viernes, 24 de junio de 2011

Pasaporte a la vida

Presentación del libro "Pasaporte a la vida", de Gerardo Martínez Espinosa. 
Salón de la Alcaldía de Cuenca, 23 de junio de 1011


Un libro es un objeto, pero es más que eso. Puede ser un objeto bello, si tiene la encuadernación, las ilustraciones y la tipografía cuidadas. Pero sobre todo un libro vale por su contenido.

Un libro trae una historia, trae pensamiento, trae emociones, amor, dolor, tragedia. También trae, cuando habla de los hombres, lo mejor y lo peor que éstos tienen.

Un libro puede ser un compañero, a veces incómodo cuando es denso; amable, cuando acompaña; cruel, cuando conmueve hasta las lagrimas; sabio, cuando enseña.
Un libro siempre está a la mano: a lo largo del día o en las horas opacas de la noche; en las vacaciones, o cuando podemos robar un momento al trajín diario para revisar sus páginas, aunque sea pasándolas rápidamente entre los dedos.

Escribir un libro puede parecer fácil: hay tantos que se publican en el mundo cada año, que inmediatamente nos preguntamos quienes los leen. Pero escribir un libro es difícil: la reflexión, el necesario uso del idioma, el ritmo, la pausa y, al final, la publicación de la obra, suponen esfuerzo, horas de trabajo y preparación; en suma, preocupación que va más allá de lo intelectual y roza y se adentra con lo material: los costos, la distribución, la comercialización, la publicidad: la serie de pasos que llevan al libro desde el escritorio del autor a las manos del lector.

Hay libros y libros, pero todos tienen su germen en una idea. No son iguales los libros técnicos y las novelas, los códigos y las anatomías, el ensayo que el best-seller, el folletín y la obra filosófica, el poemario y el western, pero todos nacen de una idea.

Esa idea puede ser muy alta o sencilla, pero importa, pues corresponde a la razón que lleva al autor a adentrarse en una labor que supone, al final, compartir sus conocimientos, opiniones, sensaciones, ideología, experiencia, afectos, con otros que los aceptarán o rechazarán.

Esa idea puede ser, como la del libro que hoy presentamos, la de rescatar una vida tal vez conocida por pocos, a veces incomprendida, pero que, en este mismo día, es también ensalzada por un Estado distinto al que la vio nacer. Hoy mismo, el Estado de Israel, proclama a Manuel Antonio Muñoz Borrero, hijo de Cuenca, como héroe, y siembra un árbol en su memoria para que ésta perdure y sea conocida.

Gerardo Martínez Espinosa resolvió ahondar en la vida de Muñoz Borrero y llegar a definirla en su esencia. Por ello la obra contiene no solamente la referencia al entorno cuencano que permitió a Muñoz Borrero ser lo que fue –como ha sucedido con muchos otros- sino que cuenta su historia callada y secreta, que permitió a muchos, extraños, desconocidos, parias, salvar su vida de las garras de la tiranía y conseguir un pasaporte a la vida.

Este libro trata de descubrir al hombre íntimo, con los sueños y  las realidades   de su vida. Rescata la historia familiar en el entorno más amplio  de Cuenca, crisol del carácter de su gente, que no ha olvidado la modernidad, obligada moralmente a persistir en  la generosidad y la nobleza de espíritu, que son sus atributos. Es decir,  los valores que han forjado su vida de siglos.

Manuel Antonio Muñoz Borrero es un cuencano auténtico, ilustrado, generoso, de formación y afectos familiares que modelan  su vida. Cuando  enfrenta  un panorama de maldad aparece el carácter generoso de su niñez y juventud y hace lo que debe hacer, sin esperar beneficios ni pensar en  dificultades y  peligros.

