Un hombre dice a su psiquiatra, “doctor, ¿qué tengo? No levanto la cabeza, me río solo, no hablo con la gente, me hablan pero no pongo atención, parezco un idiota”
El médico le contesta: “usted tiene WhatsApp”
Es verdad: este mundo está lleno de distracciones que llegan a ser más fuertes que la más fuerte de las personalidades. Pasaron de la “caja tonta”, como se llamó a la televisión, a los nuevos sistemas de comunicación y al uso de los teléfonos inteligentes.
Resulta gravemente perjudicial que este mundo virtual haya desalojado al mundo real de la vida cotidiana. Contaba un padre que había entregado a su hijo de once meses una tablet para distraerle. Lo había hecho con el mejor de los motivos; incluso las aplicaciones eran propias para niños pequeños. Sin embargo, el chico necesitó tratamiento para permitirle el desarrollo de la motricidad fina: usando solamente un movimiento digital para señalar la pantalla, no había desarrollado la habilidad de unir el índice y el pulgar para poder agarrar un objeto pequeño. El tratamiento se llevó a cabo cuando el niño tenía... ¡trece meses de edad!
Nada es bueno o malo por si mismo, ni podemos igualarnos a aquellos trabajadores ingleses que rompieron las máquinas al inicio de la revolución industrial.
Por otra parte, el uso de las “TIC” (casi como el sonido de un reloj) o “tecnologías de la información y comunicación” han producido cambios radicales en la enseñanza. Hoy los jóvenes tienen la misma posibilidad de conseguir información que los adultos.
No hay discusión que no pueda salvarse con una visita a google y tienen todas las posibilidades para investigar, aunque es responsabilidad de los adultos enseñarles a distinguir la información valiosa de aquella que es basura. Si antes se pensaba que todo lo impreso era verdadero, hoy, erradamente se cree que todo lo que está en la internet es válido.
Entre tanto, si un niño ve que sus padres dan más importancia a una pantalla que a un contacto visual; más valor a una fotografía que a una planta real en el jardín de la casa o más cariño a un tamagotchi –o cualquier animal virtual– que a un perro, no habrá que asombrarse que este ciudadano del futuro crezca alienado –ajeno a todo- y sin contacto humano.
No sería nada raro que después se enamore de una muñeca de caucho a la que pueda manejar con un control remoto.
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10613-distracciones-permanentes/
Publicado el 29 de abril de 2015
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