miércoles, 26 de octubre de 2011

Las bancas del Parque

El Parque Calderón ha sido siempre el centro de la ciudad. No me refiero al lugar geográfico de la urbe naciente que, como toda ciudad basada en el sistema español, definió un punto rodeado por la estructura del poder: la representación del gobierno central, la sede del gobierno local, la iglesia como imagen del gobierno espiritual y la corte, como la encarnación de la aplicación de la justicia.

Hago referencia, más bien, al lugar por donde todos los ciudadanos, en diferentes horarios, transitaban o permanecían como en un ritual que se repetía diariamente.

Las fiestas populares se llevaban a cabo en este lugar; también el desfile del 3 de noviembre tenía su momento más solemne y gallardo cuando las bandas de guerra lo bordeaban , subiendo por la calle Bolívar, a diferencia del Pase del Niño, que bajaba por la misma calle.

Los amigos se reunían también en el Parque y cada grupo tenía su lugar propio. Las bancas que daban hacia el antiguo Seminario eran ocupadas por ciertos grupos, las que daban a la casa de la familia Córdova, por otros. Los que empezaban la “ocupación” podían sentarse frente a la Catedral Vieja, los demás, ante el nuevo Palacio Municipal.

Lo extraño, que no parecía de mala costumbre, es que los muchachos se sentaban sobre los espaldares de las viejas bancas de cemento, para otear con más claridad la llegada de otros amigos, el paso de las chicas hacia los colegios que estaban todos en el centro, y poner mala cara a los ocupantes de las demás bancas.

La picaresca popular aparecía cuando la jorga encontraba que había un grupo de campesinos sentados en la banca de su propiedad. ¿Qué hacer? ¿Perder la imagen ante los demás grupos, que se reirían de aquellos que no pudieron cuidar su punto de encuentro, casi el tótem que los unía? 

No faltaba el audaz que se acercaba a los campesinos para manifestar, en clara voz, que solicitaba que se levantaran porque “iban a llevarse la banca para componerla”. Los parroquianos lo hacían sin dudar, lo que permitía que los engañadores tomaran inmediatamente posesión del lugar, sentándose en el respaldo.

Hoy el Parque Calderón está muy bonito pero las jorgas han desaparecido del lugar. Quedan todavía algunos jubilados, uno que otro gringo en pantalones cortos, y parejitas de enamorados cariñosos. Pero todo cuencano, uno u otro día del mes pasará por el lugar y lo verá con los ojos de niño en el Septenario, o del joven que se sentó en uno de los espaldares de las bancas que ya no están.


Publicado el 26 de octubre de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario