miércoles, 28 de diciembre de 2011

Miedos infantiles


Diciembre 31, esquina de las calles Lamar y Juan Montalvo. El tránsito de los vehículos se detiene en la equina por la gran cantidad de gente que camina por las calles. En el pequeño automóvil están los padres y, en el asiento de atrás, tres niños pequeños. Todos se dirigen a la casa de los abuelos para el abrazo del año nuevo, pero ahora se encuentran atrapados. Son las 10 de la noche.

En ese momento se escucha un ruido fortísimo: un payaso acaba de golpear el capó del vehículo con su morcilla. El personaje tiene una careta sonriente y llena de colorines, y sobre su cabeza lleva un cucurucho de cartón con estrellas y lunas, que termina en una cantidad de serpentinas.

Los niños temen lo peor: el miedo a lo desconocido les abruma y piensan que su papá tendrá ahora que bajar del carro y enfrentarse a ese ser que, en vez de risa, causa miedo.

Otros payasos rodean el vehículo y, de entre la multitud sale una mujer vestida de negro, asimismo con una careta que le cubre el rostro, que llora a grandes voces, gimiendo en un tono que no puede nacer de una garganta femenina.

Los chicos del automóvil tiemblan de terror. La más pequeña llora del susto.

La madre trata de calmarles. Sin embargo el papá se encuentra disgustado porque los vehículos no corren y ha debido sacar unas monedas, dos reales, tal vez un sucre, para entregar a la viuda que fastidia en la ventana del vehículo.

Al fin se mueven todos y el automóvil arranca volteando la esquina, hacia la calle Gran Colombia.

Al día siguiente todo ha pasado. El hijo de la tendera de la esquina devuelve el traje de payaso. Es un muchacho de 17 años que no llega al metro y medio. Su hermano de 20, por su parte, cuenta las monedas recuperadas para cubrir las deudas del viejo que quemaron.

Uno de los chicos asustados de la noche anterior va a la tienda y la encuentra milagrosamente abierta pese a ser primero de enero. Con un poco de dinero compra unos soldaditos de plástico que le servirán para jugar ese día en que casi todos los mayores duermen, en espera del inicio de un nuevo año de trabajo.

Publicado el 28 de diciembre de 2011

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Títulos viejos y memoria flash


No es inusual que el abogado que recibe a un cliente, sobre todo campesino, vea que éste, de entre sus ropas, extrae un atado de documentos generalmente envueltos en plásticos o periódicos. Lo abre cuidadosamente, pues los papeles están a punto de deshacerse, y lo entrega con cuidado y temor.

Tal legajo suele contener los títulos de propiedad de algún terreno perdido en medio de los campos y quebradas; posiblemente heredado de sus padres o abuelos.

En otras oportunidades, los documentos que aparecen son simples cartas o recibos, demostrativos de antiguos negocios que la familia ha llevado a cabo y que sustentan el derecho sobre la chacra, el sembrío de papas o la propiedad de una choza que se levanta entre la niebla.

Un estudiante de derecho, por su parte, defiende su tesis final y argumenta sobre la validez de los documentos digitales como medios de prueba. Se refiere a términos extraños: algoritmos, firma electrónica, direcciones IP.

Expresa que los jueces, pese a que la ley consagra la validez de estos documentos, no se sienten seguros cuando deben revisarlos en el proceso.

Manifiesta, sin embargo, que la opinión pública siguió hace poco el caso de un ciudadano, detenido por haber enviado, por medio del twitter, un mensaje considerado peligroso o amenazante para el Jefe del Estado. Tweet o gorjeo –pues es lo mismo- que no se encuentra en lugar alguno sino en el espacio virtual de las comunicaciones.

La convivencia de los antiguos documentos escritos y los nuevos métodos de comunicación, y las responsabilidades que acarrea el uso de unos u otros, merecen una especial revisión que trasciende el campo jurídico y llega a la vida cotidiana. Cada vez más personas, sobre todo jóvenes, realizan compras por el internet, pagando con tarjetas de crédito y recibiendo bienes que, de otra forma, estarían fuera de su alcance si no fuera por la globalización.

¿Será que los “dos mundos superpuestos”, de los que hablaba un conocido cientista social, siguen vigentes y sin posibilidad de fundirse? 
Muchas veces oímos referencias a las teorías del centro y la periferia, o de los estados imperiales y los colonizados. Esta situación se ha trasladado a una sociedad donde conviven los que tiene la posibilidad de utilizar tecnologías de comunicación y los que se encuentran aún en la época del papiro.

