Sobre
el río Tomebamba, en el pequeño valle de Monay, hay una tarabita. Se encuentra
colgada en medio del río, sin uso alguno.
Pasaron
los días en que la gente del lugar la utilizaba para pasar de un lado al otro
del río, evitando una larga vuelta que significaba llegar a los puentes que se
encontraban ya en la ciudad. El más cercano, aunque más bien nuevo, era el del
Vergel, pero estaba a varios kilómetros de distancia.
Pero
la tarabita, que servía de vehículo para evitar el cruce del caudal, sufría una
transformación cuando sus ocupantes eran los muchachos de las quintas que se
encontraban de vacaciones. Se convertía, entonces, en una nave maravillosa que
permitía la aventura de elevarse sobre la correntada y poder ver, desde el
medio del río, las dos puntas del bramante río.
La
nave inquieta se balanceaba en el cable y sus ocupantes esperaban que éste
resistiera ante el tirón del forzudo campesino encargado de llevar – y, sobre todo, traer a salvo - a los
chicos que se atrevían al paseo.
No
se hablaba ni se sabía aún de la descarga de adrenalina que producía el viaje,
pero la huella que dejaba en el espíritu de quien se atrevía a cruzar era indeleble.
Incluso podía hablarse de una hermandad de quienes habían corrido el riesgo y
los más chicos, que no tenían ni la edad ni las agallas para embarcarse eran,
por supuesto, mirados de hombros abajo.
Este
simple aparejo ha sido reemplazado hoy, por los jóvenes que buscan aventura,
con diversiones más sofisticadas: el viaje hacia el Norte permite la aventura
de la montaña rusa, construcción de acero y plástico con nombres rimbombantes,
que pone a prueba los nervios del más plantado.
Pero
la vieja tarabita es más que un armatoste colgado en medio del Tomebamba: es el
cajón de madera que permitió que el espíritu de un niño descubra emociones que
después le mostró la vida en toda su amplitud: el miedo, el riesgo, el reto, la voluntad, el triunfo. A
veces éste no llegaba, y no faltó la tragedia que también es parte de la vida.
La
caer de la tarde la tarabita volvía a su inmovilidad, rota por la brisa que
balanceaba el cajón cuando todos se habían ido.
Dudo
que la montaña rusa pueda formar el carácter de un niño, como lo hacía la
tarabita del río Tomebamba.
Publicado el 21 de septiembre de 2011
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