Doña C. ya no es la campesina que solía ser. Nacida en los altos de Cañar labró la tierra como peón en una propiedad agrícola. Luego se casó con un hombre que, como tantos de esa tierra, resolvió viajar a los Estados Unidos para trabajar en la construcción.
Él se fue y estuvo varios años en tierra extraña, mientras ella seguía criando a los hijos y luchando contra el viento inclemente de las alturas en las que sembraba papas, a veces en terrenos que eran de su familia, a veces en terrenos ajenos.
Un día recibió una llamada desde Nueva York que le comunicó que su marido había sufrido un accidente laboral y se destrozó la columna vertebral.
Consiguió una visa –inexplicable- y fue a Nueva York a ver a su esposo, al que encontró convertido casi en un vegetal en un hospital de Queens. Sin embargo el viajero había tenido la suerte de trabajar para una empresa que mantenía asegurados a sus trabajadores y los gastos estaban cubiertos.
Pasaron los meses, y una comisión de la aseguradora consideró que era mejor que el trabajador volviera al Ecuador pues jamás se recuperaría. El dinero del seguro permitió que esa comisión decidiera la compra de una casa en Cuenca, donde el accidentado podría estar cerca de los hospitales y esperar la muerte con su familia.
Así fue. La casa se compró y el trabajador fue atendido en ella durante varios años, hasta que murió.
Doña C. se volvió comerciante de ganado. Crió a sus hijos, a los que les tocó algo de dinero del saldo final del seguro. Algunos de ellos resolvieron asumir el destino de su padre y viajaron también a los Estados Unidos. Ella volvió a casarse con un hombre que le ayuda en su negocio y que maneja un pequeño camión en el que transportan el ganado hacia las ferias de la región.
Han pasado muchos años y ella ya no es joven. Sufre de dolores de los huesos y siente que sus entrañas le queman. Sin embargo sigue trabajando.
Ayer ha recibido una demanda por alimentos que una antigua nuera ha propuesto porque su ex marido dice que no le pasa una pensión alimenticia. Él se encuentra en los Estados Unidos y Doña C. se enfrenta nuevamente a una situación no esperada. Pese a su gran claridad mental mueve las manos, llenas de anillos de hierro como llevan las campesinas en Cañar, pues no sabe qué va sucederle. Se enfrenta a una ley vigente, expedida para proteger a los niños, pero no sabe por qué la madre de su nieta no quiere trabajar para sostenerla.
Una vez más debe enfrentar responsabilidades ajenas, como lo ha hecho siempre, y como lo hacen tantas mujeres de nuestro país. Esta historia, casi novela, es cierta pero no es la única.
El Tiempo, Cuenca, 19 de enero de 2011
El Tiempo, Cuenca, 19 de enero de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario