Aziza tenía 21 años. Había sido criada por una familia tradicional, pero consideró que su mundo era más amplio y decidió estudiar. Fue a la universidad y se decidió por medicina, por la que tenía pasión. Sabía, además que, con esfuerzo, podía terminar sus estudios en Europa y conseguir una especialización.
Aziza tenía la suerte de no haber nacido en uno de los países en que las mujeres debían usar burka. Le gustaba la ropa occidental pero varias veces, para fiestas formales, especialmente matrimonios de sus amigas, había usado un traje tradicional de seda roja, con un manto que cubría su cabeza.
Aziza, a veces, consideraba que su gusto por la música italiana significaba una traición a su patria. Italia, al final, había dominado el país durante muchos años luego de la invasión de 1912. La influencia, sobre todo en la arquitectura, era visible, pero ella era árabe.
Aziza había leído el Libro Verde, fuente de toda inspiración para seis millones y medio de personas. Le parecía que el sistema de gobierno que pregonaba el líder, donde el pueblo ejerce el poder mediante la participación directa y protagónica en la toma de decisiones, no era efectivamente real. Pensó que era el momento en que el líder debía retirarse, pues más de 40 años en el poder eran suficientes.
Lo que nunca pensó Aziza fue ingresar a la Guardia Amazónica. Alguna vez una de sus amigas le refirió que las 200 mujeres que la conformaban, además de ganar un buen sueldo, tenían la posibilidad de viajar al extranjero. Pero eso no era lo mejor, el entrenamiento al que estaban sometidas, con especial énfasis en el uso de armas y en artes marciales, tenían un solo objetivo: proteger al Líder de la Revolución.
Este honor, insuperable, suponía la posibilidad de residir en una de las carpas que el líder utilizaba en sus viajes al extranjero, como un símbolo de su origen beduino. Ah, y las 200 mujeres, según se rumoraba o requería, debían ser vírgenes y mantenerse así.
Aziza salió con sus compañeros a las calles de Trípoli y pasó frente al gran letrero que mostraba la foto del líder, mirando fijamente sobre el lema de la revolución: “Libertad, socialismo, unidad”. Nunca pensó que el ejército iba a disparar y que ése sería su último día.
Hoy yace en el cementerio de Ashaat, como tantos otros jóvenes.
Publicado el 2 de marzo de 2011
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