¿Que los cuencanos cantamos? Si, porque de chicos nos
vacunan con aguja de victrola.
Ese viejo chiste es actualmente ininteligible. Nadie sabe lo
que es una victrola ni ha visto jamás el cartel de RCA Víctor, ese que muestra
un perro escuchando la corneta del aparato. La frase que venía con la imagen
era muy decidora: “La voz de su amo” y se veía la cara triste del perrito oyendo
a su dueño, que posiblemente no vendría más a darle un mendrugo de pan.
Mucho más nuevo que la victrola era el pick-up: un invento
prodigioso que permitía llevar los discos de 45 r.p.m. a cualquier lugar o
fiesta siempre que hubiera energía eléctrica. Por ende, era obligatorio cargarse
el aparato y un alambre de extensión muy largo, que a veces recorría decenas de
metros hasta el sitio de la reunión.
Después, escoger los discos y ponerlos con cuidado en el
tocadiscos portátil para que no se rayen. No había ruido más horrendo que aquél
que hacía la aguja al resbalar del primer surco al último, dejando inútil el
vinilo, pues Antonio Prieto empezaba a repetir “blanca y radiante va la
novia” hasta el hastío.
Los discos se torcían cuando se dejaban al sol y las agujas
tampoco duraban mucho. Unas eran simplemente eso: pequeñas piezas de metal, con
una punta afilada, que en el mejor de los casos tenía un “diamante”. Otras
venían en cápsulas para cambiarlas fácilmente, pero todas eran muy delicadas.
La fiesta terminaba abruptamente cuando la aguja se rompía y la decepción
cundía entre los presentes si había empezado ya la serie de “boleros” que
permitían bailar apegados, tratando de evitar el freno de mano de algunas
chicas inaccesibles.
El dueño del tocadiscos tenía una especie de veto sobre la
música que se ponía. Los discos tampoco eran baratos y, por ello, la variedad
de canciones que podían escucharse era limitada. La habilidad en escogerlas
producía como resultado el éxito o el fracaso de la fiesta y los decibeles que
marcaban el volumen musical suponían que el reciente rock-n-roll se escuchara o
no con toda su salvaje frescura.
Eran tiempos en que las cosas, inclusive los discos, se
buscaban, compraban y guardaban, pese a que nunca más volvieran a escucharse. Es
verdad que hoy tenemos la posibilidad de oír en la web lo que queremos. La
tecnología nos ha abierto el mundo, pero por allí, olvidado, hay un pequeño
disco que nos marcó la vida.
Publicado el 24 de septiembre de 2014