En los recovecos de la infancia, antes de que la televisión pasara películas a todas las horas, los filmes eran parte importante de la formación del carácter de los niños y los jóvenes.
Ir al “teatro”, pues no se llamaba “cine”, era cosa que llenaba de emoción. Después, el chico quería parecerse al héroe de la película y, más aún, si éste era Ben-Hur. La imagen de la carrera de las cuadrigas en el circo romano, los caballos casi desbocados, el punzón de las ruedas del malvado Messala tratando de destruir a sus rivales, y el triunfo del “jovencito de la película” eran algo nunca visto y que se mantenía persistentemente en la mente juvenil.
De allí había un paso a la necesidad imperiosa de conseguir, como fuera, una muñequera de ésas que llevaba Charlton Heston en la película, y que le daban fortaleza y presencia, en suma, le convertían en el héroe.
¿En donde vendían muñequeras romanas? Indudablemente el bazar del barrio era el lugar donde podía comprarse de todo. Bastaban los fiambres ahorrados en días de abstinencia escolar: nada de “bolos” ni de espumilla de guayaba con grajeas, tampoco un raspado de hielo pintado de rojo o de verde. Todo el dinero, cuatro reales, un cinqueño, estaban destinados a la compra de la preciada muñequera.
El bazar tenía de todo: figuritas de cerámica para poner en el mueble de la subida de las gradas, láminas para los trabajos de la escuela, un afiche del Corazón de Jesús, unas pelotas de supuesta voligoma, que saltaban a gran altura, juegos de tres en raya, paquetes de naipes. Entre todas estas cosas, también algo que podía pasar por una muñequera de plástico blanco, con una gran piedra en medio y un cierre para ajustarla. Allí estaba y había que comprarla urgentemente. ¡De qué otra forma podía sostenerse las riendas de los caballos encabritados que tiraban de las cuadrigas por el patio de la escuela!
Un niño no tiene todos los elementos para saber de muñequeras romanas. La comprada con tanto esfuerzo no se cerraba bien y giraba en el brazo sin que ajustara, de forma alguna, los desconocidos músculos flexores y extensores de la mano.
El asunto terminó cuando un amigote mayor de edad, con una gran risotada desnudó la realidad de la muñequera al preguntar, burlón, a qué niña pertenecía. El sueño de Ben-Hur cayó al vacío: el siguiente paso fue destruir de inmediato la malhadada compra.
Ben-Hur hoy no es ni la sombra de lo que fue, pero el recuerdo de su muñequera aún perdura.
Publicado el 10 de octubre de 2012
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