En la parte baja del Colegio Borja, cuando tenía su sede en Pumapungo, se encontraba la Casa de Ejercicios. Los jesuitas la habían construido para que sus alumnos pudieran retirarse por un par de días a reflexionar y seguir los consejos de San Ignacio de Loyola.
Esta Casa no fue solamente utilizada por los estudiantes: acogía también a cualquier varón que deseara quedarse a solas consigo mismo, bajo la guía jesuítica.
Pero la Casa de Ejercicios también recibía un par de veces cada año, en temporada de vacaciones de la Sierra, o en los meses de febrero y marzo, a las estudiantes que llegaban desde Quito o Guayaquil.
Estos grupos femeninos llevaban a que los estudiantes del Borja y de otros colegios, absolutamente reacios a involucrarse en los Ejercicios Ignacianos, se volvieran habitúes de la Casa, por una razón imposible de rechazar cuando se tienen 16 años: las monas y las quiteñas.
Renombrados colegios, como “La Dolorosa” o “Santo Domingo de Guzmán”, visitaron la Casa con lo más bonito de su representación: las chicas que estaban a punto de graduarse. Una vez vinieron hasta del Colegio Americano de Quito. Llegaban en buses, a finales de la tarde, cargadas de maletas y con un par de mamás de buena voluntad.
Una vez llegadas, había que ver el desfile estudiantil cuencano que merodeaba en las tardes y noches por la Casa de Ejercicios. Cada uno de los visitantes mostraba sus encantos de caballero cuencano a las monjitas acompañantes, y demostraba ante ellas su conocimiento de la doctrina, que le permitía casi sentirse como un guía espiritual de las recién llegadas.
En horas más tardías los jóvenes cuencanos exponían sus condiciones atléticas, sosteniéndose a pulso en las rejas de las ventanas de la vieja Casa, mientras un par de compañeros les sostenían en el aire, a veces con los brazos y, otras, sobre los hombros.
¡Cuántos estudiantes se subieron la edad, para no parecer los chiquillos que eran entonces! ¡Cuántas cosas se dijeron los cuencanos y las afuereñas en esta extraña y peligrosa situación! ¡Cuántos besos robados se lograron, mientras los amigos, que soportaban al galán en lo alto, estaban a punto de desfallecer por el esfuerzo!
Pasaron ya los tiempos en que llegaban las estudiantes a la Casa de Ejercicios que, hoy, ni siquiera existe. ¿Se acordarán esas chicas, hoy madres y abuelas, de su fugaz romance cuencano?
Publicado el 11 de julio de 2012
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