Quien sabe si en algún momento, como en una película de ciencia ficción, veremos a un campesino sacar, de debajo de su poncho, una memoria flash en la que se encuentren los títulos de propiedad de sus mayores.

Publicado el 21 de diciembre de 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Radiografía de un concierto


Whistle es una flauta hecha de metal que se usa en la música irlandesa. Sirve para tocar las danzas celtas que se han vuelto populares con el “new age” musical. Tiene seis agujeros y produce el sonido que se ha escuchado en las películas de “El señor de los anillos”.

Por su parte el violín, mucho más conocido en nuestro medio, se ha extendido desde sus orígenes en el laúd y el rabel, hasta volverse un instrumento exquisito que es la base de obras monumentales de la música clásica.

¿Qué hacen estos dos instrumentos mezclados con un bajo, una guitarra eléctrica, una enorme batería con dos bombos, una gran cantidad de platillos, tambores cajas y redoblantes? Únase a esto un sintetizador Korg y tendremos una banda musical de características singulares: rock pesado y actitud provocadora.

Segunda figura: un joven de origen humilde cambia su atuendo actual de albañil, cuidador de estacionamiento de vehículos u obrero en una fábrica, y se viste cuidadosamente de negro de la cabeza a los pies. Lleva inclusive un gorro negro. Lo único que resalta en su atuendo es una camiseta, en la que aparece una bruja que toca el violín mientras vuela en una escoba delante de una enorme luna llena.

Se dirige a un lugar en donde 5.000 como él esperarán durante horas a que suene el whistle acompañando al violín, en una introducción musical que trae aires de elfos y trolls, y traspasa el espacio hasta los monumentos megalíticos de Stonehenge.

Los 5.000 vestidos de negro, como en un rito, saltan acompasadamente mientras acompañan al cantante que eleva su voz entre los riffs de las guitarras eléctricas y el fondo del sintetizador: “Ponte en pie/alza el puño y ven/a la fiesta pagana/en la hoguera hay de beber/De la misma condición/no es el pueblo que un señor/ellos tienen el clero/y nosotros nuestro sudor.” La vibración del ambiente es extraordinaria y el gasto de energía podría servir para llevar a cabo un experimento de física.

Extraña situación es ésta: una banda catalogada como de folk metal, con discos que hablan de la leyenda de la Mancha y de Finisterra, de Gaia y de molinos de viento, ha quebrado la diferencia entre culturas separadas no solamente por continentes sino también por siglos. Toca en Cuenca del Ecuador ante seguidores incondicionales que no pueden creer que hayan tenido cerca a Mägo de Oz. Mañana los adeptos doblarán cuidadosamente la camiseta negra y la guardarán en una maleta de madera. Es hora de ir a trabajar.

Publicado el 14 de diciembre de 2011

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Diciembre y la reflexión de García Márquez


Tiempo es una palabra que puede tener varios significados: 17, según el diccionario, entre ellos el lento o rápido decurrir de los días, que nos angustia o nos alegra.

En el libro “Los descubridores”, Daniel Boorstin se refiere a una invención que parece un sinsentido: el calendario. Hace referencia a que en los inicios de la humanidad, el concepto de la semana o el año no existían. Sí el del tiempo lunar, que provenía de la contemplación del satélite en su extraño giro creciente y menguante.

Hubo pueblos que tuvieron calendarios de 19 años (el autor no ilustra cómo celebraban los cumpleaños) y otros, de períodos lunares mucho más cortos.
Como el tiempo ha corrido, se acercan las fechas más importantes del año: la Navidad, con su mezcla de añoranza, tristeza, alegría, expectativa, preocupación y gozo.

Para los niños la espera de la Nochebuena es eterna, pues aguardan el cumplimiento de las ilusiones que han forjado a lo largo del año. Para los grandes, el tiempo vuela apretando el corazón, pues aún no se han comprado los regalos, porque no se ha encontrado el momento, no hay dinero o la familia esta lejos.

Empezarán a aparecer por las calles los pases del Niño, con sus cholas y mexicanos, los negros danzas –cada vez más raros de encontrar- y los caballos revestidos de cientos de caramelos y chocolates, sobre el tapiz bajado de la pared de la casa. Extrañamente aparecerá también el “hombre araña”, como un alien llegado de otro mundo que no es nuestro.

