Salomé era una chica alegre, decidida y simpática. Caía bien a sus amigos y les impulsaba a pensar en cosas nuevas. Estaba comprometida con tantos planes de aquellos que mueven –y han movido- a los jóvenes en cualquier época. Salomé tenía, sobre todo, una pasión: la bicicleta.
No solamente que se sentía libre mientras el viento frío de la ciudad soplaba en su rostro en una mañana cualquiera, sino que percibía, en cada impulso de sus piernas, que estaba viva, que era joven, que tenía un mundo por delante.
No es usual que una chica pueda conocer algo de mecánica: Salomé llevó su pasión por el ciclismo un pasito más allá, y podía saber si el timón de su bicicleta estaba a la altura correcta, si los cambios funcionaban con la suavidad que los piñones necesitaban para que se deslizara suavemente, aunque las subidas y bajadas del camino exigieran un golpe más de sus pantorrillas y sus muslos.
Salomé hoy está muerta, un bus la arrolló en Cumbayá.
Esta es la historia de una chica a la que no conocimos y que incluye los trocitos de la vida de muchos jóvenes de cualquiera de las ciudades de nuestro país. Muchachos y chicas que han descubierto el gozo de transportarse en una bicicleta, de utilizarla buscando una aventura sana en los chaquiñanes y senderitos rurales, que deciden ir a la pista y esforzarse para lograr el impulso casi increíble que se necesita para subir a la parte más alta del peralte, y mantenerse girando, vuelta tras vuelta, mientras la adrenalina despeja los problemas cotidianos, los conflictos con los padres y los profesores, la preocupación del cercano e incierto futuro profesional.
Jaime Astudillo Romero es un entusiasta del ciclismo, como lo ha sido de otros deportes: basquetbol y aún del vuelo en alas delta. Hizo un llamado desde la condición que le da su calidad de director de la Red de Universidades y reunió, hace unos días, a más de 4.000 ciclistas que recorrieron las calles de Cuenca en una demostración del compromiso de los ciudadanos, incluyendo los jóvenes, para buscar una nueva forma de sentir la ciudad.
Entre estos 4.000 ciclistas ¿cuántas Salomés estuvieron? ¿Cuántas quedarán expuestas hoy, mañana, o en un mes, a un desaprensivo busero, un brutal conductor de camiones o al niño-bien, que acelera prevalido del poder que le da el carro de papá?
No queremos ver a una nueva Salomé en ninguno de nuestros caminos si no la observamos feliz, mientras el viento le sopla en la cara.
Publicado el 2 de mayo de 2012
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