sábado, 29 de enero de 2011

Golpe, asonada y libertad de pensamiento

La opinión pública tiene, en estos días, un solo elemento de reflexión: lo sucedido en Quito el día 30 de septiembre pasado y las graves consecuencias que produjo la actitud de grupos importantes de elementos de la Policía.

Se ha discutido hasta la saciedad si se trató de un golpe de Estado, una asonada, un levantamiento o una sublevación. Al igual que sucede en muchos aspectos de la vida política del país, antes que reflexionar sobre lo sucedido, los que opinan dan paso a posiciones que nacen de la aprobación o el rechazo al Presidente de la República.

Esta actitud, indudablemente, sesga el pensamiento y evita que éste pueda seguir por la vía de la objetividad y, por ende, la verdad de los acontecimientos queda oculta por pasiones positivas o negativas.

Sin embargo, me parece que ciertos elementos son absolutamente claros: con excepciones –que las hay- existe un rechazo frontal a que nuestra Patria pueda perder la vigencia de su sistema democrático.

Es cierto que la vivencia  democrática del país es aún incipiente y llena de defectos, errores, abusos y actitudes prepotentes que se presentan en todos los estamentos de la sociedad. Sin embargo la mayoría estamos convencidos que la existencia de un Estado de Derecho es requisito para el desarrollo y un manto de protección para el reconocimiento de los derechos de los ciudadanos.

Es por ello inaceptable que ciertos grupos consideren que son incompatibles el apoyo irrestricto al sistema democrático en nuestro país, y la opinión sobre los errores que pudieron haberse producido el malhadado día 30 de septiembre, con las consiguientes responsabilidades de sus actores.

No podemos tornarnos en una sociedad maniquea: no es un enemigo de la Patria la persona que presenta un pensamiento discordante al de la verdad oficial.

Los ciudadanos debemos partir de un principio inclaudicable: la defensa del Estado de Derecho. Sin embargo, esta posición no significa que todo lo demás tenga que venir en un mismo paquete.

Las referencias a las responsabilidades de lo sucedido no presupone que el ciudadano que las argumenta sea un traidor, o esté vendido a las fuerzas más oscuras. Supone el ejercicio de un derecho, también irrenunciable: el de la opinión en libertad.

Reivindiquemos la posibilidad de que los ciudadanos puedan pensar, y exponer lo que piensan, aunque no guste, sin que sean objeto de calificativo alguno, más allá de la discusión semántica sobre el golpe o la asonada.

Publicado el 6 de octubre de 2010

El estadio de madera

Muchas cosas pueden contarse del fútbol en nuestra ciudad. Hay un antes y después del Deportivo Cuenca y, por lo que parece, puede haber un nunca más.

Cuando el equipo empezó en 1971 los aficionados iban al estadio a las seis de la mañana. Se contaba que lo hacían después de la misa tempranera, en una época en la que la gente todavía iba a las celebraciones religiosas a pedir, entre otras cosas, que el equipo ganara.

Luego de una larga espera en colas llenas de amigos y conocidos, los aficionados se sentaban en graderíos de tablas, bajo un techo de zinc que se sostenía sobre unos pilares igualmente de madera. Había tiempo para todo: se comía, se leía el periódico, las conversaciones con los amigos distraían en la larga espera hasta las 11:30, cuando empezaba el partido cada dos domingos.

Los que tenían amigos o parientes dentro de estadio, llegaban un poco más tarde, esto es a las 09:00.

En las escuelas se rumoraba que un alumno, al preguntársele sobre los prohombres de Cuenca, se había referido rápida y claramente a Piazza, Daza, Laterza, Caicedo y Jaramillo... Al interrumpirle el profesor y nombrarle algunos de los nombres de políticos, ciudadanos notables y poetas, como los verdaderos prohombres, se dice que el alumno contestó que no los conocía porque se trataba seguramente de los “suplentes”.

Cabe la digresión en este momento: los términos políticamente correctos nos impiden hoy hablar de suplentes, peyorativo nombre de quien reemplaza a otro. Hoy todos los suplentes son “alternos”, sobre todo los políticos.

Esta época romántica del fútbol ha pasado y hoy, los grandes equipos mundiales atraen la atención y tienen aficionados en todos los lugares. No faltan los muchachos que, en un día cualquiera, aparecen con la camiseta blanca del Real Madrid o la roja del Manchester United.

¿Cuál es, entonces, el futuro de los clubes pequeños como el de nuestra ciudad?

Llevar el nombre de la Patria Chica marca a un equipo; así ha sucedido con el Deportivo Cuenca. El problema es que los aficionados no lo son tanto como para que el dinero llegue al club. Todos lo apoyan, pero la pobreza de sus arcas impide que pueda mantenerse.

Acaba de ser expedida una nueva Ley del Deporte. ¿Podrá resolver los problemas reales de los equipos de fútbol que no son grandes empresas deportivas?

Mientras tanto queremos borrar la sensación de creer que la camiseta roja será, como tantas otras cosas, un recuerdo que contaremos a nuestros nietos.

Publicado el 24 de noviembre de 2010

Calentamiento global y responsabilidad

Hablar del clima es un lugar común para iniciar una conversación con cualquier desconocido. El clima, hasta este momento, no traía entre los interlocutores ninguna posibilidad de enfrentamiento pues éstos se encontraban ante un hecho objetivo: llueve o hace sol.

Sin embargo, la discusión del clima ha pasado a otro ámbito: hoy todos opinamos del calentamiento global y de los resultados que la actividad humana ha producido en nuestro planeta.

Hace ya mucho tiempo que nadie niega el calentamiento global porque hace frío.

La discusión actual está en la responsabilidad del calentamiento global y en los mecanismos que podemos utilizar todos los habitantes del mundo para frenarlo.

Es absolutamente cierto que los grandes países industrializados -algunos más que otros, como los Estados Unidos de América- son los principales causantes de este cambio extremo.

Los países en vías de desarrollo, como China o la India, lo son también pero expresan su negativa al control de las emisiones porque éstas provienen de la creación de grandes industrias fabriles que ayudan a los estados en su lucha contra la pobreza.

Al final, la simplificación de la discusión sobre la destrucción de la humanidad choca con la radical posición de naciones que prefieren sacrificar su entorno para buscar el desarrollo.

En nuestro país el caso del Yasuní  es especialmente visible. Más allá de la belleza de la selva amazónica está la riqueza del petróleo, ese oro del diablo, que puede permitir la solución de grandes problemas sociales con un costo sin retorno: la destrucción de un enclave único en el mundo.

Dura resolución de un gobierno que se encuentra entre la defensa de la naturaleza como una forma de reconocernos más humanos y, a la vez, la ilusión de conseguir donaciones que permitan mantener el petróleo bajo tierra.

Por lo pronto, la razón ética debe llevar a que todos los ciudadanos nos involucremos firmemente en la lucha contra el calentamiento global, a sabiendas que puede ser solamente un grano de arena, pero es de nuestra responsabilidad: reciclemos, apaguemos las luces, cerremos el grifo y, sobre todo, formemos a los niños en el respeto a la naturaleza.

Publicado el 1 de diciembre de 2010

Vargas Llosa, ¿político o escritor?

Hace pocos días el escritor peruano Mario Vargas Llosa recibió el premio Nobel de Literatura de manos del rey Gustavo Adolfo de Suecia. En una ceremonia muy formal, el rey y el escritor, de pie sobre una alfombra azul oscura (de gules, dirían los conocedores de heráldica) con la letra “N” en medio de laureles, se estrecharon la mano, y Vargas Llosa recibió la condecoración y el diploma que acreditan su premio.

Esta distinción a un sudamericano, hispanoparlante, ha causado alegría en nuestro continente. Es el reconocimiento de que los pueblos de la América mestiza tienen algo, mucho, que decir en el ámbito de la cultura.