El aire olerá fuertemente a palosanto o a incienso y, tal vez a la vuelta de la esquina, encontraremos a la Banda de La Salle (¿todavía existe?) entonando los “tonos del Niño”, marcados por el sonido profundo de la tuba.

Habrá girado otra vez la rueda de la vida y nos encontraremos tarareando la letra de una canción de tristona filosofía existencial: “la Nochebuena se viene/la Nochebuena se va/ Nosotros nos iremos/ Y no volveremos más.”

Neguémonos a aceptar la reflexión de García Márquez, que ha dicho que actualmente el tiempo es de mala calidad, pues se acaba muy rápido. Incluyámonos en el “movimiento slow”, que busca calmar las actividades humanas, y démonos con nuestra mujer, hijos, nietos, padres, familia y amigos, el tiempo que necesitamos. La Navidad volverá a ser lo que fue.

Publicado el 7 de diciembre de 2011

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Una guitarra gime suavemente


La primera vez que me fijé en la figura de George Harrison fue en la fotografía que se encontraba en el reverso de la carátula del disco “Help”, publicado por Ifesa en 1965.

En ella aparecía George como un joven flaco, vestido en traje de vaquero: sombrero tejano, camisa de cuadros, chaleco de cuero, jeans. Parecía cualquier otra cosa menos el guitarrista de los Beatles. Era, en 1965, el “hombre tranquilo”, ante el impacto que causaban John Lennon y Paul McCartney con su personalidad arrolladora, y Ringo, desde la batería, embromón y payaso.

Pasaron los años y sus canciones empezaron a escucharse más en los discos de la banda. La extraordinaria calidad con la que tocaba la primera guitarra en un grupo que tenía tres: la de George, el bajo de Paul y la guitarra rítmica de John, descollaba en solos que marcaron época. Allí está, para muestra, la introducción de “Ticket to Ride”, del disco antes señalado, o la maravillosa “Something”.

Pero George cambió, y cambió la música con él. Descubrió para el rock un instrumento que Occidente no conocía: el sitar o cítara de la música hindú, que introdujo un sonido extrañísimo para los oídos de los roqueros. Éstos, que se supone son siempre vanguardistas musicales, escucharon con estupor la propuesta del Beatle y, hasta la rechazaron. Esas obras son, hoy clásicos del rock, y no hay canción que muestre más el espíritu de la sicodelia de los años 60 que “Madera Noruega”.

Y George cambió aún más: buscó espiritualidad en un mundo que caminaba a pasos agigantados hacia una meta única y material. Se dedicó a la meditación y escribió cuando Beatle, publicándola en su época en solitario, una canción que removió nuevamente los cimientos del rock: “My Sweet Lord” o “Mi Dulce Señor”, en la que buscaba a Dios, manifestando que quería encontrarle pero que la búsqueda tardaba demasiado.

Le dolió la muerte de los niños de Bangla Desh, que golpearon el rostro de Occidente con sus caritas cubiertas de moscas y los estómagos hinchados por el hambre. Organizó, por primera vez en la historia del rock, un concierto para recaudar fondos y, más allá de eso definió, que un cantante como figura pública, tiene una responsabilidad social que cumplir.

Hace 10 años el guitarrista de los Beatles, encontró por fin al Dios que buscaba. El cáncer le dio el zarpazo que antes no logró el cuchillo del asesino que le atacó en su casa.

Esta noche, como hace tantos años, una guitarra gemirá suavemente y será por George Harrison.

Publicado el 30 de noviembre de 2011

Casas de Cuenca

Nuestra ciudad atraviesa en estos días una actividad cultural muy importante. Se ha abierto la Bienal, la gente va a la presentación de películas que están fuera del circuito comercial y se ha inaugurado el Festival de la Lira.

La cita de poetas hispanoamericanos, en su acto inaugural, redescubrió al escritor Enrique López Diez, personaje misterioso y longevo que vivió más de 100 años y construyó su casa en la calle Bolívar frente a lo que es hoy la Mansión Alcázar, en el barrio de la Iglesia del Cenáculo.

La poesía nos incita a re-caminar Cuenca y a encontrar en ella nuestras casas con patio, traspatio y huerta. Algunas con altas torres, como pajareras, para bucear en el océano inmenso de las estrellas que podían verse desde la ciudad antes de la contaminación luminosa que nos agobia. Otras con cielorrasos de latón pintado, provenientes de París y trasladados por el Cajas hacia el valle de las flores.

