Los estudiantes están inquietos. Reunidos en el parque de San Blas, todos se encuentran con los uniformes que los distinguen de otros colegios. Los más vistos son, indudablemente, los de la banda de guerra. Llevan, unos, las cornetas brillantes y pulidas. Otros, los tambores con las cuerdas bien tensadas. Cuando no lo están el tambor suena, más bien, como una caja ronca. Más allá, dos alumnos tienen los platillos y, el más grande, lleva el bombo.
Para tocar el bombo se necesita mucha personalidad: es un instrumento desproporcionado, poco estético pero indispensable. Su sonido profundo es el que organiza la marcha de todo el colegio y la banda no podría seguir el pausado ritmo del desfile si el estudiante que toca el bombo se desacompasa.
Los uniformes de la banda son vistosos: casaca azul celeste, con pechera de terciopelo azul marino y botones dorados, pantalón blanco. El casco es impresionante: hecho de latón, incomoda a quien lo usa, pero las crines blancas del penacho que se mueven al viento, dan una elegancia no vista a los pocos que los llevan. Además, parecen más altos.
El desfile subirá por la calle Bolívar, abanderada y llena de gente. Primero habrán desfilado los colegios femeninos, y las estudiantes tendrán tiempo de ver a los varones, cuando pasen frente al Parque Calderón.
Más adelante, otra banda de guerra y otro colegio también se preparan para empezar. El color de su uniforme de gala es distinto: negro y blanco. Los estudiantes guardan en su pecho un reclame importante: son de colegio centenario y laico. Los de azul y blanco, que vienen detrás, son de colegio de curas.
El desfile ha empezado y, como sucede en las mañanas de noviembre, hay un sol brillante en el cielo, aunque las nubes amenazan que, esta tarde, en los demás actos de las fiestas de Cuenca seguro que lloverá.
Los estudiantes del colegio laico y los del colegio de curas son, en muchos casos, amigos y de jorga. Pero ambos grupos llevan, durante el desfile, una sensación de mariposas en el estómago. No se trata solamente de mostrarse gallardos y no desentonar en la banda. Es posible que, una vez terminado el desfile, los dos grupos se enfrenten a golpes, cumpliendo un ceremonial que ni siquiera saben cuándo empezó pero que es inevitable.
El desfile ha terminado bien. No hubo pelea y los aplausos de los padres y madres de los colegiales. La banda de guerra tocó fuerte y marcial; ahora hay que resolver si los tambores se llevan a la casa o hay que dejarlos en el colegio.
Es el 3 de noviembre de 1970. Tal como hoy, hace 40 años.
Publicado el 3 de noviembre de 2010
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