miércoles, 30 de noviembre de 2011

Casas de Cuenca

Nuestra ciudad atraviesa en estos días una actividad cultural muy importante. Se ha abierto la Bienal, la gente va a la presentación de películas que están fuera del circuito comercial y se ha inaugurado el Festival de la Lira.

La cita de poetas hispanoamericanos, en su acto inaugural, redescubrió al escritor Enrique López Diez, personaje misterioso y longevo que vivió más de 100 años y construyó su casa en la calle Bolívar frente a lo que es hoy la Mansión Alcázar, en el barrio de la Iglesia del Cenáculo.

La poesía nos incita a re-caminar Cuenca y a encontrar en ella nuestras casas con patio, traspatio y huerta. Algunas con altas torres, como pajareras, para bucear en el océano inmenso de las estrellas que podían verse desde la ciudad antes de la contaminación luminosa que nos agobia. Otras con cielorrasos de latón pintado, provenientes de París y trasladados por el Cajas hacia el valle de las flores.

Casas que aún conservan el canto del gallo de pelea, en el momento de la traba con espuelas de espina de pescado o de hueso, afiladísimas como puñales para causar la muerte instantánea del rival. Otras, que tienen el árbol de higo apoyado a la tapia, como el mejor lugar para cosechar esta fruta, tan antigua que hay quien sostiene que fue la que Eva dio a Adán, y no una manzana.

Huertas con plantas medicinales para curar los males del cuerpo y del alma. La hierbabuena olorosa al roce de las manos caseras que arrancan las hojitas para la preparación de la infusión.

Casas que tienen en el fondo un “cuarto oscuro”, en que se amontonan toda clase de objetos misteriosos y que fueron, a la vez, motivo de las pesadillas de los niños y reto para vencer el miedo. Cuartos oscuros donde están, en total desorden, maniquíes de celuloide, máquinas de escribir que tienen cuatro hileras de teclas, un cuadro del Ángel del Dolor que se usó en el velorio de la matrona de la casa, un cartel con peces entre los que están el desconocido narval con su cuerno retorcido que agujerea una canoa, revistas viejas de Leoplán y El Peneca, y tantas cosas que fueron utilizadas, contempladas y amadas por personas que ya no están, reposando cubiertas de polvo hasta que van a parar, para siempre, en un infame depósito final: el basurero.

Estos patios se han transformado de caballerizas en garajes, por el burdo transcurrir del tiempo que todo lo destruye.

La recuperación de la memoria histórica es un compromiso de los ciudadanos que saben que Cuenca, comprometida también con la modernidad, debe seguir siendo única y no transformarse en una metrópoli gris, como tantas otras que existen en el mundo.


Publicado el 23 de noviembre de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario