miércoles, 3 de julio de 2013

Franelógrafo


Los pantalones de franela, sobre todo cuando hacía calor, eran causa de picores indeseables. Más elegante era el terno completo, aunque pudiera tener un bolsillo al otro lado del pecho, señal inequívoca que el saco había sido “volteado” y venía por herencia de un hermano mayor o del papá, que lo cedía al ver que su retoño necesitaba estar mejor presentado.

El terno completo servía para muchas cosas: asistir al entierro de algún pariente lejano, presentarse a una recitación pública en escenario, concurrir al matrimonio de un tío, o hasta para acompañar a la madrina del equipo del tercer curso, que aparece mohína –tal vez por la facha del acompañante- en alguna fotografía guardada por un amigo.

La franela, sin embargo, tuvo un momento de gloria durante los días de la escuela: llegó a ser parte de un “nuevo sistema de aprendizaje”, antes que existieran los proyectores llamados genéricamente infocus. Este nuevo proyecto consistía en la fabricación de un marco de madera que rodeaba y ajustaba un gran pedazo de tela roja: ¡había nacido el “franelógrafo"!

Este franelógrafo servía para que profesor y alumnos pudieran colocar toda clase de textos y fotografías, clavados con tachuelas, en un empeño de visualizar los temas de estudio. Allí estaban el mismo Simón Bolívar y su caballo blanco, el Escudo Nacional con un cóndor que movía la cabeza, dibujos de la Costa, la Sierra y el Oriente, una foto de la Catedral de Cuenca, todos rodeados de frases patrióticas que los niños repetían una y otra vez.

La técnica llegó al franelógrafo y el hábil profesor de sexto grado –el último de la escuela, en esa época- logró que las figuras pudieran aparecer y desaparecer con el simple uso de dos manivelas que hacían que la franela corriera hacia arriba y abajo. Cierto es que, por el movimiento, se soltaban los dibujos y volaban por los vientos de junio en el patio de la escuela, pero el aparato causaba sensación.

El franelógrafo necesitaba del trabajo manual de los alumnos –y, por ende de los papás- que cortaban, pegaban, dibujaban y pintaban las láminas de cartulina compradas donde Martiniano Pulla.  Se creaba una relación directa entre lo que se enseñaba y lo que se aprendía. Eso, que hoy los pedagogos llaman “promover y acompañar el aprendizaje”.

Antonio Martínez Borrero

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