El sabroso ceviche supone una fuente de minerales que arreglan cualquier mala noche: aquél momento en que la definición de “chuchaqui” simplemente es “el deseo infinito de ser bueno.”
Pero el cuerpo no se agota solamente con los amigotes en una noche de juerga. También un buen partido de fútbol o de voleibol pueden mostrar que la edad no pasa en vano, aunque el jugador tenga no más de 25 años. Los músculos cansados requieren urgentemente un buen masaje con linimento olímpico que después dejará una huella olorosa imposible de borrar.
Más allá de estas recetas estaba una, la mejor, la más sabrosa: un vaso de deliciosa y burbujeante soda, de aquellas preparadas en la “Botica del doctor Sojos” en plena calle Bolívar, a pocos pasos de la esquina del parque Calderón.
Ver la preparación de la soda ya era suficiente para que el estómago revuelto, los músculos tensos, las coyunturas desencajadas, el dolor de cabeza infame, empezaran a ceder de inmediato.
El largo vaso en donde se introducía la aún más larga cucharilla de plata que revolvía las sustancias mágicas, estaba listo en pocos segundos para que el parroquiano que había llegado en búsqueda de este Santo Grial criollo pudiera tomarlo con la mano, temblorosa aún.
Las burbujas que se desprendían de las paredes interiores del vaso, iban directamente a los puntos más sensibles del cerebro, aquellos en que aún reposaba la mano que produjo el penal, el autogol, la volada que no llegó a la pelota, la bohemia nocturna, los tragos de la madrugada, todo mezclado en recuerdos de éste y del anterior fin de semana, deportivo o noctámbulo.
Apurado el excelso brebaje, concordaban nuevamente el cuerpo y el espíritu.
Cuando alguien se llevó la cucharilla de plata los habitúes pensaron que todo había terminado. La botica, sin embargo, se sobrepuso a la tragedia: ¿y las sodas? Aún esperan por nosotros.
- Publicado el 23 de septiembre de 2015
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/11294-una-soda-por-favor/
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