Leído
en la pared de madera que rodea un edificio en construcción en la ciudad de
Quito: “Para estrenar: pent-house con splashpool, wi-fi en todos los pisos,
suites con kitchenette…” Escuchado en una radio en Cuenca: “Mall … tu punto de encuentro en este back to
school…”
En
las oficinas se oye: “Su falta de cuidado supone un memo al file” o “Vamos a lonchar” y también “Ponle slash
para el sort de esa lista…” pues de otra manera no podrás accesar a la
información.
Si
uno de nuestros ciudadanos comunes de hace sesenta años se levantase, supondría
que el idioma de sus antepasados ha desaparecido y ha sido sustituido por otro,
ininteligible.
Es
cierto que el idioma es una pieza viva de la cultura, pero la razón fundamental
de su existencia es permitir la comunicación entre los seres humanos.
No
es fácil entender en qué gastaba don Quijote de la Macha su plata, pues con “el resto della concluían sayo de velarte, calzas
de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana
se honraba con su vellorí de lo más fino”. O qué pasaba con el Cid
Campeador cuando “de los sos ojos tan fuerte mientre lorando/
tornava la cabeça
y estava los catando.”
Pero
las frases antedichas son el nacimiento de nuestro propio idioma, que ha ido
tomando palabras del griego, el latín, el árabe y otros más, para enriquecerse
en los últimos cinco siglos con las lenguas y dialectos americanos.
Buena
parte de los cambios se deben a la tecnología, que no ha encontrado palabras
adecuadas en español para representar el concepto de una nueva pieza, sistema o
artefacto. La gente se niega a decir “tableta”, en vez de “tablet” y el “dvd”
se pronuncia “dividí”.
En muchas
cédulas de identidad los apellidos que se escriben con “ñ”, aparecen con “n” pues
el sistema operativo no permite hacerlo de otra manera. Así encontramos a los
“Munoz” y los “Ordónez”, y algún amigo
nos desea “feliz cumpleannos”.
La
lengua es parte de la identidad. Tratemos de mantenerla hasta donde sea posible.
Otros países lo hacen: las noticias argentinas nos han informado que la
presidenta Cristina Fernández usa “calzas” y no “leggins”, aunque esa palabrita
parezca venida de tiempos del Quijote.
Publicado el 2 de octubre de 2013
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