En la casa
había un botiquín, y en el botiquín se encontraban los remedios para curar las
enfermedades usuales de toda la familia.
Uno de ellos
era un emplasto rosado, que se calentaba a baño maría y después se untaba en el
cuello con un cuchillo plano, de esos que servía para poner la mantequilla en
el pan. Esta masa caliente se extendía
por el pecho de manera fácil, hasta que empezaba a enfriarse. Entonces se quebraba
toda y las astillas se desparramaban por
las sábanas. ¿Seguro que el numoticine curaba?
Las
amígdalas inflamadas tenían un método curativo infalible: salía de la caja un largo palito de madera, en
que se envolvía un algodón que era prontamente introducido en el mertiolate.
Las tocaciones dejaban no solamente un
sabor a yodo en lo más profundo de la garganta, sino también una sensación
enorme de nausea.
No había
mejor cicatrizante que la hoja del geranio bien mordida, que se ponía sobre la
herida de los dedos para que deje de sangrar. Las hojas de eucalipto en agua
hirviendo, puestas en una lavacara debajo de la cama, permitan respirar en la
larga noche cuando la tos levantaba a todos en la casa.
La ruda, con
su olor pungente, o el azote con ortiga, podían también calmar los síntomas o
curar enfermedades raras, sin dejar de considerar que esta última podría ser un
buen antídoto contra los tragos del marido demasiado amante de la farra.
Si dolía la
cabeza estaba aconsejado aplicar en las sienes unos trozos de azufre amarillo,
que detendrían de inmediato el barreno
que taladraba la testa. Si era muy fuerte el dolor, unas hojas de higo atadas a
un pañuelo podrían ser una aceptable e
impresentable solución.
Todo tenía cura
o por lo menos parecía tenerla: un baño en alcohol no solamente que bajaba la
temperatura sino que producía una sensación inmediata de bienestar. Soplar un
ojo, apegando la boca al pañuelo,
ayudaba a que la mota de polvo que nublaba la vista desapareciera de inmediato.
Todo era
bueno, hasta un punto, mientras no llegara el supositorio. El viejo vecino del barrio ya lo
dijo: “Me floto, me floto, pero no me pasa el dolor”
Bendita
medicina casera, que nos permitió sobrevivir.
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10646-el-botiqua-n/
Publicado el 6 de mayo de 2015
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