Casas que aún conservan el canto del gallo de pelea, en el momento de la traba con espuelas de espina de pescado o de hueso, afiladísimas como puñales para causar la muerte instantánea del rival. Otras, que tienen el árbol de higo apoyado a la tapia, como el mejor lugar para cosechar esta fruta, tan antigua que hay quien sostiene que fue la que Eva dio a Adán, y no una manzana.

Huertas con plantas medicinales para curar los males del cuerpo y del alma. La hierbabuena olorosa al roce de las manos caseras que arrancan las hojitas para la preparación de la infusión.

Casas que tienen en el fondo un “cuarto oscuro”, en que se amontonan toda clase de objetos misteriosos y que fueron, a la vez, motivo de las pesadillas de los niños y reto para vencer el miedo. Cuartos oscuros donde están, en total desorden, maniquíes de celuloide, máquinas de escribir que tienen cuatro hileras de teclas, un cuadro del Ángel del Dolor que se usó en el velorio de la matrona de la casa, un cartel con peces entre los que están el desconocido narval con su cuerno retorcido que agujerea una canoa, revistas viejas de Leoplán y El Peneca, y tantas cosas que fueron utilizadas, contempladas y amadas por personas que ya no están, reposando cubiertas de polvo hasta que van a parar, para siempre, en un infame depósito final: el basurero.

Estos patios se han transformado de caballerizas en garajes, por el burdo transcurrir del tiempo que todo lo destruye.

La recuperación de la memoria histórica es un compromiso de los ciudadanos que saben que Cuenca, comprometida también con la modernidad, debe seguir siendo única y no transformarse en una metrópoli gris, como tantas otras que existen en el mundo.


Publicado el 23 de noviembre de 2011

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Reivindicación de la corbata

He leído a un escritor argentino residente en España decir que, si pudiera hacerlo, retornaría inmediatamente después del próximo domingo a Buenos Aires, “porque mi país de adopción no puede volver a ser gobernado por gente con corbata”.

Se refiere claramente a que está seguro que el próximo domingo el Partido Popular (PP) ganará las elecciones españolas.

La corbata es, para este escritor, una clara muestra de pensamiento retrógrado, oscurantismo, derechización.

Es cierto que, para algunos, usarla puede significar echarse un lazo al cuello, con la sensación molesta que se siente en el cadalso. A otros parece dificultarles la circulación sanguínea porque pierden la capacidad de pensar con claridad.

La corbata, de origen italiano y, según los entendidos, proveniente de la palabra “croata”, fue introducida por mercenarios de tal origen alrededor del año 1650, y posteriormente se extendió por todo el mundo. Fue, y sigue siendo, una prenda eminentemente masculina aunque sea políticamente incorrecto continuar haciendo divisiones por sexo –que no de género, pues éstas pertenecen a la gramática-. Por ello, ciertas mujeres audaces: George Sand, Marlene Dietricht o Madonna, las usaron como una forma de provocación.

No está demás recordar que una de las fotografías de más éxito en los calendarios “de lluchas”, que encontramos aún en mecánicas o vulcanizadoras, es la de la chica con grandes atributos que no tiene puesto nada, ¡excepto una corbata!

La usan gobernantes de las más diversas condiciones: desde los jerarcas chinos hasta el señor Obama. Lo han hecho también Lenin y Henry Ford. Se mezclan, a veces, con camisas de raigambre autóctona, pero vuelven a aparecer en las imágenes oficiales o en los carteles. Me pregunto si hay alguna diferencia entre el uso de la corbata y el del traje sastre con el asumió su cargo una nueva ministra, que antes utilizó el uniforme de guerrillera.

Hay profesiones que requieren una corbata pues ésta demuestra que el señor que la usa es confiable. ¿No está Ud. de acuerdo? Pregúntese si preferiría ser operado por un médico que se la quita para ponerse la bata de quirófano, o por quien nunca la ha usado. Al final, la corbata es un signo externo, como pudo ser la bufanda o la shigra para los estudiantes de Sociales de los años setenta. Hoy, aunque no lo quiera, el novel abogado tiene que aprender a “hacerse el nudo”, pues el cliente –sobre todo el que proviene del pueblo- espera que su defensor asuma con responsabilidad y respeto su caso: el uso de la corbata da por lo menos esa apariencia.


Publicado el 16 de noviembre de 2011

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Discriminación y jueces

Se ha publicado en la prensa del país una larga lista de nombres –son 334- del concurso para designar los jueces de la Corte Nacional de Justicia. De estos se elegirán 21.

