miércoles, 4 de abril de 2012

El filipino


Hay un buen restaurante en uno de los barrios populares de Nueva York. La comida es exquisita y tiene un sabor exótico. Muchos vienen desde otros distritos para gozar de una buena cena. La especialidad del restaurante es la comida filipina. Platos basados en cerdo, con influencia china, al igual que el arroz, se mezclan con otros de origen español, heredados del tiempo en que las islas estaban bajo el dominio del león ibérico.

Muy lejos de ese lugar, hace muchos años un joven salió de Cuenca y luego de muchas peripecias, llegó a Nueva York, enorme y absorbente, donde está todo lo que puede esperarse, para bien o para mal.

Este joven había salido de su casa campesina en un lugar llamado “El Cerro”, no porque estuviera en las montañas cercanas al Nudo del Azuay o en las estribaciones que suben hacia La Asunción o San Fernando. Su hogar estaba más cerca, en la parroquia Ochoa León.
Nieto de un viejo campesino de la época en que se labraban los campos con bueyes y arado de reja, Juan se llamaba como su abuelo. Éste, sin embargo, era “tayta Juan”.

Al final, Juan Narváez, despidiéndose de sus abuelos y sus padres, llegó a Nueva York, en donde trabajó de peón de la construcción y luego de carpintero. Con algo de suerte pudo después empezar a barrer en un restaurante de mala muerte en el sector más oscuro del barrio de Queens. Pero aprendió muchas cosas, fijándose lentamente en lo que hacían los demás.

La vida da giros inesperados y Juan Narváez llegó a trabajar en el restaurante filipino. Empezó fregando platos, rompiéndose el lomo cuando cargaba las cajas de productos que entraban en la cocina, trabajando 16 horas diarias. Pero siguió aprendiendo.

Hoy los comensales que entran en el restaurante saben, porque el maître lo dice apenas llegan, que el lugar cuenta con un extraordinario cocinero filipino. Las mesas están siempre bien servidas. El pancit rebosa los platos, que prontamente quedan limpios.El menudo y el pochero, venidos de la cocina española, hacen las delicias de quienes los comen. 

El que desee hablar con el cocinero puede pedir que visite la mesa. Lentamente el maestro sale de la cocina, con su rostro moreno y sus ojos rasgados: es Juan Narváez, chef “filipino” al que usted puede encontrar en un restaurante de Nueva York si tiene la dirección precisa. La historia es auténtica.


Publicado el 4 de abril de 2012

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