miércoles, 1 de mayo de 2013

El cuarto del teléfono


Está usted en misa –si todavía asiste- y suena el teléfono del señor que se encuentra a su lado. Va al cine, y la pantalla de inicio le solicita apagar su celular. Asiste a una conferencia, y no falta el individuo que contesta en voz alta, haciendo gala de su importante posición: “Si, dile al Ministro que mañana le llamo...”

El teléfono es un aparato omnipresente y, como ahora es “smart”, traducido incorrectamente como “inteligente” pues en nuestro léxico sería solamente “vivo”, su dueño lo consulta aproximadamente 75 veces al día. (No es un dato al azar; ahora existen estadísticas de todo movimiento humano).

Hubo un tiempo, no tan lejano, donde el teléfono, negro, de baquelita, disco y auricular, tenía un cuarto para él solo en la casa familiar... y no sonaba todo el día ni servía para otra cosa que hablar. El cuarto del teléfono tenía una mesita donde reposaba el aparato sobre un mantelito tejido de crochet, esperando que los cuatro números con que se marcaba lo pusieran en marcha.

En la mesita se guardaban revistas: “Leoplán”, “Eres” y, si el dueño de casa tenía hacienda, también “La Chacra”. Después apareció “Selecciones”, y “la risa, remedio infalible” permitía esperar la llamada, señalada para día y hora establecidos, sin caer en la angustia de la espera.

El teléfono traía la voz de los abuelos, la enamorada casi novia que, por ello, se atrevía ya a llamar a la casa, o de algún pariente que ofrecía visita.

La llamada de los enamorados podía durar varias horas, entre preguntas tontas como “¿Qué haces?” o ¿Por qué te callaste?” El teléfono celular no aguantaría, ni por el valor de la llamada ni por el calor propio del artefacto, que no de la conversación, una llamada tan larga.

Cuando el teléfono se encontraba en el cuarto de estar, bautizado también sin que se sepa cómo, como el “living”, el mejor invento para los jóvenes era el largo cable que permitía sacarlo a otro cuarto y cerrar la puerta para hablar sin la presencia curiosa de la madre.

Por ese viejo teléfono se recibían noticias de nacimientos y de muertes, de la caída del Presidente de la República y del golpe militar. Una llamada a Quito necesitaba pedirse a la telefonista de larga distancia. Cuando estaba “muerto” causaba preocupación pero no la ansiedad de quien olvida su celular en la casa. El cuarto del teléfono ya no existe, ni hace falta actualmente; se le añora, pero no se le extraña: hoy la comunicación mueve al mundo.

Publicado el 1 de mayo de 2013

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