El gran terremoto del Japón y el tsunami que produjo han copado la atención pública en la última semana. Los medios de comunicación y las redes sociales nos han permitido examinar, una y otra vez, cada una de las imágenes de las enormes olas entrando a la costa japonesa y destruyendo ciudades y campos.
Es muy pronto para sacar conclusiones sobre esta gran tragedia, pero podemos definir ciertos aspectos que están en la conciencia pública y que deberán ser motivo de reflexión más profunda en el futuro.
Lo primero: la furia de la naturaleza mata, pero con gran ayuda de la pobreza. El Japón es un país desarrollado, que ha sufrido miles de muertos –y cada día serán más- por el embate de las olas. Sin embargo ninguna comparación es válida con lo que sucedió y sigue sucediendo en Haití, donde la pobreza ayudó al terremoto a cobrarse 200.000 víctimas. Hoy lo sigue haciendo el cólera. El pueblo japonés ha tenido la gran ventaja, proveniente de su propio trabajo, de protegerse del cataclismo hasta donde le fue posible, lo que supuso la disminución del número de víctimas.
Segundo: el hombre es capaz de inventos que le han llevado de la era de las cavernas a los viajes espaciales. Quienes han visto “2001:Odisea del espacio”, de Stanley Kubrick, recuerdan las primeras escenas del troglodita que mira hacia las estrellas para descubrir el paso de una nave espacial. Sin embargo esos inventos pueden traer implícitos los riesgos más graves, como sucede con las centrales nucleares de Fukushima. ¿Vale ese riesgo el desarrollo económico.
Tercero: cada vez más este mundo se encuentra vinculado en un sistema económico global. La gran matanza de Libia eleva el precio del petróleo, que produce como efecto colateral que el Estado ecuatoriano reciba más dinero. La destrucción del Japón ya está trayendo efectos económicos, que afectan las importaciones y las exportaciones de muchos países, incluido el nuestro. Su reconstrucción supondrá también reformas en las políticas monetarias mundiales.
Por último: la comunicación actual nos permite, más allá de leer y escuchar, ver lo que sucede en cualquier lugar del planeta. Esta posibilidad sensibiliza mucho más a las personas que la forma tradicional en la que se enteraban de las noticias, lo que produce una “apropiación” del dolor ajeno que nos hace más humanos.
Sin embargo, la gran cantidad de información diaria supone que las noticias que eran una primicia hoy no lo sean más. Ya los Rolling Stones lo dijeron: “Who want yesterday papers?” (¿Quién quiere periódicos de ayer?) Hoy estamos con el Japón, como ayer estuvimos con Sumatra o con Chile, pero Haití ya no nos duele como hace un año.
Muchos temas para pensar al respecto.
Publicado el 16 de marzo de 2011
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