¿Se puede escribir aún sobre Cuenca, sin caer en los lugares comunes? Tantos lo han hecho porque Cuenca es una pasión que no solamente flamea en quienes somos parte de esta tierra, sino también en aquellos que la sienten suya, aun sin serla, o la visitan y nunca más pueden olvidarla.
Vicente Benito, profesor español de la Universidad de Alicante, gran viajero y amante de Hispanoamérica, cuando está cerca de estos lares siente la llamada de la ciudad y viene. Pasea por sus calles, sale de bares y, sobre todo, conversa con la gente y descubre, cada vez más, las cercanías y distancias que unen y separan a esta Cuenca de la otra, que está del lado de allá del Atlántico.
Es que Cuenca ofrece y da mucho.
Ciudad compleja y sencilla, a la vez, ha roto los estrechos límites que la cercaban entre las duras montañas. No está circunscrita, como antes, entre San Sebastián y San Blas, María Auxiliadora y la Calle Larga. Se ha extendido enormemente, y hay barrios tan nuevos, que parecen de otras ciudades.
Mucha gente ha llegado de fuera; primero vinieron los vecinos más cercanos y, ahora, una página web señala a la ciudad como el punto más apetecido para los jubilados del primer mundo, que desean salir del plástico y la soledad, para encontrar un mundo real y más auténtico.
¿Será que esta nueva senda, que trae gente tan distinta, llevará a la pérdida de nuestra identidad? Estoy seguro que no, pues los nuevos ciudadanos serán los que aprendan a saborear un pan hecho en horno de leña –que todavía hay- y sientan el olor de la lluvia en el adoquín brillante de una tarde en que “se casan el diablo y la diabla”, porque llueve y hace sol.
Aunque no nos guste en exceso, hasta aprenderán a “cantar”, pese a que de chicos no recibieron una vacuna con aguja de vitrola, porque el dialecto cuencano se pega, como se pega esa forma tan especial de ser, que supone una identidad marcada que ha permitido el desarrollo y el progreso, hasta volver a Cuenca una ciudad que es, a la vez, celosa de lo suyo y abierta al mundo.
Porque cuencanos también han estado en todas partes, y no desde hace poco, llevando a los lugares más distantes el recuerdo duro y tierno de su tierra, soñando con volver a pasear por sus viejos barrios, charlar con sus amigos sobre tantas cosas y visitar a su madre, que aún tiene una casa en San Roque, o Las Herrerías, o el Cenáculo, o Todos Santos, y, si era una antigua finca, en La Gloria, Monay o Machángara, con huerto e higuera y, tal vez, hasta un chirote.
Pues sí se puede escribir aún sobre Cuenca, sobre todo con el corazón.
Publicado el 27 de octubre de 2010
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