Su lucha a favor de los judíos perseguidos por el nazismo fue, en realidad, una historia silenciosa que él jamás pretendió  rodear de prestigio o fama. Los historiadores  la han descubierto y el Estado de Israel, aceptando el dictamen de su Corte Suprema de Justicia,  ha inscrito a Manuel Antonio Muñoz Borrero en el número de sus héroes, esos cuyos nombres nunca serán olvidados (yad vashem) y  conservará su memoria en el Museo del Holocausto de Jerusalén a partir del 23 de junio de 2011.

El descubrimiento de estas acciones heroicas, realizado digamos sin su consentimiento ni aceptación, ha ocultado su vida personal. Según el autor del libro, su verdadera y callada historia es una novela de aventuras, de  amor y   desamor, de intrigas y bondad, cercana  muchas veces a las más tenebrosas formas de  la muerte.
Manuel Antonio Muñoz Borrero amaba los libros. La biblioteca de su padre tenía fama por sus cuidadas ediciones. En su homenaje, este volumen tiene un aire de libro antiguo, con viñetas, capitulares y tipo de letra que se usaban en los primeros treinta años del siglo XX; es un libro de “tapa dura”, de hojas cosidas con hilo, que hoy por lo común no se hacen, y que la diseñadora Paula Martínez ha querido rescatar de una época en que la magnífica publicación de libros y revistas seguía, en Cuenca, la moda de la belle epoque, en consonancia con la tendencia modernista nada menos que de París.

Gerardo Martínez Espinosa ama a esta tierra y demuestra su amor en la decisión de rescatar del olvido aquellas historias que podrían quedar sepultadas bajo la losa del tiempo, sin que nunca más vuelvan a ver la luz del día.
Ya lo hizo así en sus libros anteriores: en Historias de Cuenca nos llevó desde tiempos de los cañaris hasta los albores del siglo XX; en Los Caminos del Idioma, desde los orígenes de nuestra lengua, hoy mestiza, hasta los poetas modernistas, pasando por los clásicos.

Gerardo Martínez fue más allá, y se adentró en la historia mesoamericana  con su obra Un Relato Americano, que es también una manera de demostrar por qué somos como somos los nacidos en este continente.

En el libro “Pasaporte a la Vida” la historia no es solamente la de un hombre; la vida de Muñoz Borrero es el resultado de una forma de enfrentar la vida y sus problemas, propia de los cuencanos, que supone reciedumbre moral y, a la vez, esa modestia propia de quien sabe que lo que ha hecho es lo que debía hacer, sin esperar recompensa ni relumbrón.

El libro que se presenta hoy es un libro para tener, pero también para leer. Producirá satisfacción estética contemplar su carátula y conocer que ha sido hecho de uno en uno, con ese trabajo propio de nuestros artesanos. Al abrirlo encontraremos historias que pueden ser conocidas, o parecerlo, pues son aquellas que han sido comunes en las familias cuencanas de fines del XIX y principios del siglo XX. La casa vieja, la hacienda, la reunión familiar, los viajes, las lecturas, los amigos, el trabajo, la soledad, el cumplimiento del deber y, al final, el trabajo cumplido, la muerte. ¿El olvido?

En este caso, no.

El autor, al buscar la idea de este libro, consideró que Cuenca no podía olvidar la gesta de un hombre que, pese a hacer vivido gran parte de su vida fuera de esta comarca, nunca dejó de ser un ciudadano cuencano.

Gerardo Martínez entrega hoy este libro a la ciudad. Lo hace con el convencimiento de que ha cumplido una deuda de honor que mantenía Cuenca con Muñoz Borrero. Por ello Gerardo Martínez no quiso que este acto sea la presentación de su libro sino un homenaje a Manuel Antonio Muñoz Borrero, y que el libro que presentamos sea parte de tal homenaje.

La ciudad, por medio de su Alcalde, así lo ha decidido.

He manifestado que publicar es trabajo duro. Por ello es necesario reconocer el apoyo de la Embajada de Israel en Quito y de la Academia de Historia del Ecuador que han permitido que la obra pueda hoy estar en sus manos.

Gracias.

Antonio Martínez Borrero

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