Eran unas bancas de cemento, que nada tienen que ver con las bonitas bancas de madera y hierro de hoy. Además estaban pagadas por los comercios que rodeaban el parque. La que usábamos tenía un bajorrelieve de las pinturas Glidden que, en otro tiempo, también estuvo pintado.
Cada jorga tenía su propia banca: la nuestra, frente al antiguo Seminario; los demás tenían la suya delante de la Catedral Nueva, o del almacén de Eljuri, o frente a la casa de la familia Córdova, o de la señora Rosita Jerves.
Por alguna razón desconocida jamás se usaron las bancas que estaban frente a la Catedral Vieja.
Llegábamos uno a uno, esperando que pronto aparecieran los demás. Rubén no se sentaba: venía despacio, desde su casa en el Puente del Centenario y ponía un pie en el asiento. Siempre usó botas de caña y era el momento para lucirlas.
Los demás si ocupábamos nuestro lugar, pero el que llevaba tarde ya no tenía puesto.
Algunas veces encontrábamos en ella a campesinos que habían llegado a la ciudad. ¿Recuerdas la primera decepción al encontrar ocupado el sitio y la solución que dio alguno de los amigos?
Se acercó sin dudar a los campesinos y les dijo que íbamos a llevarnos la banca. Cuando se levantaron, sumisos y convencidos, los de la jorga tomaron inmediatamente su puesto. El truco siempre pareció odioso pero no fuimos los únicos en utilizarlo.
Desde esa banca vimos pasar a las chicas de las Catalinas, el Garaicoa y los Corazones. Pasó el Santísimo en alguna fiesta de Corpus. Desde allí fuimos al velorio del papá de un amigo en la iglesia de San Alfonso. Era el lugar para reunirnos. ¿Te acuerdas todavía?
Publicado el 22 de julio de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11009-las-bancas-del-parque/
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