¡Qué lejos se encuentran estas mochilas del vade escolar y de sus tiempos de gloria!
El vade tenía ese nombre singular. Muy pocos conocían el antiguo origen de la denominación: “vademécum”, palabra latina que significa “va conmigo”.
Su estructura era fuerte pues algunos tenían inclusive una tablitas de madera para sostener la cubierta de cuero o, más bien de suela del que estaban hechos. Los bolsillos eran pocos pero los broches para cerrarlos eran de metal de verdad. Unas correas atravesaban de arriba abajo el vade, como si fueran verdaderos cinturones que protegían el contenido interior.
El peso también era mayúsculo y más aún si su propietario se detenía en un día lluvioso de noviembre debajo de una canal rota, para gozar de la caída de un enorme chorro de agua. Después, con seguridad, la mamá le retaría fuertemente en la casa pero, de inmediato y después de quitarle toda la ropa mojada, le envolvería en una toalla tibia y le daría un vaso de agua de canela.
El vade se llevaba generalmente a la espalda, sostenido con dos tiras de cuero que cortaban los hombros por el peso. Una versión que hoy podría llamarse “light” era la del carril, que se cruzaba en bandolera sobre el pecho. Esta palabra, también hoy desaparecida, no menciona un significado propio del aditamento en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua. El término posiblemente vendrá del colombiano carriel, que usan los paisas y que son unas grandes bolsas de cuero donde se lleva la plata al mercado.
Vade o carril, ambos acompañaron nuestra infancia. Contuvieron los cuadernos de cuatro líneas, la pluma y el tintero; la pizarra y la tiza; la Enciclopedia L.N.S. y el Catecismo breve, en que la primera pregunta era “Decidme hijo, ¿hay Dios?”. De vez en cuando una manzana o un poco de pinol. Estaban también el trompo y la piola, los cahuitos, los tillos, la perinola.
Es decir, todo lo que un estudiante dedicado requería para triunfar en la vida.
Publicado el 25 de noviembre de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11586-el-vade/
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