La posibilidad actual de comprar películas “piratas” en la calle no ha llevado, inapelablemente, a la desaparición de las salas de cine, pero éstas han cambiado de manera radical. Ya no están los viejos teatros de Cuenca, unos de mejor categoría y otros francamente malos por los habitantes rastreros y olores pungentes que los habitaron.
Sin embargo, igual que en “Cinema Paradiso”, asistir a una sala de cine con una buena compañía, para ver una película escogida en un ambiente casi religioso de silencio y concentración, no es igual que verla en casa.
Tampoco era igual ir a la luneta del Teatro Cuenca que a la galería, a sabiendas el famoso “gallinero” costaba mucho menos y podía ahorrarse aún más si se elegía la galería alta.
La diferencia de costo entre la galería alta y la baja era suficiente para que el muchacho que entraba al cine pudiera comprar un cigarrillo Lucky, Chester o Paxton o, el más machazo, fumara inclusive King o hasta Full Speed. Después, en una demostración de ruptura de las reglas, era fácil pasar de la galería alta a la baja –no sé con qué objeto- saltando una pequeña valla de madera que tenía una hilera de clavos retorcidos en su parte superior.
La galería era el lugar para ver el cine a la altura de los ojos, en unas incómodas bancas de madera sin espaldar, y rodeado a veces de campesinos, entre ellos mujeres con niños que lloraban, y que llevaban a que los majaderos gritaran una cantidad de improperios supuestamente graciosos para que la madre callara a la criatura.
El colmo del abuso de los asistentes a la galería era, por supuesto, tirar objetos a la luneta. En la temporada cercana al Carnaval, inclusive globos llenos de agua, con el correspondiente reclamo del “cuetero” que, además de poner la película en las máquinas proyectoras, era el encargado, garrote en mano, de controlar a los asistentes, luego de escuchar los agravios que le lanzaban si equivocaba el orden de los rollos.
Sin embargo esas viejas galerías llevaron a que muchos pudieran ver obras irrepetibles, desde la impactante “Ben-Hur” en la que el malvado Messala es derrotado por un joven Charlton Heston, hasta la preciosa “Romeo y Julieta” de Zeffirelli, cuando todos los estudiantes de la ciudad se enamoraron de Olivia Hussey y lloraron su muerte por la fría daga. La galería sirvió para escuchar a Raphael en alguna de sus visitas a Cuenca, o a los Ángeles Negros tocando en el ínterin de dos películas.
Hoy esas galerías ya no están, pero muchos recordarán que asistieron al cine cuando era mágico, y no una cosa de todos los días; rieron, lloraron y se asustaron con filmes que, vueltos a ver, posiblemente no son ni la sombra del recuerdo que dejaron en cada uno de nosotros.
Publicado el 8 de febrero de 2012
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