La lista contiene el resultado de la fase de méritos y la nota máxima que podía obtener cada candidato es de 30 puntos. Sin embargo hay alguno que tiene más de 30: una de ellas aparece con 33. No es un error aritmético sino de la aplicación de un reglamento que utiliza medidas de acción afirmativa, que permiten que ciertas personas puedan sumar hasta cuatro puntos más y, por ende, rebasar los 30.

La acción afirmativa es conocida también como “discriminación positiva” definida como la “protección de carácter extraordinario que se da a un grupo históricamente discriminado, especialmente por razón de sexo, raza, lengua o religión, para lograr su plena integración social”.

La acción afirmativa en el presente concurso trata, en consecuencia, de amparar, favorecer o defender a las personas que forman parte de grupos discriminados y que, por ello, no podrían acceder a la Corte Nacional.

En este caso han recibido dos puntos o más (hasta cuatro) las mujeres, los emigrantes, los candidatos con discapacidades, los domiciliados en los últimos cinco años en una zona rural, los que se encuentran incluidos en grupos de pobreza, y quienes se han calificado a si mismos como parte de pueblos o nacionalidades indígenas, afroecuatorianas o montubias.

Caben algunas reflexiones al respecto: ¿estos grupos han sido discriminados y no han llegado, por ser tales, a la máxima instancia de la Administración de Justicia?

¿Se reconoce de esta forma su valor cuando, ante una misma calificación en las pruebas de oposición y méritos, tiene más derecho para llegar a la Corte Nacional el emigrante, la mujer, el ciudadano con índice de pobreza mayor, o quien ha expresado que pertenece al pueblo montubio?

Por último: ¿la persona beneficiada con la discriminación positiva será mejor juez que un hombre mestizo, sin discapacidades físicas, que haya residido en una de las zonas urbanas del país, laborado en la Función Judicial y, por tanto, no está en uno de los quintiles de pobreza?

Esperamos todos que la nueva Corte Nacional de Justicia cuente con hombres y mujeres capaces y honestos, que desarrollen el ejercicio de la magistratura con honorabilidad y sapiencia.


Publicado el 9 de noviembre de 2011

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pelea en el Parque de las Monjas

Las fiestas bailables, o matinés, que fueron objeto de un artículo anterior, a veces no terminaban tan bien como se esperaba. Una vez cumplido el rito de la música nacional y terminado el baile, quedaban ciertos rencores entre los asistentes, nacidos, cuando no, de las enamoradas que habían bailado demasiado con otro o, lo que era peor, habían “aceptado” a otro.

La fiesta, en ese momento se congelaba. Los involucrados en la discrepancia se veían obligados a asumir una posición nacida de un sentimiento atávico arraigado en lo más profundo del ser –el duelo- y el asunto terminaba en una pelea.

Pero esta pelea no era necesariamente el mismo momento. A veces había un desafío para el día siguiente, en el Parque de las Monjas, o en el llano al lado del Tres Estrellas; en otras, la situación se zanjaba en el Parque de la Madre, lugares propicios para el enfrentamiento a puños.

Las reglas estaban claras: nada de patadas en el suelo si uno de los contrincantes se caía; tampoco estaban permitidos los mordiscos, ni la rasgada de la ropa. ¿Reglas de caballeros? Tal vez, aunque prevalecía en el subconsciente de los peleadores y de sus amigos una frasecita que tintineaba en el fondo de la cabeza: “no hagas a otro lo que no quisieras que te hagan a ti.” Reflexión que, entre otras cosas, ha dado origen no solamente a las normas de convivencia sino también al Derecho.

Una vez iniciados los golpes, las dos jorgas que presenciaban haciendo un ruedo, cuidaban que no se involucraran terceros y que el amigo no aguantara demasiado. Rápidamente el asunto terminaba y los contrincantes, todavía mal encarados, con un ojo morado de seguro, se estrechaban la mano como un signo de que todo había concluido.

Me consta, por experiencia, que una vez terminada una pelea en el Parque de la Madre, las jorgas se dividían y los grupos, encaramados en una paila de camioneta, subían mezclados en una demostración de que el asunto estaba zanjado.

¿Tiempos mejores? Tal vez. No se usaban manoplas - tal vez un corcho en los puños para que el golpe fuera más duro- y tampoco botas con punta de acero. De ninguna forma se mandaba a pegar con otro y, menos aún, pagando. Jamás alguien habría usado un puñal. Un arma de fuego era algo impensable.

