Hay términos que ya no se usan por caducidad y, por ello, los jóvenes jamás podrán entender la frase: “meta bien el dedo”, dicha cuando se contestaba a una llamada telefónica equivocada. Es verdad que las palabras tenían una inequívoca grosería, pero en el fondo eran literalmente perfectas.
Pero antes del invento de las computadoras y su procesador de texto, las máquinas de escribir dieron también un giro técnico notable. Pasar de la vieja Remington a una que tuviera “bolita” o “margarita” supuso que podía diseñarse un documento elegante, convincente, aunque su contenido no lo fuera y, sobre todo, limpio.
Esto, unido a una cinta correctora que literalmente “sacaba” del papel la letra o palabra mal escrita, permitiendo que se la reescribiera sin que se note, llevaron a que muchos estudiantes, metidos a amanuenses mecánicos, pudieran respirar un poco más tranquilos y evitar, sobre todo, la fuerte llamada de atención de sus jefes. Atrás había quedado el borrador de tinta, que agujereaba la hoja de papel.
También estaban a la orden del día unos papelitos blancos sobre los que se reescribía el tipo, como se llamaba antes de que apareciera el horrible neologismo “font”. Este papelito blanco era mejor que la tinta líquida que, de alguna u otra forma, manchaba y marcaba. Hoy ha quedado para que los estudiantes, previa la pregunta al profesor: “¿puedo usar corrector?”, traten de mejorar en algo el examen.
La maravilla era, sin embargo, una máquina que tenía pantalla. Se escribía primero, con el sonido que provenía del mecanismo eléctrico, sin que el papel impoluto viera que los tipos cayeran sobre él. Todo aparecía en la pantalla, sobre un fondo gris verdoso, ¡y podía corregirse! Una vez que estaba listo, la tecla adecuada permitía que cayeran torrencialmente las palabras sobre la hoja, que recibía, línea por línea y párrafo por párrafo, las noticias comerciales, las demandas judiciales, las actas de juntas y todo lo que movía la sociedad, incluyendo de vez en cuando, la copia de un poema o la letra de una canción.
Esas máquinas eran realmente de escritorio pues pesaban muchísimo. Nada que ver con la pequeña portátil que llevaban las estudiantes al colegio. El acompañante había pasado a otro nivel cuando ayudaba a llevar la máquina a la chica de sus desvelos. Por la Calle Larga se veían las parejas: ella, coqueta hasta cierto punto; él, con la máquina.
No suena tan romántico – o tal vez sí – decir “¿te llevo la laptop?”
Publicado el 29 de mayo de 2013