Al día de hoy un señor que estuvo al frente del quinto país más grande del mundo, con 191 millones de habitantes, se encuentra sentado en su casa en un suburbio de San Bernardo del Campo. Se encuentra desempleado, pero hay muchos que van tras él: unos para recordar su paso por el poder, que se dice que desgasta, aunque terminó su mandato con un 87 por ciento de aceptación; otros, para ver qué puede hacer en adelante.
Este trabajador, que perdió un dedo en un accidente de trabajo cuando era muy joven, llegó a uno de los empleos más importantes y complicados del mundo. Cuando inició su campaña muchos supusieron que ganaría, pero pocos apostaron a que lo haría bien.
Estos pocos, por supuesto, correspondían a la clase dirigente de un Estado enorme, pues la gran mayoría, como sucede siempre, espera más bien con el corazón que con la cabeza. Esta esperanza, nacida de la desesperanza permanente, no siempre conlleva una elección acertada.
Lula aplicó medidas inesperadas para un político de su extracción: venido de una izquierda revolucionaria, fogueado en las luchas sindicales, pensó más en Mandela que en Lenin al momento de llevarlas a cabo.
Claramente definió que el camino que llevaría a que el Brasil se enrumbara en un camino ascendente, no suponía un enclaustramiento al estilo de los Jemeres Rojos de Pol Pot, que llevó a la destrucción de Cambodia. Se abrió al mundo.
Por supuesto que Lula ha tenido detractores, y muy fuertes, y que su política exterior causó escozor en los pasillos de Planalto. Sin embargo, muchas de sus virtudes son las de un demócrata inesperado que aplicó, en la práctica, conceptos no comunes entre los gobernantes: escuchar a los demás, dejar de suponer que los cortesanos que le rodean dicen siempre la verdad, despojarse de actitudes mesiánicas, aceptar que puede equivocarse y, sobre todo, rectificar.
Lula, sobre todo, no perdió una de sus características: la humildad. La acentuó aún más, cuando tenía todo a su alrededor –prestigio y poder- para perderla.
Esta condición, tal vez inherente a los brasileños, lleva a que aceptemos cualquiera de sus referencias a lo “mais grande do mundo”, como algo natural y no pretencioso. Tal vez el apoyo enorme que tiene su equipo de fútbol proviene de lo mismo: su innegable y arrolladora calidad, mezclada con una condición humana que les acerca al más pequeño de los hinchas.
Lula dará más que hablar en el futuro, pero ya ha dejado bastantes enseñanzas.
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