Una niña chiquita camina por una pasarela: lleva un vestido rosado de vuelos, pestañas postizas, maquillaje y los labios pintados. Está en la mitad de un concurso de belleza y su madre espera que su chiquita, graciosa como es, lo gane. Detrás está el premio económico, la posibilidad de entrar al mundo del modelaje, salir en las fotos del yogur y de los pañales: en pocas palabras, la fama.
Otros niños lloran desesperados porque en un concurso musical no han sido calificados como verdaderos artistas y deben retirarse de los escenarios, con sus luces, sus cámaras, su acción.
El primero de los casos parece que aún no se produce en nuestro país; no se ha visto esa explotación infantil que significa el “concurso de belleza” para niñas que apenas empiezan a caminar, y que ya van vestidas como vedettes de segunda clase. Un poco más y se parecerán a una reducción de Jayne Mansfield o Diana Dors, esas despampanantes y chabacanas rubias de los años 50, típicas de las películas gringas de clase B.
El segundo caso ya lo hemos visto. Así como hay niños que tienen voces angelicales, mucha gracia para contar chistes y contestar a las más extrañas preguntas de los presentadores de la televisión; otros, con iguales méritos, se dan cuenta en pleno escenario que no tiene más que seis años y, por supuesto, no pueden mantener una actitud que no les pertenece. El resultado es inmediato: deben volver a su casa, destrozando el sueño de unos progenitores que, sin fijarse en el grave daño que pueden causar, se sintieron ya los papás de Sandro, los hermanos Miño Naranjo o Sharon.
El arte debe ser inculcado desde los primeros años para lograr que el alma y la mente de los pequeños trascienda de la vida anodina, de deberes interminables y desquiciantes que deben prepararse todos los días, de las mochilas en que van todos los libros y cuadernos, afectando sus pequeños cuerpos. El arte es volar más allá de las limitaciones, es encontrar cosas que pueden hacerte reír o llorar sin querer. El arte permite que el interior se abra, tanto para dar como para recibir.
Sin embargo, la manipulación del arte, sobre todo del canto, con un fin último que no es la entrega de lo mejor de cada espíritu sino la búsqueda de la fama y el dinero por parte de los padres –no de los niños- puede llegar a prostituir lamentablemente una vocación, que debe ser purísima y no contaminada. Ya habrá tiempo posteriormente para cobrar por cantar, bailar o hacer lo que hoy se llama un stand-up o monólogo. Un niño debe cantar, bailar y reír por el gusto de hacerlo, y no para ser pasto de un jurado que, por último, hará su trabajo descalificándolo, lo que quiere decir “hay otro mejor que tú”. ¡Inaceptable!
Publicado el 12 de diciembre de 2012
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