Cada vez que se inicia una guerra la humanidad vuelve a pensar si este flagelo es parte inherente de su propia constitución, aunque ninguna persona en su sano juicio podría argumentar que una guerra es deseable.
Entonces, ¿por qué es que la humanidad sigue involucrándose en sucesos tan atroces?
Hay muchas opiniones al respecto: una de ellas sostiene que el hombre es un ser eminentemente agresivo, que recurre a la violencia apenas se desatan de las normas que pudieran sujetarle a la paz.
Sun Tzu ya lo dijo: “la guerra es el mayor conflicto de Estado, la base de la vida y la muerte, el Tao de la supervivencia y la extinción”.
¿Ante esto, existen guerras justas?
Los estudiosos han expresado que puede haberlas, siempre y cuando se cumplan ciertas condiciones. El asunto está en que éstas pueden aparecer muy sinuosas o definirse de acuerdo a las posiciones, sobre todo ideológicas, de quienes las defienden o atacan.
Ante lo sucedido en Libia la pregunta puede circunscribirse a considerar si terceros países pueden intervenir en asuntos “internos” de otros. Los que se oponen a ello han argumentado que hay que defender a ultranza la “autodeterminación de los pueblos”, como si éstos estuvieran simplemente abocados a votar en elecciones.
Los que apoyan pueden argumentar que hay valores que defender, comunes a toda la humanidad, como la vigencia de los derechos humanos, y que éstos no pueden circunscribirse a que los resuelvan los pueblos por si mismos, cuando un tirano está disparando a matar.
Tal vez ambas posiciones son maniqueas y reflejan, más que una realidad objetiva, un apoyo consciente o inconsciente a una posición política. Así vemos que en la misma América Latina hay países que están a favor y, otros, en contra de la intervención armada.
¿Será que han leído al viejo Karl von Clausewitz, que sostiene que la guerra es “la continuación de la política por otros medios”?
Lo trágico es que los muertos los ponen, en infinidad de veces, los civiles asesinados por las tropas de su propio Gobierno, o por los cohetes lanzados desde cientos de millas por un artillero al que jamás verán la cara.
Publicado el 23 de marzo de 2011
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