miércoles, 3 de junio de 2015

Adamo

Los regalos estaban completos para la Navidad. Sin embargo, inesperadamente, uno de los tíos preguntó: “¿Te gustaría algo?” La respuesta fue inmediata: “Un disco”.
Recibidos los 80 sucres, la cuestión estaba en buscar alguno que pudiera satisfacer tanto los intereses del que iba a recibirlo como los gustos del obsequiante. ¿Rock? Tal vez muy fuerte para los oídos de la casa. ¿Baladas? Podría ser.
Las fiestas se dividían en tres momentos musicales: para iniciar había que poner algo que rompa el hielo y prescriba la timidez. Algunas cumbias permitían inclusive comentar el doble sentido de sus letras; para muestra estaba “Juanito Preguntón”. Uno que otro rock-n-roll no caían mal: bastaba menearse en el twist como quien se seca con la toalla.
Pero después la cosa venía en serio: empezaban los boleros, eufemismo utilizado para cualquier pieza lenta que llevaba a bailar agarrados. Adamo allí era el rey.
El asunto estaba resuelto: el disco que había que comprar era “Grandes hits de Adamo en castellano”, recientemente puesto en exhibición en el almacén de discos del señor Cardoso, en plena calle Bolívar casi en la esquina del parque.
La pregunta de quien obsequiaba fue obvia: “¿Y éste, quién es?” La respuesta: “Espere para que lo oiga”.
Adamo, ese cantante de origen italiano pero que hablaba en francés, parecía tocado con la varita que transformaba los sentimientos en palabras: ¿de qué otra manera podía un estudiante estar más cerca de aquella chica querida, tan inaccesible, si no fuera por el mechón venerado de su cabello? 
¿De qué otra forma podía terminar mejor la fiesta sino con las manos en su cintura? ¿Había palabra más dulce en la despedida que decir su nombre?
¿No era un buen consejo poner el corazón en bandolera y no blandirlo como un revólver?
¿No estaba mal, cansado ya de aguantar a papá, decidir emanciparse? ¿Salir a una discoteca y bailar con chicas que estaban tan bien que a uno le ponen mal?
Allí estaba el disco: con el rostro de un muchacho bueno en la carátula, que decía lo que la edad permitía intuir pero no declarar.
Adamo bastaba y sobraba para ello.

Publicado el 3 de junio de 2015

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