Dicen los expertos que hay circunstancias de la vida que afectan psicológicamente a las personas hasta causarles graves inquietudes y desasosiego. Eso que desde hace algunos años se llama “estrés”. Más allá de la muerte de un ser querido o un divorcio, una de las fuentes del estrés es el cambio de casa.
Tal grave situación empezaba con buscar al amigo que pudiera prestar una camioneta y, a otros que nunca se encontraban, para que ayudaran a cargar las cosas. Un matrimonio joven, además de los hijos pequeños, no solía –ni suele- tener muchas, pero las que hay que cargar ¡cómo pesan!
Están mezcladas la mesa del comedor prestada por la abuela y las bancas retapizadas de los padres. Está el toca-casetes, sin casetes, pues se encuentran solamente las cajas vacías. Están los libros, pocos o muchos, que se bajan por medio de una canasta atada a una soga desde el tercer piso, hasta las manos de quien los recibe.
Aparece la alfombra que, al cargarla, se siente llena de polvo y muestra las manchas de la papilla de los hijos y de la copa de vino que, alguna vez el tío que nunca venía, regó en una visita cariñosa y única.
Están las tablas de la cama y los largueros, que no sabemos cómo entraron, pues ahora no quieren salir por la misma puerta sin rasguñar las paredes.
Se bajan los posters de los Beatles y la reproducción de un cuadro famoso, dejando a la vista el clavo mal clavado y el revoque dañado de la pared, con la siguiente preocupación por arreglarlo. Están los discos de vinil, que salen de sus fundas y ruedan por el piso, paralizando el corazón del coleccionista.
Está la televisión de 12 pulgadas, en blanco y negro, regalo de algún generoso invitado al matrimonio, que pierde sus antenas al momento de cargarla.
Están las ollas que dejan en las manos, pese a su limpieza, un rezago de aceite que se traspasa rápidamente a la ropa que hay que meter en la maleta.
Se encuentran botellas de colonia vacías, que no se sabe para qué se guardaban. Se hallan ¡por fin! los zapatos de fútbol cuya desaparición trajo peleas conyugales: de él, porque creía que los había escondido para que no fuera a jugar fútbol todos los domingos; de ella, porque quien sabe dónde los habrá dejado.
No había microondas, ni televisión plana, ni procesador de alimentos que cargar. Una vez que todo estaba en la camioneta prestada, el estrés cambiaba por la ilusión de volver a empezar una vida joven en otro lugar.
Publicado el 7 de marzo de 2012
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