El monumento es muy grande y bonito: Bolívar mira la línea de rascacielos y el parque desde lo alto de su caballo. Debajo está un carrito con ruedas en el que trabaja María, una ecuatoriana, que, en el tórrido verano neoyorquino, vende agua, fotos de John Lennon y las consabidas camisetas que dicen "I love NY"
María cuenta que no ha vuelto a su país desde hace catorce años. Viajó a esta ciudad porque sus padres también vinieron a trabajar. Ellos han retornado a Guayaquil pero María se quedó.
Grand Central Station hierve de gente: las diferentes redes urbanas del metro y los trenes tienen aquí su punto de contacto. Hay que caminar de la mano para evitar perderse.
En su interior está el Oyster Bar y, cómo no, uno de los mozos es José, oriundo de Déleg, de esos que, al identificarlo, preguntan: "¿Y de qué parte de Cuenca es usted?”, para concluir indicando que su esposa e hijos también son cuencanos, pero de Baños.
Trabaja casi veinte años en el lugar y dice orgulloso que lo hace “ocho horas al día y cinco a la semana”. Es, por tanto, un privilegiado.
José expresa que nunca más volverá al Ecuador y tiene una razón simple: su papá ha muerto pero él lo siente vivo y lo sentirá de esa manera mientras no vaya al país. Retornar será, entonces, encontrarse con una realidad que no desea aceptar.
La cuenta ya fue entregada pero José se queda platicando un poco más. Inquiere sobre lo que pasa en el Ecuador y revela, orgulloso, que tiene una casa cerca del Colegio Borja, pero que nunca ha visitado y que conoce sólo en fotografías.
En la cola de ingreso al barco que va a Ellis Island, bajo un sol abrasador, se oye el cantadito de una pareja con un niño en un coche. Ella está nuevamente embarazada. Trabajan, por lo que parece, en alguna factoría. Hoy van a visitar a “Miss Liberty”.
Mientras esperan pasa un bus con un letrero que dice “All you need is Ecuador”
Publicado el 29 de julio de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11041-nyc-y-los-nuestros/
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