El nombre de Vargas Llosa se ha unido al de otro escritor extraordinario, Gabriel García Márquez, que ganó el Nobel hace algunos años, aunque ha vuelto a poner en discusión la falta que cometió la Academia sueca al no haberlo entregado a Jorge Luis Borges.

Cada vez que se entrega un premio Nobel, de la paz o de literatura, afloran las consabidas discusiones sobre la calidad política del premiado. Se ha llegado a decir que Borges no recibió el Nobel por razones políticas. Hoy, la Academia sueca es tachada de lo contrario: ha premiado a un “derechista”.

Por lo menos la discusión no está en el terreno de la literatura, en donde no hay duda sobre la calidad de Vargas Llosa y su condición de gran narrador. Sus libros, desde el clásico “La ciudad y los perros”, siguen leyéndose y vendiéndose –o bajándose gratis del internet- por cientos.

Es cierto que Vargas Llosa se ha calificado personalmente como un “liberal”, palabra que en castellano tiene un significado distinto que en el inglés, donde el liberal es un izquierdista.

Sin embargo, la obra de Vargas Llosa demuestra que su condición de liberal puede llevarle a retratar de manera inmisericorde a quienes han usufructuado del poder, como en “La fiesta del chivo”. Al contrario de lo supuesto, su obra es más libertaria que muchas que provienen de escritores vinculados con movimientos políticos que se califican de avanzada.

Vargas Llosa, a diferencia de los escritores italianos fascistas, jamás ha claudicado en la defensa de la libertad ni ha utilizado sus obras para solapar posiciones ultristas. Ha tenido, sin embargo, la valentía de declararse no-izquierdista en un mundo donde más fácil era seguir la corriente, como muchos otros, actores de la película de Buñuel, “El discreto encanto de la burguesía”, mientras llega la revolución.

Publicado el 15 de diciembre de 2010

El melodio de la Navidad

Rafael Carpio Abad (¿se acuerda alguien del autor de la música de la Chola Cuencana?) vivía en la calle Juan Montalvo y, en la época navideña, como buen músico local, tocaba villancicos tradicionales en la velada del Niño Dios.

Había que contratarle con muchas semanas y, por supuesto, conseguir quienes carguen el melodio. Este instrumento, parecido a un piano, funcionaba con pedales que le insuflaban vida y permitían que las notas brotaran a raudales de la caja de madera. El aparato pesaba, y se necesitaban por lo menos dos cargadores fuertes para que lo llevaran desde la calle Juan Montalvo hasta el lugar en donde se velaba al Niño Dios.

En la velación se encontraban todos los miembros de la familia pero los más jóvenes tenían espacio importante: debían cantar, acompañados del melodio y de la voz cascada de Rafael Carpio, los tradicionales tonos del Niño. Muchos de ellos estaban disfrazados de cholas, jíbaros (nombre inexistente en la antropología), y figuras propias del Evangelio: reyes magos, San José y pastores. La niña mimada de la casa era, por supuesto, la Virgen María, siempre y cuando se lo mereciera por su largo cabello. Los trocitos de incienso, puestos en el brasero, producían un olor inolvidable, que aún perdura. Por supuesto, entre los pasantes no habían aparecido papás noeles y, menos, batman.


Al día siguiente iban todos, en procesión hacia la Iglesia, lanzando chagrillo, despliegue de pétalos de rosas y flores del campo, que marcaban la ruta del pase y dejaban en el aire un olor a tierra mojada y recuerdo de hacienda.

En el recuerdo de mi infancia la dueña del Niño era la “señorita María”, muchacha –que no empleada, como hoy- de mi abuela. Ella organizaba todos los años la velación de la imagen que mantenía en su cuarto, a la espera de esta especial ocasión. Para los niños posiblemente no era lo más importante, pero la comida que preparaba para la ocasión tenía también un sabor y un cuidado especial.

