miércoles, 10 de julio de 2013

José Serrano y la palabra


No por esperada, la muerte es menos dolorosa. Por ello, la sensación de vacío, la impotencia ante lo que nunca más será, apareció el jueves anterior: había muerto José Serrano González.

Fuimos testigos de su indomable voluntad de vivir, a pesar de todas las tragedias, a pesar de todos los dolores: sin renegar de la Parca que podía estar esperando en cualquier momento, el amor a la vida, a la palabra, a la belleza, estuvieron siempre en primer plano.

Nunca le vi quejarse: a veces su inteligencia tan clara podía embotarse por los fármacos y por la tristeza, pero resurgía igual de brillante unos días después. Así, aparecía nuevamente en sus escritos o en las anécdotas, en las que podía rememorar la antigua juventud reflejada en el sol de los venados de las montañas del Cañar, o en el recuerdo indeleble y permanente de su madre.

Cada detalle tenía un significado: su colección biográfica de Bolívar, la imagen permanente –tal vez venida de la niñez- de los caballos en su estudio; o los bastones: éste, con el pomo de plata, aquél de ébano, el del lunes, con las iniciales, y así, indefinidamente, cada uno con su origen o su historia.

Las palabras eran su pasión pues quería descifrarlas todas, conocer su origen más profundo, desgranarlas como se desgrana el maíz, hasta desconstruirlas para que brotara la idea pura que yace en cada una de ellas. La guía estaba en Borges: Si (como afirma el griego en el Cratilo)/el nombre es arquetipo de la cosa/en las letras de ‘rosa’ está la rosa/y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’.

Por ello, sus clases, más allá del aprendizaje de  conceptos o  la repetición de definiciones tediosas, buscaban que los jóvenes estudiantes pensaran, que indagaran para encontrar la ciencia en el sentido de cada término, porque indudablemente se encontraba allí, escondida, esperando que el zapapico o la barrena intelectuales encontraran su verdadero valor, como el de una joya que requiere limpiar sus impurezas para brillar a la luz del día.

Hoy que se ha ido queda un vacío entre los que tuvimos la suerte de compartir en la Universidad, un día tras otro, la espera mañanera de la “lucha de clases”. Su legado está, sobre todo, en los estudiantes que hoy extrañan su presencia y reconocen que, encontrarle, cambió su forma de comprender las cosas.

Estoy seguro que ahora que se ha ido, en su condición de buceador de las palabras habrá encontrado al Verbo. ¡Adiós, Pepe!

Publicado el 10 de julio de 2013




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