Se dice que, luego de la muerte y los impuestos, lo peor que le puede pasar a alguien es cambiarse de casa. No cabe restringir esta circunstancia al término “casa”, pues igual sucede cuando hay una mudanza de oficina, local comercial, departamento, cuarto o conventillo.
Solamente en esa circunstancia descubrimos todo lo que somos y lo que fuimos, incluyendo las ilusiones con las que hemos guardado las cosas más inútiles. El “complejo de urraca” se hace presente a lo largo de toda nuestra vida y necesitamos un espíritu fuerte y decidido para botar a la basura las cosas que son “recuerdo de una tarde inolvidable y ya olvidada”, que reposan en cada uno de los cajones.
Solamente en esa circunstancia descubrimos todo lo que somos y lo que fuimos, incluyendo las ilusiones con las que hemos guardado las cosas más inútiles. El “complejo de urraca” se hace presente a lo largo de toda nuestra vida y necesitamos un espíritu fuerte y decidido para botar a la basura las cosas que son “recuerdo de una tarde inolvidable y ya olvidada”, que reposan en cada uno de los cajones.
Encontramos que la tecnología ha cambiado rápidamente, y los casetes de las 100 obras clásicas de Salvat ya no tienen un toca-casetes que nos permita oírlos, o que la cámara Pentax, con la que tomamos tantas fotos de los hijos, está sin rollo y no sabemos dónde conseguirlo.
El problema que se presenta en la búsqueda de los cajones tiene un punto de quiebre fundamental: boto o no boto a la basura todo lo que he encontrado. Allí están grips para raquetas de tenis que ya no aparecen, frascos vacíos de colonias recibidas en algún cumpleaños, los mapas de alguna ciudad europea que hemos caminado a pie, un reloj de pulsera con la correa desecha, cartas de amigos que se han ido de este mundo, libros regalados por algún poeta al que no nos interesa leer, un cepillo para el terno, escarapelas que hoy se llaman “pines”, pilas usadas que sueltan un polvito blanco (tal vez lo primero que hay que desechar, para evitar equívocos)
Hemos guardado colecciones enteras de “Selecciones” que nadie volverá a leer, una media “chulla” mientras aparece la otra, camisas que ya no cierran y que esperamos volver a usar cuando bajemos de peso, zapatos pasados de moda, la entrada al concierto de “Trigo Limpio”.
Todo eso que hace nuestra historia está allí, en el cajón, vivo en nuestro interior e inservible en la práctica, cosas que habíamos olvidado que existen y que, al verlas nuevamente, traen un recuerdo preciso o vago y, a veces, nada. Pero no tenemos la valentía de arrojarlas al cubo de basura, por la sensación de traición que aparece de inmediato. Los que vendrán después de nosotros no tendrán tanto tapujo, y se desharán de estas pequeñas cosas, sin complicación alguna.
Publicado el 12 de junio de 2013
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