Este día 24 de diciembre el pase del Niño recorrerá las calles de Cuenca y se repetirá el rito. El sincretismo cultural llevará, sin embargo, a que sea una banda de guerra y no el melodio del maestro Carpio Abad el que abra el desfile.

Una vez más saldrán los niños disfrazados, aunque algunos de ellos, lo estén de figuras de comic. Pero al final veremos pasar al mayoral, en su caballo alquilado, cubierto con el chal más importante de la casa, las galletas, caramelos y chocolates ensartados y cubriendo los flancos, el sombrero con el billete de 100 dólares y, si el prioste es pudiente, la bandeja  con el gallo cocinado en la grupa, esperando el fin del largo día de sol y lluvia. Habrá llegado la tarde y también la Nochebuena.

Publicado el 22 de diciembre de 2010

El año viejo de media cuadra

Antes los años viejos no se compraban, se fabricaban. El muñeco se construía buscando ropa vieja, de grandes o de chicos, a la que se zurcían las mangas para que el relleno no se escapara. El carpintero del barrio era el encargado de la entrega del aserrín que formaba el cuerpo del monigote, aunque después, cuando el aserrío se mudó del barrio, siempre pudo utilizarse papel periódico.

Por allí circula una reflexión de por qué los periódicos no desparecerán ante el avance de las computadoras: más allá de que se usen para madurar aguacates, también resultan un elemento idóneo para rellenar el año viejo que arderá, sin lugar a dudas, con grandes llamaradas.

Lo más difícil era la fabricación de la cabeza del muñeco, aunque el descubrimiento de que una media naylon podía servir, ayudó enormemente a que este serio problema fuera resuelto de manera práctica.

Por último, la careta daba la fisonomía al muñeco, siempre con una larga nariz, muchas veces con algún pañuelo que  cubría la nuca, y con unos ojos de grandes cejas que miraban el futuro de manera estoica, como quien sabe que poco después llegaría el fuego.

Ningún año viejo estaba completo sin una serie de “viudas” que lloraran su muerte: trajes negros, máscaras de ocasión que cubrían siempre a varones. No recuerdo que ninguna viuda haya sido una mujer, pero sí el terror que infundían los conscriptos –más bien conocidos como cozhcos- cuando tomaban a su cargo este papel.

Las viudas estaban acompañadas de payasos, vestidos con trajes de colores, careta adecuada para su papel, un gorro puntiagudo de cartón con cintas multicolores y, por supuesto, una tremenda “morcilla” que, si el payado era grosero, no solamente estaba rellena de lana de borrego sino que tenía algo más duro en su interior.

El testamento debía ser hecho por el más jocoso de los “parientes” del año viejo. Por supuesto aprovechaba para dar puntazos a los menos queridos de la familia o del barrio, pero como leía documento que había sido “redactado” por el que será quemado, liberaba de reclamos al verdadero autor.

Al final, la quema del año viejo suponía una catarsis: se quemaban las penas, los problemas de los meses pasados, los malos ratos. Se saltaba la llama y resultaba siempre que, algún desaprensivo, también se quemaba los interiores.

Publicado el 29 de diciembre de 2010


No sé si comprar y quemar un año viejo que representa a un muñeco de la televisión pueda suponer la liberación de las penas, ni verlo desaparecer traiga las ilusiones de un nuevo año. Por mi parte me quedo con el año viejo de media cuadra.

30 años sin John Lennon

Hoy se cumplen 30 años de la noche en que Mark Chapman disparó contra el pecho de John Lennon, que volvía a su casa, y le mató. John había grabado, en solitario, el disco llamado Fantasía Doble, luego de varios años de silencio. Una de las canciones que traía el disco se llama “Empezando nuevamente”: ese deseo, que habría llevado a la nueva creación de obras magníficas e impactantes, quedó frustrado para siempre.

