miércoles, 11 de enero de 2012

Una aventura cercana


Sin cambios, menos aún con frenos de disco, así era la bicicleta ATU roja de una Navidad. Servía para moverse por las calles adoquinadas de Cuenca, con el timón vibrando por la dureza del suelo. Llevaba, a quien la utilizó, al viejo colegio y también a ver a las chicas que salían del suyo. No estaba mal –no era tiempo de pelucones- llegar hasta La Asunción o Los Corazones en una bicicleta, y luego correr en ella tras el bus de las estudiantes.

Luego cambiaron las cosas: la bicicleta se quedó guardada, pues era de mejor presencia transitar a pie por las calles o treparse al viejo Willis del amigo para dar vueltas por la ciudad.

Pero la bicicleta es pertinaz: volvió con diferente estilo, aparecieron los cambios, inexistentes hasta ese momento, el sillín cambió el cuero con otros materiales, desapareció el faro que daba poca luz, con la dínamo que giraba apoyada en la rueda delantera.

Los sábados y domingos por los caminos cercanos aparecen grupos de ciclistas: los modernos cascos relucen, las gafas reflejan el paso raudo de los caminos cercanos a la ciudad. Los radios ya no se tuercen, ni el gusanillo es una simple tripa de caucho que deja salir el aire de inmediato, apenas se gira el anillo que lo sujeta a la llanta.

El antiguo caballito de acero ni siquiera es ya de ese material.

El ciclismo de aventura es hoy más que una moda pasajera: los ciudadanos hemos descubierto que, a lomo de esta máquina, podemos llegar rápidamente a lugares que, estando tan cerca, jamás fueron parte de nuestro recorrido cotidiano.

Sin embargo no se necesita la capacidad de un atleta ni el trazo de la ruta en mapas provinciales para gozar de esta simple y maravillosa aventura. Uno de los aciertos de esta Ciudad es la apertura y el cuidado -que esperamos sea permanente- de los caminos que llevan a los ciclistas por los parques lineales, de Machángara hasta Monay, de Yanuncay al antiguo camino a Baños, de los Tres Puentes a Gapal.

Apague el televisor que ven sus hijos y saque las bicicletas; consiga un émbolo e hinche las llantas. Colóqueles un casco en la cabeza y llene de agua la caramañola, esa que usaba para las excursiones al Cajas. No se preocupe si la bici que encuentra en su bodega es una vieja ATU. La diversión está garantizada y los pequeños recordarán ese día más que todos los que pasaron frente a la pantalla.

Publicado el 11 de enero de 2012

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