Indudablemente se producía una situación violenta, no deseada, pero que se asumía con hombría de bien. Muchos de los peleadores llegaron a ser buenos amigos y la “trompiza” es hoy una anécdota de juventud, aunque una nariz rota queda para siempre.


Publicado el 2 de noviembre de 2011

miércoles, 26 de octubre de 2011

Las bancas del Parque

El Parque Calderón ha sido siempre el centro de la ciudad. No me refiero al lugar geográfico de la urbe naciente que, como toda ciudad basada en el sistema español, definió un punto rodeado por la estructura del poder: la representación del gobierno central, la sede del gobierno local, la iglesia como imagen del gobierno espiritual y la corte, como la encarnación de la aplicación de la justicia.

Hago referencia, más bien, al lugar por donde todos los ciudadanos, en diferentes horarios, transitaban o permanecían como en un ritual que se repetía diariamente.

Las fiestas populares se llevaban a cabo en este lugar; también el desfile del 3 de noviembre tenía su momento más solemne y gallardo cuando las bandas de guerra lo bordeaban , subiendo por la calle Bolívar, a diferencia del Pase del Niño, que bajaba por la misma calle.

Los amigos se reunían también en el Parque y cada grupo tenía su lugar propio. Las bancas que daban hacia el antiguo Seminario eran ocupadas por ciertos grupos, las que daban a la casa de la familia Córdova, por otros. Los que empezaban la “ocupación” podían sentarse frente a la Catedral Vieja, los demás, ante el nuevo Palacio Municipal.

Lo extraño, que no parecía de mala costumbre, es que los muchachos se sentaban sobre los espaldares de las viejas bancas de cemento, para otear con más claridad la llegada de otros amigos, el paso de las chicas hacia los colegios que estaban todos en el centro, y poner mala cara a los ocupantes de las demás bancas.

La picaresca popular aparecía cuando la jorga encontraba que había un grupo de campesinos sentados en la banca de su propiedad. ¿Qué hacer? ¿Perder la imagen ante los demás grupos, que se reirían de aquellos que no pudieron cuidar su punto de encuentro, casi el tótem que los unía? 

No faltaba el audaz que se acercaba a los campesinos para manifestar, en clara voz, que solicitaba que se levantaran porque “iban a llevarse la banca para componerla”. Los parroquianos lo hacían sin dudar, lo que permitía que los engañadores tomaran inmediatamente posesión del lugar, sentándose en el respaldo.

Hoy el Parque Calderón está muy bonito pero las jorgas han desaparecido del lugar. Quedan todavía algunos jubilados, uno que otro gringo en pantalones cortos, y parejitas de enamorados cariñosos. Pero todo cuencano, uno u otro día del mes pasará por el lugar y lo verá con los ojos de niño en el Septenario, o del joven que se sentó en uno de los espaldares de las bancas que ya no están.


Publicado el 26 de octubre de 2011

miércoles, 19 de octubre de 2011

Matinée bailable

Alguna vez me dijeron que el tiempo actual es de muy mala calidad, pues se acaba muy pronto. Parece que es cierto, porque falta poco para que termine el año. Pero, antes de llegar a las navidades, nos encontramos con las fiestas de Cuenca, momento propicio para que los jóvenes –y los demás- puedan divertirse y olvidar el incremento de los precios, los problemas de la extracción minera, el tránsito inmisericorde de las calles de Cuenca y, hasta el 30 ése.

Es verdad que las fiestas han cambiado y los jóvenes aparecen ahora al filo de la media noche para iniciarlas.

No sucedía lo mismo cuando los jóvenes estudiantes, con una semana de vacaciones, podían organizar matinées bailables, que empezaban a las dos y media de la tarde y terminaban, cuando más, a las seis. A esa hora, las mamás, y uno que otro papá mal encarado, rondaban el lugar de la fiesta, generalmente la casa de una de las chicas organizadoras, o las antiguas discotecas de la ciudad, todas privadas, entre las que descollaban El Ninacuro, la Tumba, la Locoteca, el Samurai. Los padres veían con iracundia los posters que aparecían en el lugar de la fiesta, con leyendas iconoclastas tan decidoras como aquella que decía: “Vivir intensamente, morir joven y ser un cadáver guapo”.

La parranda empezaba, cuando no, con un tipo de música que en general era llamada “cumbia”, no importa si se trataba de un mambo de Pérez Prado o de un porro, pues toda música tropical se incluía dentro de ese nombre genérico. Un poco más adelante aparecían algunas piezas de rock-n-roll, que no gustaban a todos y, por fin, las llamadas baladas.