Recuerdo, como si fuera hoy, que fui a la Botica Pichincha, situada en la esquina de las calles Bolívar y General Torres. En el local, como sucedía siempre, estaba sobre el mostrador un periódico, EL TIEMPO, que se publicaba en la tarde. En su primera página estaba la noticia: “Ex Beatle John Lennon, asesinado en Nueva York”.

Lennon había sido, años antes, parte del cuarteto de Liverpool. Fue uno de sus motores, y lo sostengo así, porque se necesita una coincidencia extraordinaria en la historia del arte para que, en un solo momento y lugar, pueda reunirse la genialidad de cuatro individuos que permitió un cambio, que no fue solamente musical sino generacional.

Lennon tenía un humor ácido y contestatario: tanto sus canciones como las entrevistas muestran su inteligencia singular. Hoy mismo, en una de las calles de Cuenca, está un grafitti con sus palabras “La vida es eso que pasa cuando estamos ocupados haciendo otras cosas”. 

Fue indudablemente una figura controvertida, pero a los genios no hay como pedirles que se ajusten al sistema. Nos basta tener su obra para comprender a toda una generación y a las que han venido después.

La música de los Beatles tiene de todo: armonías que no han sido superadas, letras alegres y tristes (no hay canción que muestre más la tristeza que “EleanorRigby”), referencias a la vida cotidiana y, a la vez, claves surrealistas y psicodélicas, propias de una época salida de la depresión de una guerra mundial y en búsqueda de otra vida, distinta y más humana.

Hoy se mantiene vivo el legado de Lennon. Tomando una frase de “Imagine”, su himno universal, hace unas semanas se lanzó la campaña “Imagina que no hay más hambre” para ayudar a gente de Kenia, Haití, Indonesia, Tailandia, Sudáfrica y Venezuela.

La vida de Lennon está indisolublemente ligada a la vida de millones de personas en el mundo. Como él lo dijo: Hay lugares que recordaré toda mi vida/Aunque muchos han cambiado y para mal/Hay amigos y amantes que perviven/ Otros ya se han muerto/¡A todos he querido!/

También a ti te recordamos, John Lennon.

Publicado el 8 de diciembre de 2010

¿Se puede escribir aún sobre Cuenca?

¿Se puede escribir aún sobre Cuenca, sin caer en los lugares comunes? Tantos lo han hecho porque Cuenca es una pasión que no solamente flamea en quienes somos parte de esta tierra, sino también en aquellos que la sienten suya, aun sin serla, o la visitan y nunca más pueden olvidarla.

Vicente Benito, profesor español de la Universidad de Alicante, gran viajero y amante de Hispanoamérica, cuando está cerca de estos lares siente la llamada de la ciudad y viene. Pasea por sus calles, sale de bares y, sobre todo, conversa con la gente y descubre, cada vez más, las cercanías y distancias que unen y separan a esta Cuenca de la otra, que está del lado de allá del Atlántico.

Es que Cuenca ofrece y da mucho.

Ciudad compleja y sencilla, a la vez, ha roto los estrechos límites que la cercaban entre las duras montañas. No está circunscrita, como antes, entre San Sebastián y San Blas, María Auxiliadora y la Calle Larga. Se ha extendido enormemente, y hay barrios tan nuevos, que parecen de otras ciudades.

Mucha gente ha llegado de fuera; primero vinieron los vecinos más cercanos y, ahora, una página web señala a la ciudad como el punto más apetecido para los jubilados del primer mundo, que desean salir del plástico y la soledad, para encontrar un mundo real y más auténtico.

¿Será que esta nueva senda, que trae gente tan distinta, llevará a la pérdida de nuestra identidad? Estoy seguro que no, pues los nuevos ciudadanos serán los que aprendan a saborear un pan hecho en horno de leña –que todavía hay- y sientan el olor de la lluvia en el adoquín brillante de una tarde en que “se casan el diablo y la diabla”, porque llueve y hace sol.

