miércoles, 11 de abril de 2012

Música a plazos


En un local que se encontraba lindando con un conocido banco, en la calle Sucre, había hace muchos años un almacén de discos. Se vendían tanto los de 45 r.p.m. (para los jóvenes: esto quiere decir que los discos giraba a 45 revoluciones por minuto en los viejos tocadiscos de aguja) y los de 33 r.p.m., llamados también long plays.

Muchos eran fabricados en el Ecuador por empresas que hoy ya no existen. Venían en unas fundas con una impresión de la carátula, y envueltos interiormente en plástico.

En los años 70 no es que aquellos discos aparecieran a tiempo. Es así que el famoso Festival de Woodstock, momento cumbre del movimiento hippie que se llevó a cabo en agosto de 1969, llegó en dos discos long play a Cuenca posiblemente tres años después.

Los que estaban interesados en la música debían contar necesariamente con un amigo ambulante, que traería los últimos discos de alguno de sus viajes. Si la amistad era suficiente podía pedírsele que, en su próximo periplo, incluyera en su maleta alguna obra última de Joan Baez, John Sebastian, The Doors, Janis Joplin, Grateful Dead o Credence Clearwater Revival.

El almacén de música tenía un sistema imbatible para vender: podía comprarse un disco que valía 80 sucres, ¡a crédito! La fórmula era muy simple: el comprador pagaba una cuota semanal y el dueño del local, por tal pago, ponía a sonar una o dos canciones del disco, para aplacar la ansiedad del cliente.

Una vez pagado el precio, el feliz propietario podía llevárselo, a veces pidiendo que se le entregara un disco nuevo y no el que había escuchado por partes a lo largo de varias semanas.

La música no era una simple moda: los discos traían un soplo – a veces, un vendaval- de nuevas ideas: la relación con la naturaleza, con el sexo contrario, el rechazo a la sociedad de consumo –que aún no existía en el Ecuador-, una definición personal por la contracultura, un grito por la paz en un momento histórico en que ardía la guerra del Vietnam. Muchas eran posiciones de un activismo radical que, en la andina ciudad, aparecían no como algo de otro continente, sino de otro planeta.

La Internet ha traído muchas ventajas pero ha terminado definitivamente con la sensación de espera, ansiedad y alegría que suponía comprar un disco a crédito, o esperar que llegara en la maleta de un amigo viajero. También hoy la música, como tantas cosas, es desechable.

Publicado el 11 de abril de 2012

No hay comentarios:

Publicar un comentario