miércoles, 17 de octubre de 2012

El chuqui


En cada escuela y colegio había un “chuqui”: el más pequeño, el más gordo, el campesino, el niñito de mamá, el feo, el orejón. Los demás compañeros –talvez no todos- se ensañaban con él, golpéandolo, poniéndole apodos o simplemente ignorándolo.

Algunos profesores fomentaban esta práctica: recuerdo al que tenía a cargo la materia de Educación Física, que gozaba calzando los guantes  de boxeo al gordito de la clase para ponerle frente al más peleador.  Las “bautizadas” eran también parte de esta experiencia terrible, que producía miedo, angustia, terror... y ganas de escapar para no volver nunca al lugar de la tortura.

La sociedad reproduce estas desviaciones y define quien será el “chuqui” en cualquiera de los ambientes de la vida comunitaria. Los efectos son sicológicamente devastadores y producen una desviación que puede llevar al suicidio o, a su vez, que el abusado sea un abusador en potencia.

La mente humana lleva a que se reproduzcan, en los otros, las acciones más repudiables que ha sufrido el individuo. Es incomprensible, pero sucede, que el niño que ha sufrido golpes de sus padres se convierta luego en un padre violento, y el que vio que su padre bebía y golpeaba a su madre, se transforme después en un marido golpeador.

Nuevos programas buscan terminar con esta lacra social. Como sucede con tantas otras cosas, el nombre extranjero del abuso –el “bullying”- ha llevado nuevamente a la reflexión de los maestros, las instituciones educativas y los mismos padres de familia sobre la clase de jóvenes que se forman en una sociedad violenta.

El “bully” o bravucón, es como el toro que aprovecha de su tamaño corporal o de su fiereza para atacar a los más pequeños o débiles.
Sin embargo, no solamente el abusado tiene posteriormente problemas enormes: también los tiene el abusador, que crecerá lleno de disfuncionalidades que le impedirán relacionarse positivamente con los demás en el futuro.

Los programas que llevan adelante las instituciones educativas más conscientes merecen, por ello, todo el apoyo. Un cambio de estructuras enraizadas en lo profundo, como el de esta práctica repudiable, es efectivamente revolucionario. Podemos apoyarlo con nuestro propio ejemplo que llevará, sin duda, a que nuestra sociedad sea mejor.

Publicado el 17 de octubre de 2012

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