En esa época el teatro
Sucre era todavía el cine Sucre. La ciudad tenía cines para todas las películas
y condiciones sociales: podías ir al Candilejas a ver las películas
prohibidísimas de Isabel Sarli, una argentina que mostraba sus atributos a la
orilla de un río, entre cañaverales; o ir al teatro México para ver a Tintán o
a Pedro Infante. El teatro Casa de la Cultura, el más grande de todos, mostraba
a Charlton Heston en alguna película épica, y el teatro Cuenca anunciaba a lo
largo de su marquesina la frase “Amar es no tener que pedir perdón”, que nadie
entendía con claridad pero que mostraba que “Historia de amor” estaba en
cartelera.
Pero en el cine Sucre,
hubo un día en que la cola para entrar a una función vespertina se hizo tan
larga que dio la vuelta a la esquina de la calle Luis Cordero. Estaba toda
conformada por varones –una mujer no se habría atrevido a mostrarse
públicamente – que ansiaban ingresar a los contados puestos para ver una
película que estaba causando estragos en muchas partes del mundo. En este filme
un Marlon Brando avejentado se encontraba con una jovencísima María Schneider
en la ciudad de París. Todos los de la fila sabían ya de las escenas escabrosas
que había que ver para opinar en el café del día siguiente.
La fila se movía
lentamente y en los últimos lugares cundía el temor de no entrar a tiempo. Al
final, cosa extraña, no hubo boletos falsificados o sobreventa y todos entraron
al cine Sucre. En la oscuridad se veían el fuego de los cigarrillos encendidos,
que buscaban calmar la ansiedad del momento.
La película se abría
con la famosa pieza musical, que algunos habían tarareado en la cola. Gato
Barbieri, el compositor argentino del soundtrack, era el músico del día.
La película se inició
y terminó. Dejó en los presentes una sensación de tristeza y soledad. Las
escenas fuertes habían sido tragadas por la trama en que dos extraños se
encuentran. Los que fueron por ver un cine porno salieron desorientados: la
escena crucial tenía una marcada violencia que llegaba repugnar. Muchos dijeron
que lo mejor fue la música. Otros se sintieron estafados; los de más allá no
podían explicar la fama del filme. Los “intelectuales” la entendieron.
¡O tempora, o mores!,
como diría un romano: “El último tango en París” se ha pasado hace unos días en
un canal nacional a las 4 de la tarde. No sé cuántos niños la habrán visto.
Publicado el 11 de noviembre de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11525-a-ltimo-tango/
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