesto, hay que tratar de reeducarlos para evitar que vuelvan a delinquir. No se trata, en esencia, de “castigarlos”

Esta tendencia pone especial énfasis en la situación social del delincuente y las razones internas y externas que le llevan a cometer actos contra las personas y las cosas; consecuentemente, la nueva teoría supone que la propia sociedad debe resolver los problemas que llevan a los ciudadanos a actuar fuera de control, a veces obligados por circunstancias extremas.

Los países que se encuentran a la vanguardia del nuevo sistema penal han empezado definiendo el concepto de peligrosidad, pues saben que todos los pobladores pueden estar sujetos a cometer acciones susceptibles de sanción penal.

La infracción no siempre supone que el individuo que la comete es un agente peligroso. Sin embargo, al haber infringido la ley, está en deuda con la sociedad a la que debe resarcir de manera pronta y directa: para ello se configuran multas económicas importantes y trabajos comunitarios. La ley, en este caso, supone que no es necesario aislar al delincuente –que lo es, pues ha cometido un delito- del entorno social en que se encuentra, pues ni implícita ni explícitamente es peligroso.

Con estas reflexiones resulta, por lo menos discutible, que pueda considerarse “peligroso” al  que transita a 61 kilómetros por hora y no a 59, o 29, o a 19, o a 79, dependiendo de la señal de tránsito, de tal manera que haya que separarlo de la sociedad, poniéndolo en prisión.  La discusión no supone, de ninguna manera, que debamos escamotear responsabilidades y transformar al país en tierra de nadie. 

Publicado el 15 de agosto de 2012

Anuncios de temporada


En el valle de Yunguilla, zona privilegiada de la provincia del Azuay en época de vacaciones cuando es necesario escapar del frío de la ciudad, hay un letrero que dice: “Tenga conciencia, este sitio no es un basurero”. Al pie se encuentra una gran cantidad de bolsas de basura.

Los letreros son medios para informar, difundir ideas, reclamar, hacerse ver. Algunos, como el anterior, parece que no mueven absolutamente a la conciencia de nadie, ni siquiera son vistos por los pobladores del lugar, permanentes u ocasionales.

Hay letreros famosos en la ciudad, como aquél que, en plena esquina del Parque Calderón decía: “La Francia, casimires ingleses”. Otros son populares en el transporte, como el que aparece en la parte trasera del camión y que lleva el réclame “Trabaja, pero no embidies”, así como se lee. El letrero que posiblemente más influye en los pasajeros, por los efectos públicos conocidos, es el que taxativamente ordena: “Sea culto, no arroje basura al piso; tírela por la ventana”.

Letreros equívocos son los que señalan que la velocidad máxima es de 40 kilómetros por hora y, a los 10 metros, señala que es de 50. El más extraño, en carretera que va al sur de la Provincia, conmina: “¡Pare!, falla geológica”, dejando en la inopia al conductor que no conoce si la falla pasará delante de él en algún momento, para que pueda continuar su viaje.

En tiempos de vacaciones pierde sentido el texto que reconoce: “el estudio me llama, pero yo le cuelgo” aunque, por el mismo barrio,  el autor del anuncio manifiesta que “el trago no resuelve los problemas, pero la leche tampoco”, lema que mueve los negocios de muchos viernes por la noche.

Otros deben preocupar a la Superintendencia de Bancos como el que apunta: “financiado por la Virgen del Cisne”, en una camioneta de carga; o el del señor Ministro del Deporte, haciendo actual propaganda de una cooperativa por anuncio en la prensa.

Los más finos son también revolucionarios (de Mayo del 68, quiero decir) como aquél que reconoce que “los oídos tienen paredes” o “sé realista, pide lo imposible”.

En fin, cuando los años llegan y el cuerpo duele por todas partes, satisface encontrar un letrero que demuestra hasta donde ha llegado la ciencia: “Se soban torceduras y dobladuras; se acomoda el nervio asiático”. Se me ha retirado el derecho de informar el número del teléfono celular de este prestigioso galeno criollo; si no fuera así, lo pondría en conocimiento de los lectores.

Publicado el 22 de agosto de 2012

miércoles, 1 de agosto de 2012

Viaje a la Costa (2)


Luego del largo viaje desde Cuenca estábamos a tiempo para tomar la gabarra y cruzar el río Guayas. Esta era una aventura para cualquier persona y más aún para un chico serrano. El río era un gigante, no comparable con los torrentosos Tomebamba o Machángara, e imponía temor.

En los últimos años, un trabajador de la gabarra repartía unos viejos chalecos salvavidas hechos con balsa. Ponérselos era parte de la sensación  del riesgo que suponía la travesía.

Si el vehículo en que habíamos llegado no era el carro del papá sino un viejo bus interprovincial, una vez llegado a Guayaquil enrumbaba a su propio lugar de destino pues la Terminal Terrestre aún no existía. ¡Grave circunstancia, pues ahora los adolescentes cuencanos que se habían embarcado en el proyecto de llegar a la playa, debían encontrar primero la Plaza Victoria!

Éste era un lugar lleno de gente extraña, del que partían unos buses abiertos, llenos de montubios. Hoy la “chiva” es un coqueto bus que sirve para farrear y divertirse; en ese momento era el único transporte para ir a la península de Santa Elena.

Impedir el robo de la maleta era el primero de los retos. Había formas que debían aprenderse de los amigos más conocedores: la más efectiva era permanecer sentado sobre la maleta hasta que se anunciaba la salida del bus. Entonces venía la discusión con el cobrador que quería enviarla a la parrilla, lugar del que imaginábamos saldría volando o en manos de cualquiera de los individuos que merodeaban en la zona, aún antes de que el bus hubiera enfilado hacia alguna de las calles de salida.

El viaje duraba horas, y era una mezcla de calor, viento y conversaciones ininteligibles de los compañeros de pasaje. Las paradas en los pueblitos del camino eran una oportunidad para buscar en los bolsillos algunas monedas y comprar huevos duros, mientras una caterva de vendedores se trepaba al bus, ofreciendo desde carne en palito hasta revistas Vistazo de hace seis meses.

El viaje continuaba y la llegada a Progreso –nombre rimbombante para un lugar perdido en medio del desierto- fijaba que el bus tomara a la izquierda, camino a General Villamil, más conocido como Playas. El mar estaba cerca.

La Base de San Antonio era la última parada para que bajara algún conscripto, antes de la llegada a Playas, con su gasolinera a la entrada y el león del Club de Leones como principal monumento.

¡Habíamos llegado!

Publicado el 1 de agosto de 2012


miércoles, 25 de julio de 2012

Viaje a la Costa



El viaje empezaba muy temprano porque era muy largo. Si la familia quería llegar a una hora razonable, todos debían despertar alrededor de las cuatro y media de la mañana, lo que daba tiempo suficiente para desayunar, cargar las maletas y despedirse de los abuelos.

Alrededor de las cinco y algo más, las hojas de los eucaliptos brillaban a la luz de los faros, por la recta de Ucubamba. El rocío de la fría mañana de agosto empezaba recién a reflejar las tenues luces que aparecían por las duras montanas de Challuabamba. El viaje había empezado.

Cañar se volvía un mosaico dorado cuando se veían los campos de trigo recién cultivados desde los altos de Inganilla, el paso más elevado en este viaje por la Durán-Tambo. Pese a que todos iban bastante apretados en el vehículo, se sentía el frío de la montaña, el vaho en los vidrios permitía dibujar algunas líneas, y el sol entraba a raudales. Teníamos ya un par de horas de viaje.

Vueltas más y el carro llegaba al punto en que el papá tenía que bajarse a preguntar, esperando que algún campesino estuviera en el sitio: ¿por dónde a la Costa y por donde a Quito? Y comenzaba la bajada, con un descanso en Ducur para que los grandes pudieran sostener el viaje con un seco de pollo.

La peor parte venía ahora: la bajada hacia la Costa tenía siempre niebla y las curvas mareaban a los chicos, con los resultados esperados que perturbaban a todos y llevaban, a los más pequeños, a seguir el ejemplo de los hermanos mayores. Imperiosamente el vehículo debía detenerse para que todos tomaran un poco del aire frío y húmedo que circulaba por los enormes helechos que trepaban paredes inmensas.

Un poco más y, desde arriba, se veía la llanura de la Costa, a veces soleada, la mayor parte del tiempo cubierta de nubes. No había control de velocidad cuando el vehículo se disparaba a 60 kilómetros por hora en la recta que llevaba hacia La Troncal y, más allá, al Kilómetro 26. Unas frutas costeras ayudaban a disminuir el hambre que afectaba a todos, pues la mamá había olvidado sobre la mesa de la cocina los sánduches hechos la noche anterior con tanto cuidado.

De repente, ominosa aparecía la duda más importante del viaje: ¿llegaríamos a la gabarra a tiempo? ¿No es que trabajan solamente hasta las tres de la tarde? La prisa por llegar a Durán se mostraba en la cara de preocupación de todos. Y el vehículo aceleraba su marcha, hasta unos imposibles 80 por hora.
Allí estaba: la gabarra acoderada en el muelle, esperando que llegáramos, angustiados, cansados y felices, listos para cruzar el Guayas. Parecía que íbamos llegando.

¡Y luego dicen que no hemos progresado nada! 

Publicado el 25 de junio de 2012