miércoles, 19 de octubre de 2011

Matinée bailable

Alguna vez me dijeron que el tiempo actual es de muy mala calidad, pues se acaba muy pronto. Parece que es cierto, porque falta poco para que termine el año. Pero, antes de llegar a las navidades, nos encontramos con las fiestas de Cuenca, momento propicio para que los jóvenes –y los demás- puedan divertirse y olvidar el incremento de los precios, los problemas de la extracción minera, el tránsito inmisericorde de las calles de Cuenca y, hasta el 30 ése.

Es verdad que las fiestas han cambiado y los jóvenes aparecen ahora al filo de la media noche para iniciarlas.

No sucedía lo mismo cuando los jóvenes estudiantes, con una semana de vacaciones, podían organizar matinées bailables, que empezaban a las dos y media de la tarde y terminaban, cuando más, a las seis. A esa hora, las mamás, y uno que otro papá mal encarado, rondaban el lugar de la fiesta, generalmente la casa de una de las chicas organizadoras, o las antiguas discotecas de la ciudad, todas privadas, entre las que descollaban El Ninacuro, la Tumba, la Locoteca, el Samurai. Los padres veían con iracundia los posters que aparecían en el lugar de la fiesta, con leyendas iconoclastas tan decidoras como aquella que decía: “Vivir intensamente, morir joven y ser un cadáver guapo”.

La parranda empezaba, cuando no, con un tipo de música que en general era llamada “cumbia”, no importa si se trataba de un mambo de Pérez Prado o de un porro, pues toda música tropical se incluía dentro de ese nombre genérico. Un poco más adelante aparecían algunas piezas de rock-n-roll, que no gustaban a todos y, por fin, las llamadas baladas.

Ese era el mejor momento de la fiesta, el que permitía, con el acompañamiento de la voz de Sandro, atreverse a declarar el amor a una chica, que jamás contestaría en el mismo momento. El galán tenía que esperar pues otra cosa era impensable, aunque existían los milagros.

Por fin, y bajo la sospecha que quien ponía las últimas piezas era el dueño de casa, se escuchaban al filo de las seis de la tarde algunas canciones de música autóctona, entre ellas la conocida Chola Cuencana, lo que era una señal inequívoca de que la fiesta había terminado.

Los que tenían más posibilidades eran los encargados de llevar a las chicas a sus casas, en el carro del papá, y devolverlas sanas y salvas. Los otros se desbandaban, contentos los que habían recibido un si, o descorazonados los que no lograron su cometido.

En todo caso, pese a que posiblemente la fiesta fue el día de Todos los Santos o, inclusive, el de Difuntos, habría posibilidades de ver a la escogida al día siguiente, en el desfile.

¡Eran buenos tiempos!


Publicado el 19 de octubre de 2011

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