Ese era el mejor momento de la fiesta, el que permitía, con el acompañamiento de la voz de Sandro, atreverse a declarar el amor a una chica, que jamás contestaría en el mismo momento. El galán tenía que esperar pues otra cosa era impensable, aunque existían los milagros.

Por fin, y bajo la sospecha que quien ponía las últimas piezas era el dueño de casa, se escuchaban al filo de las seis de la tarde algunas canciones de música autóctona, entre ellas la conocida Chola Cuencana, lo que era una señal inequívoca de que la fiesta había terminado.

Los que tenían más posibilidades eran los encargados de llevar a las chicas a sus casas, en el carro del papá, y devolverlas sanas y salvas. Los otros se desbandaban, contentos los que habían recibido un si, o descorazonados los que no lograron su cometido.

En todo caso, pese a que posiblemente la fiesta fue el día de Todos los Santos o, inclusive, el de Difuntos, habría posibilidades de ver a la escogida al día siguiente, en el desfile.

¡Eran buenos tiempos!


Publicado el 19 de octubre de 2011

miércoles, 12 de octubre de 2011

La manzana y la muerte



¿Por qué la muerte de un hombre al que no conocemos puede impactarnos de tal manera que, en el fondo, nos parece extraño que suceda?

Si hemos seguido las páginas de los diarios o las noticias de la televisión. Mas aún, si hemos revisado nuestra cuenta de Facebook o Twitter, o navegado por la red en estos últimos días, habremos encontrado el rostro de un hombre barbado, flaco, con lentes redondos, que nos mira fijamente. Es –o fue- Steve Jobs, el fundador de la compañía Apple.

En nuestra propia ciudad hay quienes que se han sentido extrañamente tristes por la desaparición de este personaje. Sin embargo el sentimiento es común: Emilcar, un bloguero español, se hace la misma pregunta: ¿Qué me pasa, que siento esta muerte como la pérdida de un pariente o un amigo?

Las razones pueden ser muchas: la globalización, entre otras cosas buenas o malas, ha empequeñecido el mundo y lo que sucede en cualquier lugar lo conocemos, de manera inmediata,  al otro lado del planeta. No es lo mismo leer una noticia de lo que sucedió hace tres meses, que sentirla vibrando en el momento que pasa.

Sin embargo esta consideración no es objetiva: no habría sucedido lo mismo si el jefe de una gran corporación mundial, explotadora de petróleo o fabricante de acero, hubiera muerto.

Hay una sensación general regada en todo el mundo, que este hombre, Jobs, cambió en mucho la historia que vivimos diariamente. Que muchas de las cosas que utilizamos para trabajar, las computadoras,  o de las que gozamos, como la música que escuchamos en un minúsculo reproductor de sonido, han nacido de su ingenio. Que la posibilidad de relacionarnos con los amigos y parientes que no hemos visto en años, y con los que compartimos fotos de los hijos o de los nietos por la telaraña virtual, tienen que ver con el trabajo de Jobs.

El concepto de las ventanas en el computador- antes de Windows-,  el uso del ratón para manejarlo; la relación entre el hombre y la máquina por medio de imágenes que podemos reconocer porque nos son familiares y no simples instrucciones, han sido desarrollados también por Jobs.

Jobs, por supuesto, no era perfecto pues ningún ser humano lo es. Sin embargo, en la balanza que pesa  lo que hizo bien y lo que hizo mal, este ciudadano del mundo muestra un desbalance positivo indudable.

Al final de cuentas hay gente que sufre mucho cuando muere una estrella de cine o un cantante, cuyo único mérito puede ser una cara bonita. La sensación de pérdida por Steve Jobs, demuestra que la humanidad tiene también inquietudes que van más allá de lo anodino: otros Jobs pueden aparecer impulsados por el ejemplo de este adelantado de nuestro tiempo. 


¡Piensa diferente!


Publicado el 12 de octubre de 2011

miércoles, 5 de octubre de 2011

Un bus rojo y el cáncer

Los pueblos de la provincia del Azuay han visto en estos últimos meses, en un día cualquiera, que un bus rojo se acerca en medio de la polvareda o de la lluvia. La gran mole estaciona en medio de la plaza y baja su escalerilla, abriendo su interior para que los campesinos puedan ser examinados.

El gran bus rojo ha estado ya en Jima, San Bartolomé, Ludo, Guarumales, San Vicente, Chicán, y otros lugares que mucha gente no conoce. ¿Sabía Usted que están por aquí cerca?

