miércoles, 2 de enero de 2013

Tocadiscos


Haciendo una limpieza post-navideña he encontrado unos discos  de vinilo. Sus carátulas todavía mantienen el color del arte pop de los sesentas y setentas. Algunos fueron fabricados por empresas nacionales que ya han desaparecido, otros vinieron del exterior en maletas de amigos y parientes que recibieron el encargo de conseguirlos.

Esos discos no serían más que círculos negros sin una máquina maravillosa: el tocadiscos. Ponerlo a funcionar era un arte si se trataba de no dañar el long-play y, además, encontrar el surco adecuado para que la canción que debía sonar sea la precisa.

¡Cómo sufríamos cuando un amigo, con algunos tragos adentro, tomaba el disco sin mayor cuidado y lo llevaba hacia el tocadiscos! Seguro que dañaría el acetato conseguido con tanto cuidado.

Y no había mayor frustración que salir a bailar con la chica preferida de la fiesta, encontrándose que el disco se había rayado y que Sandro no pasaba de “tus labios de rubí... tus labios de rubí... tus labios de rubí”, cortando inmediatamente la inspiración que llevaba a la próxima declaración de amor.

Los discos de 45 r.p.m. contenían una canción por lado; el mecanismo que usaban los mejores tocadiscos para que pudieran escucharse uno tras otro, era realmente una obra de ingenio: se ponía sobre el eje central del tocadiscos y, después, podían colocarse cuatro y hasta cinco discos pequeños que iban cayendo uno tras otro, una vez que la aguja, al llegar al último surco, se levantaba en el extremo del largo brazo.
Oír un long-play suponía un rito casi reverencial: sacar el disco de su funda, limpiarlo con una pequeña franela para que no deje pelusas, ponerlo en el eje central del tocadiscos, levantar la aguja y encontrar el primer surco. Después de seis canciones, tomar el disco y voltearlo para escuchar el lado B.

Pero los discos de vinilo no han desaparecido: hay un “revival” que ha llevado a que se reediten e, inclusive, que los nuevos grupos publiquen sus composiciones actuales en long-plays que deben escucharse en tocadiscos de aguja. El rito vuelve a presentarse: hay quien prefiere oír un tango acompañado del suave sonido del roce de la aguja, y no en un CD que reproduce la música de manera perfecta.

Por ello, el día en que se robaron mi equipo de música y me dejaron los vinilos de los Beatles, me sentí un hombre afortunado.

Publicado el 2 de enero de 2013

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