Surgía en el ensayo de los villancicos de la escuela cuando esperábamos ser elegidos para soplar el pajarito de barro medio lleno de agua, que gorjeaba en los tonos del Niño.
Estaba en ese olor a incienso y palo santo que aparecía en el mercado de San Francisco y terminaba en el pequeño brasero que humea frente a la figura del Recién Nacido.
Habitaba en la vitrina con los soldaditos de plomo de un ejército completo, que se mostraba en la calle Bolívar como algo imposible de poseer.
Se perfilaba en el cuarto de la casa cerrado desde hace semanas, donde reposaban los regalos que llegarían en la Noche Buena: un avión de armar, el libro esperado, un trompo de colores.
Se veía venir en los trabajos manuales, con cartulina y papel brillante, para hacer una corona para el Ángel de la Estrella.
Se olía en la cocina con la torta, que la madre bañaba con coñac antes de envolverla en papel de empaque.
Aparecía intempestivamente con el primer pase del barrio donde la niña más bonita, ataviada de azul y rosa, llevaba en sus manos una muñeca de caucho de ojos azules, vestida de Niño Dios. Y también en las barbas de San José, que picaban en el cuello.
Llegaba con la primera tarjeta, escrita a mano por un ser querido que estaba muy lejos.
Se encontraba en el pavo vivo, que aparecía en la huerta con días de anticipación y que la víspera estaría colgado de una cuerda, antes de pasar al adobo.
Se descubría en las calles cercanas a la Cruz del Vado, donde comenzaban a aparecer los trajes de mayoral y el vestido de lunares y peineta para la pasada mayor.
Estaba en lo simple, en la familia, en la casa de los abuelos, en esa sensación que ha desaparecido y que buscamos bajo el musgo y el salvaje de un Nacimiento que sólo existe en la memoria de un momento feliz.
Publicado el 23 de diciembre de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11709-la-navidad-vena-a-despacio/
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