El martillador de Sotheby’s presenta el cuadro: se trata de “El grito”, la famosa obra de Edvard Munch.
La sala está llena de personas interesadas en la subasta: se ven trajes finos, sombreros, e inclusive corredores de arte que, con teléfono en mano, se comunican con algún oferente en países lejanos. Tal vez en Francia, quizás en Rusia, seguro en Catar.
“El grito” no es un cuadro muy grande. Mide menos de un metro de alto, pero el rostro desencajado del personaje muestra un rictus de pavor, dolor o miedo imposibles de traducir en palabras. Impacta y se queda metido en la conciencia para siempre.
La figura ha sido utilizada en portadas de revistas que quieren expresar los horrores de una guerra, el signo de la tortura o el insostenible dolor de una pérdida colectiva.
El cuadro ha sido sacado de una bodega, resguardado por dos oficiales con guantes blancos. La subasta empieza y las cifras se elevan estratosféricamente. Al final, el martillador, como si fuera el paradigma de su profesión, golpea la madera y proclama: “vendido por ciento diecinueve millones doscientos veintidós mil dólares”.
Los estudiantes universitarios que, en clase, miran el video de la subasta, piden ahora que se les muestre la venta de un Mustang GT, una cartera de Chanel o el cuadro de la sopa de Andy Warhol. Después rebajan sus pretensiones y en la pantalla aparecen simplemente relojes de 12 dólares, tabletas y equipos tecnológicos. Las chicas piden ver zapatos y ropa; los jóvenes, alguna bicicleta y relojes.
El internet: esa ventana al mundo, te pone delante lo que desees. Te permite estudiar y, a la vez, envidiar a quien puede comprar las cosas maravillosas que se ofrecen. Las incongruencias también están presentes: un reloj fino se vende en 7.000 dólares, pero el envío a la casa del comprador es gratis. (¡!)
En la mirada de alguno se ve esa sensación de incredulidad porque una obra de arte pueda costar tanto. La chica que ha tenido la posibilidad de viajar recuerda la impresión que le causó el “Guernica” de Picasso.
Termina la clase; un estudiante comenta con un compañero: “¡ciento diecinueve millones! y yo tuve que pegar un grito en la casa para que me den para el bus”.
Publicado el 29 de octubre de 2014
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