Los médicos han atendido a miles de personas; utilizando tecnologías nuevas envían por satélite los análisis al hospital, donde otros, especializados en el área, dan un diagnóstico que vuelve por el ciberespacio al lugar de donde provino.

Es que el campesino, a veces, no regresa si se le pide que vuelva por el resultado de su examen. El trabajo habría sido, por tanto, inútil.

En la ciudad, un niño es atendido en el mismo hospital para un trasplante de médula. Este tratamiento tiene una altísima complejidad científica. Salva su vida porque tuvo la oportunidad de venir a Cuenca y encontrar que aquí podían atenderle.

Cáncer: palabra que nos impacta y abruma. Esta enfermedad, segunda en mortalidad en el planeta, no solamente la sufre el enfermo sino que afecta al núcleo familiar produciendo angustia inenarrable y destrozando muchas veces la vida de los más cercanos. 

La ciencia ha avanzado en la investigación de este mal, pero no ha llegado a encontrar remedio para evitarlo. Sin embargo, es conocido que su descubrimiento temprano permite su tratamiento e inclusive su curación.

Todo esto hace SOLCA, a veces sin el conocimiento de la ciudadanía y con la incomprensión de las autoridades. Hace algunos años desapareció el ingreso que recibía de los créditos bancarios. Hoy SOLCA está sujeta a que sus ingresos vengan del Presupuesto General de Estado, en el mismo valor fijado para el año 2008 pues no ha habido incremento. La Institución ha podido mantener su calidad por la autogestión que permite que, el que puede, pague por su tratamiento y colabore con los más pobres. 

Sin embargo el Estado le ha encargado nuevos retos: hoy los pacientes del Programa de Protección Social y los del IESS también son atendidos por SOLCA.

La Institución espera que su presupuesto aumente, pues solamente así podrá continuar desarrollando proyectos científicos que ayuden al control y la prevención de este flagelo que ataca a cualquiera, sin discriminar.


Publicado el 5 de octubre de 2011
coincidencialmente  la fecha de la muerte de Steve Jobs,
fundador de Apple,  enfermo de cáncer

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La Escuela Judicial y Cuenca

Está fuera de toda discusión que la formación profesional nunca termina. La universidad es uno más de los peldaños que debe subir la persona que busca éxito, pero el tercer nivel ha quedado corto y, hoy, muchos continúan sus estudios de cuarto nivel con el objeto de mejorar su preparación y, por supuesto, sus ingresos.

En esta semana se han reunido en esta ciudad varios miembros activos de la Función Judicial y de la Red de Universidades, para proponer al país que Cuenca sea la sede de la Escuela Judicial. No solamente consideran que su implantación en nuestra ciudad supone el reconocimiento de la calidad profesional y moral de los jueces que actúan en este Distrito, sino que permitirá que los alumnos de la Escuela sean acogidos en un entorno solvente para desarrollar su formación, tanto en los académico como en lo urbano.

La Escuela Judicial formará a jueces y fiscales que trabajarán posteriormente en todo el Ecuador, luego de los correspondientes concursos de oposición y méritos. Supondrá un cambio radical del sistema que, hasta ahora, ha sido utilizado para el ingreso de los funcionarios encargados del área de la justicia.

Este desafío es de importancia para el desarrollo de una nueva clase de funcionarios de la administración de justicia. Se basa tanto en la tradición cuencana de la honradez profesional, como en el éxito que han tenido los cambios implantados en nuestros juzgados y en los nuevos elementos de formación que requiere una sociedad moderna.

Esta idea debe ser desarrollada prontamente para permitir que las autoridades que deben resolver el lugar de la sede de la Escuela Judicial escojan a Cuenca para implantarla.

La posibilidad de que esto suceda no solamente se encuentra en manos de los cuencanos; sin embargo, si proponemos un proyecto que se muestre factible habremos dado un importante paso para lograrlo.

No está demás recordar que Cuenca pudo ser la sede de la Corte Nacional de Justicia, anhelo que no llegó a cuajar entre otras cosas por divisiones internas. La propuesta actual no es descabellada: en España la Escuela Judicial se encuentra en Barcelona, no en Madrid; igual sucede en Costa Rica, pues San José no es la sede.

Una real descentralización se mide en hechos que demuestren que la voluntad política se encuentra a la par del discurso. Resolver que Cuenca reciba a la Escuela Judicial mostrará que el país no está abocado a una nueva concentración de poderes.


Publicado el 28 de septiembre de 2011