miércoles, 25 de enero de 2012

Sobre Derecho, Internet y Sociedad


El joven abogado y catedrático universitario Andrés Martínez Moscoso ha escrito un libro que se titula “Derecho, Internet y Sociedad”.

El libro toca una serie de temas relacionados con la tecnología actual y, sobre todo, con la comunicación que ha cambiado radicalmente desde el uso de la internet en todos los ámbitos de la actividad humana.

Han quedado atrás aquellos argumentos que escuchábamos hace algunos años, que hacían referencia a que la internet no encaja en nuestra sociedad, ni en nuestra condición o nuestro nivel de desarrollo social; en suma, una actitud que quería mantenernos en una edad de piedra tecnológica.

Andrés Martínez pone especial énfasis en la libertad que ha traído la nueva tecnología, que no limita ni el conocimiento ni la posibilidad de presentar las ideas de cada uno de los individuos, por más extrañas que éstas sean.

Atada a la respuesta de la libertad está, a la vez, en el pensamiento y obra de Martínez, la preocupación por las limitaciones que tanto los Estados como las grandes corporaciones tratan de aplicar a los ciudadanos, cual si se cumpliera la profecía de Orwell y tuviéramos omnipresente al Gran Hermano. A su vez el Ogro Filantrópico de Octavio Paz ha salido de su antigua cueva y hoy puede mirarnos con un ojo ciclópeo que puede atravesar paredes, hasta lo más recóndito de nuestros pensamientos, y perseguir a los autores-pensadores para castigarlos severamente.

Martínez es un recurrente pensador de la ética en la conducta humana y la ética en el Derecho. Por ello ha resuelto en carne propia que su obra sea conocida y difundida sin limitaciones. El libro ha sido publicado bajo licencia “creative commons”, que permite su difusión gratuita por la red y física, siempre que se respete su condición de autor. 

Publicado el 25 de enero de 2012

miércoles, 18 de enero de 2012

El Willys


Rubén tenía un Willys. En los setenta ese vehículo, conocido con el nombre genérico de “jeep”, podía muy bien haber sido una reliquia de la Segunda Guerra Mundial. Ahora se paseaba lentamente por las calles de Cuenca.

Como cualquier Willys de cepa, era de color verde, lata dura, muy dura, y cubierta de lona llena de agujeros. Entraba en él una cantidad indeterminada de estudiantes pues, si usted ha visto un jeep, sabe que los asientos de atrás eran solamente dos planchas de metal colocadas longitudinalmente. La puerta trasera se abría hacia abajo si se soltaban las cadenas que la sostenían.

Girar alrededor de las manzanas de la ciudad para ver a las chicas que permanecían en sus casas, con una mezcla de coquetería y timidez, era la principal ocupación del Willys. No daba igual permanecer de pie frente a la casa de la enamorada que dar vueltas en el jeep: la categoría subía de inmediato.

A veces el Willys podía ser peligroso pues el ruido de su motor impedía que el conductor supiera que uno de los amigos había resuelto bajarse y que lo hacía por la portezuela trasera aprovechando de la poca velocidad del vehículo. Más de uno fue a parar en la calzada en situación poco elegante para presentarse de improviso ante una chica.

El Willys servía también para aprender a manejar, aunque su orgulloso propietario desconfiaba que los amigos-alumnos pudieran tratar al motor del jeep como éste requería, pues las marchas no estaban sincronizadas y era todo un arte “meter cambio” sin destrozar la máquina.

El Willys a veces salía de viaje, aunque este periplo significaba solamente ir a Gualaceo o Paute en algún paseo de carnaval que, por la disposición de su cubierta, era una aventura sumamente arriesgada. Para ello era necesario cargar, en la parte de atrás, una llanta de repuesto que era tal porque había perdido todas sus lonas.

El Willys aguantó por muchos años: motor poderoso y estructura fabricada para situaciones bélicas no podían rendirse fácilmente. Hoy probablemente reposa para siempre en algún garaje del viejo Molino de la Virgen del Río, a orillas del Tomebamba.

El Willys es solamente uno entre tantos; otros pueden ser el pichirilo, la brillante y roja Datsun 1200 o la Toyota Corona blanca, que se movían con cinco sucres de gasolina, suficientes para comprar un galón. ¡Cuántas cosas pasaron en esos queridos cacharros, retratados en su momento por Roberto Carlos, que también cambió su Cadillac por uno de ellos!

Publicado el 18 de enero de 2012

miércoles, 11 de enero de 2012

Una aventura cercana


Sin cambios, menos aún con frenos de disco, así era la bicicleta ATU roja de una Navidad. Servía para moverse por las calles adoquinadas de Cuenca, con el timón vibrando por la dureza del suelo. Llevaba, a quien la utilizó, al viejo colegio y también a ver a las chicas que salían del suyo. No estaba mal –no era tiempo de pelucones- llegar hasta La Asunción o Los Corazones en una bicicleta, y luego correr en ella tras el bus de las estudiantes.

