Cualquiera de las casas tradicionales de la ciudad tenía una o varias “muchachas”, pues no se utilizaba el nombre de “empleadas” para esa actividad laboral. Provenían generalmente de las haciendas que la misma familia mantenía cerca o lejos de la ciudad, o venían recomendadas por sus “patronos” para laborar dentro de una “casa conocida”.
Puede llamarnos la atención la película ganadora de un Oscar 2012, “Criadas y señoras”, que se refiere al servicio doméstico en los años 50 del siglo XX en el sur de los Estados Unidos de América, pero pasa desapercibido lo que sucedía en nuestras ciudades. Nadie puede dudar que, muchas veces, estas empleadas domésticas eran explotadas y discriminadas, y que la aplicación de la ley laboral ha disminuido el abuso que sufrían.
Sin embargo no es posible simplificar la situación, menos aún desde un punto de vista sociológico: muchas de esas empleadas fueron miembros de la familia, de segunda clase, pero miembros. Y tenían la posibilidad de reprender a los hijos de sus empleadores y también a enseñarles cosas que, en el salón de las personas mayores de la casa, nunca se escuchaban: desde música popular en la radio a pilas que se encontraba en su dormitorio, hasta radionovelas como la de “Los Monstruos Flexibles” o “Ligia, la romana”, más vívidas que las que se ven hoy por televisión.
También estaban listas a contar a los niños historias tenebrosas, como la de María Angula o el Hombre Negro, que aterrorizaron los días de la infancia y ayudaron a descubrir que había un mundo fantástico, allí mismo, en la cocina, sin tener que buscarlo ni siquiera en los libros.
El olor que queda de la Velación del Niño, con su aroma del incienso que chisporroteaba en el brasero cuando se ponía sobre los carbones encendidos, el librito de las Estaciones de Semana Santa, comprado a la puerta de una iglesia, y la foto de algún hijo o sobrino lejanos, servían también para recrear el mundo fantástico que solamente vive en la infancia.
Una ración especial de dulce o el paseo en una tarde soleada de julio, cuando las vacaciones habían empezado y era posible que, a escondidas, la muchacha comprara para el niño una hoja de achira con mote, porotitos y hierbas, hacían de esa caminata una aventura sin par, fuera del control de los padres.
Esas “muchachas” se pusieron viejas; muchas fueron abandonadas a su suerte, pero otras se quedaron en las casas en que trabajaron y terminaron su vida en ellas. ¿Cuánto de su afecto, enseñanzas, temores, ideas ciertas o erradas, complejos y vivencias, tendremos dentro de cada uno de nosotros, como parte de nuestra “propia” personalidad?
Publicado el 4 de julio de 2012
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