Un día llegó a Cuenca y, en el viejo teatro donde se pasaban películas de Cary Grant y Katharine Hepburn, se plantó el escenario e hipnotizó a media asistencia.
La gente más respetable, que subió al tablado, perdió su conciencia y lloró como un niño de pecho, tomó el biberón y bailó contorsionándose como si fuera Tongolele.
Un chasquido de los dedos volvió a la realidad a todos los espontáneos que treparon al escenario: unos por su propia voluntad y, otros, impulsados por la llamada del mago, imposible de resistir.
Después, de vuelta a las butacas, a preguntar qué había sucedido entre las sonrisas divertidas e incrédulas de los circundantes que daban gracias por no haber caído en el hechizo que les llevaría al ridículo.
Así, una función tras otra. Y también en la radio, donde su voz penetrante anunciaba que varios de los que escuchaban entrarían en un sueño profundo, del que no recordarían nada y que, gracias a un extraño sortilegio, volverían descansados y felices a la vida cotidiana.
Su nombre causaba sensación con solo escucharlo: ¡Magakán!
¿Cuál era su origen? ¿Es verdad que había estudiado en la India, entre los faquires que se acuestan en una cama de clavos y tocan la flauta para que las cobras dancen? ¿O estuvo en Arabia, aprendiendo en el desierto con los herederos del Ladrón de Damasco? Nadie lo sabía.
Aparecían los anuncios que avisaban que la función “única y extraordinaria, nunca vista”, se produciría en poco tiempo, y la ansiedad recorría la ciudad, que esperaba la visita de este hombre con poderes mágicos. Muchos descreídos compraban libros que explicaban con lujo de detalles cómo se hipnotiza a la gente: la voz profunda, el reloj de bolsillo balanceándose frente a los ojos, la mente que se impone.
Trataban de emular al visitante, pero en medio del sueño hipnótico no faltaba quien abría un ojo, o sonreía. Con Magakán, jamás.
Dejó de venir a Cuenca; la leyenda creció y la gente estaba segura que Magakán había emigrado a tierras lejanas para continuar su aprendizaje. Pero nunca más volvió. Hace 25 años, en su tierra natal, Cotopaxi, Magakán, ya viejo, cerró los ojos para siempre.
Publicado el 17 de septiembre de 2014
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