Luego cambiaron las cosas: la bicicleta se quedó guardada, pues era de mejor presencia transitar a pie por las calles o treparse al viejo Willis del amigo para dar vueltas por la ciudad.

Pero la bicicleta es pertinaz: volvió con diferente estilo, aparecieron los cambios, inexistentes hasta ese momento, el sillín cambió el cuero con otros materiales, desapareció el faro que daba poca luz, con la dínamo que giraba apoyada en la rueda delantera.

Los sábados y domingos por los caminos cercanos aparecen grupos de ciclistas: los modernos cascos relucen, las gafas reflejan el paso raudo de los caminos cercanos a la ciudad. Los radios ya no se tuercen, ni el gusanillo es una simple tripa de caucho que deja salir el aire de inmediato, apenas se gira el anillo que lo sujeta a la llanta.

El antiguo caballito de acero ni siquiera es ya de ese material.

El ciclismo de aventura es hoy más que una moda pasajera: los ciudadanos hemos descubierto que, a lomo de esta máquina, podemos llegar rápidamente a lugares que, estando tan cerca, jamás fueron parte de nuestro recorrido cotidiano.

Sin embargo no se necesita la capacidad de un atleta ni el trazo de la ruta en mapas provinciales para gozar de esta simple y maravillosa aventura. Uno de los aciertos de esta Ciudad es la apertura y el cuidado -que esperamos sea permanente- de los caminos que llevan a los ciclistas por los parques lineales, de Machángara hasta Monay, de Yanuncay al antiguo camino a Baños, de los Tres Puentes a Gapal.

Apague el televisor que ven sus hijos y saque las bicicletas; consiga un émbolo e hinche las llantas. Colóqueles un casco en la cabeza y llene de agua la caramañola, esa que usaba para las excursiones al Cajas. No se preocupe si la bici que encuentra en su bodega es una vieja ATU. La diversión está garantizada y los pequeños recordarán ese día más que todos los que pasaron frente a la pantalla.

Publicado el 11 de enero de 2012

miércoles, 4 de enero de 2012

¿Mayas o Era de Acuario?


Llegó el 2012 como llegan todos los años: a la carrera. No conozco persona que pueda manifestar que espera un nuevo año como quien espera la llegada de un avión: con el boleto comprado con anterioridad, las maletas hechas y las horas en el aeropuerto debidamente programadas. A diferencia de lo que sucede con los aeroplanos, el año siempre aparece puntual, pero su arribo es casi furtivo. En seguida nos atropella con nuevas cosas que hay que hacer, empezando con el pago del impuesto al predio.

Este año, sin embargo, tiene un sabor especial pues los seguidores de los mayas suponen que se acabará el 21 de diciembre. Esto quiere decir que pasaremos las fiestas de Cuenca pero no llegaremos a Navidades y, menos aún, a celebrar otro año nuevo.

La idea de la terminación del mundo no es nueva y se ha repetido continuamente a lo largo de la historia: así lo creyeron los que vivieron en el año 1000 de nuestra era. También se pensó lo mismo para el año 2000, más aún cuando se veían las imágenes del Niño Jesús en los museos tradicionales de la Escuela Quiteña, mostrando dos deditos como un anuncio que el mundo no pasaría de 1999.

Sin embargo, quienes sí piensan que el mundo se puede acabar encuentran razones más poderosas: hemos llegado a 10.000 millones de seres humanos en un planeta cada vez más agotado, en que el agua es un bien que se evapora para no volver. No hay visos de disminución en la fabricación de armas y Europa, cuna de la civilización como la conocemos en Occidente, se encuentra sumida en una crisis impensable, como si fuera el Tercer Mundo.

En resumen, parece que el mundo como lo conocemos sí se va a acabar, al igual que terminaron civilizaciones de las que sabemos mucho o poco, pero de las que no hemos aprendido nada.

En la última parte del siglo XX fue muy famosa una ópera rock llamada “Hair”, que se conoció sobre todo por la canción Acquarius, cuya letra decía: “Este es el amanecer de la Era del Acuario/Armonía y entendimiento/Solidaridad y confianza/No más falacias o sarcasmo/Sueños vivos de visiones doradas/Revelación mística y cristalina/y verdadera liberación mental.”

Parece que perdimos la Era de Acuario por nuestros propios errores, aunque podemos tener el consuelo que ésta podría presentarse realmente en el año 2038, o en el 2080. No todos estaremos para verla pero sí podemos prepararla con pocas e importantes cosas: recicla, no desperdicies, y cumple tu palabra en los muchos o pocos compromisos que hayas hecho para 2012.

Publicado el 4 de enero de 2012