Imagínese usted a los siete u ocho años: chiquito, flaco, con una hermana menor que ya es más alta. Acaba de entrar a la escuela y se encuentra con unos rostros y unos apellidos desconocidos, pues el profesor trata así a los alumnos: “Tama”, “Tamariz”, “Trávez...”
Acuérdese que siempre hubo compañeros más grandes, aún antes que se conociera el término “bullying”, y que usted no supiera nada del escalofriante libro “El Señor de las Moscas”, reproducción en miniatura de lo que puede producir una sociedad sin riendas, en la que el derecho pertenece solamente al más fuerte.
Acuérdese que siempre hubo compañeros más grandes, aún antes que se conociera el término “bullying”, y que usted no supiera nada del escalofriante libro “El Señor de las Moscas”, reproducción en miniatura de lo que puede producir una sociedad sin riendas, en la que el derecho pertenece solamente al más fuerte.
El patio de la escuela es un hervidero, donde corren chicos que juegan en una misma cancha un partido de fútbol y uno de básquet, mientras otros se agarran, se tiran de la chompa o de la camisa, que se destroza mientras saltan los botones. Por allí, alguno se cae del tobogán o del columpio –al que todavía se dice “gulumbio”- y se rompe un brazo o le brota un chichón sin mayores complicaciones.
El herido, si es de los mayores, hace todos los esfuerzos para no llorar, porque llorar es de mujercitas, aunque los lagrimones brotan sin posibilidades de control.
El fin del año lectivo está cerca y se nota, pues los profesores han puesto a todos a ensayar esa cancioncita que dice: “Vacaciones, canta, canta/vacaciones, grita, grita/vacaciones, canta y grita el corazón...” Pero, en el momento menos pensado, aparece la frase que nadie quiere escuchar:
“¡Oye!, él dice que te da...”
Se cae el mundo y los segundos son eternos hasta que, volteando la cabeza, se conoce la identidad del retador. Éste, por su parte, puede no tener idea de lo que está pasando, pues el que arma la pelea está jugando con ambos.
El aire se tensa mientras el chico piensa si le corresponde no entender lo que le dicen y quedar marcado como cobarde, o acercarse al supuesto retador, sea para lanzarle un golpe sin aviso o preguntar en directo qué es lo que pasa.
La escuela tiene de todo: momentos en que se aprende gramática, sumas y restas, o lugar natal. También se aprende, sin apoyo de nadie, que la vida no es como uno quisiera, y que allá, afuera de la casa, hay situaciones que no las puede resolver la mamá.
¿Quién enseña a los chicos sobre lo que pasa en la vida real, y cómo afrontar sus retos? ¿Son personas capaces para hacerlo?
Publicado el 26 de junio de 2013
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