Lo recuerdo claramente: el día que conseguí el dinero
suficiente para comprar el disco (long play, para llamarlo más claramente) fue
el mismo que un avión Hércules llegó al aeropuerto Mariscal Lamar y aterrizó
entre una nube de polvo ante la mirada de cientos de personas que nunca habían
visto una nave tan grande.
La cola del avión se veía claramente desde la Avenida
España, sobre la casita del terminal aéreo, rodeada de cipreses que siempre
dieron un olor especial a las despedidas de quienes viajaban hacia lugares
lejanos.
Hasta ese momento todavía volaban los Douglas DC3, que se
ven en las películas de la Segunda Guerra Mundial, aunque habían llegado
también los Vickers Viscount y tal vez
un Caravelle, que sí era un jet.
El disco estaba fabricado por Ifesa y tenía su carátula
sellada con plástico. Adentro estaba la joya que acababa de adquirir, envuelta
en una cubierta que impedía los rayones sobre el vinilo negro y brillante. La
imagen de la carátula mostraba a cuatro jóvenes en la nieve, con ropa oscura,
que alzaban sus brazos para dibujar, en
clave, cuatro letras, como aquellas que hacen los marinos en la cubierta de los
barcos: h.e.l.p, auxilio.
En el reverso del disco, la lista de catorce canciones. ¿El
año?: 1965
¡Qué prisa tuvimos de llegar a la casa! Desde la calle
Bolívar, almacén de discos del señor Cardoso, tomando la Gran Colombia y
después la avenida Huayna-Cápac, adoquinada y con parterre y monumentos,
enfilamos hacia la Chola Cuencana, que nos mostraba su cántaro del que brotaba
agra cristalina. En el otro lado del monumento estaba don Andrés Hurtado de
Mendoza, con su espada completa, robada unos años después, y con una capa que
alguna vez nos pareció similar a las alas de un murciélago (¿Batman, tal vez,
en la mente infantil?)
La avenida España era una larga vía, la primera asfaltada de
la ciudad. Pese a la premura de oír el disco, tuvimos tiempo para parar en el
aeropuerto y ver, en directo, el gigantesco Hércules. En ese momento el avión
se movía lentamente hacia el inicio de la pista, y los enormes cuatro motores
de hélice levantaban una polvareda impresionante. Tomó pista y se elevó casi
como un pájaro de la era de los dinosaurios.
Y después, en la casa, tomar el disco con suavidad con las
dos manos; ver si no tenía ni una motita de polvo, ponerlo en el plato del
tocadiscos, elevar el brazo de la aguja y bajarlo con toda la suavidad y
lentitud posibles. ¡Allí estaban! los Beatles cantando Help. Casi cincuenta
años.
Publicado el 16 de octubre de 2013
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