Corren los años setenta. Muchos jóvenes han viajado fuera del país, de intercambio o para trabajar, aprovechando que las visas se consiguen fácilmente. Su retorno a casa les pinta distintos a lo que fueron al abordar el avión de Ecuatoriana o de Braniff que les llevó a tierras del Norte.
Las maletas traen cosas que en Cuenca no pueden conseguirse, especialmente discos de vinilo, de aquellos de 33 revoluciones por minuto, con música que se oye fuera y que aún no ha llegado.
Los amigos se reúnen para “examinar” al recién llegado y escucharle contar sus aventuras y desventuras. Uno de los viajeros usa un afro que muestra su paso por una peluquería extranjera, que manifiestamente no es igual a la del señor Tobar o el señor Garzón. Cuenta que ha trabajado en Nueva York en un restaurante que se llama “The Dove” ( o “La Paloma”) y las risas no se hacen esperar: las frases de doble sentido aparecen prontamente. Describe Battery Park y la Estatua de la Libertad, pero también el invierno crudo, solitario, gris y monótono, que le hizo añorar tanto a su tierra. Para matizar pone en su tocadiscos un disco de Cat Setevens.
Meses después otro de los amigos llega de un lugar mágico: San Francisco. Hace poco ha pasado el “Verano del amor” y, por poco, no ha estado también involucrado en la explosión de hipismo y música. Sin embargo tuvo oportunidad de estar en la esquina de Haight y Ashbury, epicentro del movimiento que piensa cambiar el mundo. Este recién llegado trae el pelo largo, pantalones campana, cuello tortuga y un medallón que dibuja el signo de la paz. Sin necesitarlos, usa unos lentes redondos, de abuelita, con vidrios azules.
Habla del amor libre, los periódicos “underground” donde escriben los mayores pensadores universitarios de la época y se ven también caricaturas irreverentes que le dan muy duro a Richard Nixon, ya calificado como Ricardito el Tramposo, presidente de los Estados Unidos. Como si mostrara un tesoro, saca de una bolsa un legajo de papel de fumar, para envolver tabaco y algo más. El papel lleva impresa la bandera norteamericana.
Como el anterior amigo, también para matizar ha puesto un disco: Scott McKenzie canta “Si tú vas a San Francisco/ asegúrate de llevar flores en tu pelo/el verano será/ una celebración del amor…”
Uno de los dos amigos hoy está muerto. Las historias que ambos contaron fueron una mezcla de ingenuidad, descubrimiento y libertad.
Eran otros tiempos.
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/10238-recia-n-llegados/
Publicado el 4 de febrero de 2015
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