Aunque no nos guste en exceso, hasta aprenderán a “cantar”, pese a que de chicos no recibieron una vacuna con aguja de vitrola, porque el dialecto cuencano se pega, como se pega esa forma tan especial de ser, que supone una identidad marcada que ha permitido el desarrollo y el progreso, hasta volver a Cuenca una ciudad que es, a la vez, celosa de lo suyo y abierta al mundo.

Porque cuencanos también han estado en todas partes, y no desde hace poco, llevando a los lugares más distantes el recuerdo duro y tierno de su tierra, soñando con volver a pasear por sus viejos barrios, charlar con sus amigos sobre tantas cosas y visitar a su madre, que aún tiene una casa en San Roque, o Las Herrerías, o el Cenáculo, o Todos Santos, y, si era una antigua finca, en La Gloria, Monay o Machángara, con huerto e higuera y, tal vez, hasta un chirote.

Pues sí se puede escribir aún sobre Cuenca, sobre todo con el corazón.

Publicado el 27 de octubre de 2010

Los otros emigrantes

El asesinato de Tamaulipas, en México, dejó claro el drama de los emigrantes latinoamericanos en su camino al Norte. Hemos escuchado las historias de jóvenes -casi niños- extorsionados por los traficantes de personas, hasta pasar sufrimientos indecibles.

Al final, el esfuerzo lleva a que muchos lleguen por las fronteras de Texas, Arizona y Nuevo México, camino a Nueva York, ese enorme imán para los pobres.

Recibí una vez la llamada de un emigrante que, desde una esquina del Bronx, buscaba hablar con su hermana; le expresé que el número no era correcto pero, en vez de colgar, me pidió que conversáramos un poco de la ciudad, de las noticias cotidianas, que van de la política al fútbol y, sobre todo, del futuro de esta tierra.

Sin embargo, a veces olvidamos a otros emigrantes, que salieron por razones diferentes. No buscaron el paso por el desierto ni son mojados del Río Bravo, pero han trabajado por la patria fuera de sus fronteras.

Son o fueron- jóvenes que buscaron un mundo más amplio, una educación mejor, un progreso intelectual. Han ido a estudiar y varios de ellos, no muchos, volvieron al Ecuador para definir con su trabajo los nuevos caminos de una sociedad complicada.

Otros, por razones insalvables, como el paso del tiempo sin descanso, progresaron en el extranjero y no volvieron más. Varios han vuelto muchas veces, pero no lo hacen para quedarse.

A veces, con intervalos que parecen cortos pero son largos, aparecen entre nosotros y, en reuniones de amigos, vuelven a sentirse niños y recuerdan anécdotas que hemos olvidado los que nos quedamos. Algunos son capaces de entonar el “Himno a la Dolorosa”, aprendido en la escuela Borja de la calle Tarqui, y no lo hacen como una demostración de extraordinaria memoria, sino porque sienten que aquí pueden cantarlo como algo natural, que no entre las montañas de Pennsylvania.

En los próximos días, uno de estos emigrantes distintos, Javier Cevallos, estará en el Ecuador y su obra será reconocida en Quito. Javier es rector de la Universidad de Kutztown, en los Estados Unidos. Este hecho demuestra su calidad académica y personal.

Publicado el 20 de octubre de 2010



Javier tiene una especial virtud: ha realizado todas las gestiones posibles para vincular a la Academia norteamericana con las universidades locales, en múltiples programas de extensión de la cultura. Estoy seguro que lo hace porque se mantienen profundas las raíces que le ligan a esta tierra.

¡... Y verán la luz!

Cuando este artículo esté en sus manos, se habrá iniciado el rescate de los 33 mineros atrapados en Chile. El mundo ha seguido, absolutamente impresionado, el drama que ha significado que estos hombres, rudos y, a la vez tiernos, hayan permanecido más de 60 días bajo tierra.

Recuerdo que, hace muchos años, uno de los primeros grupos de teatro cuencano escenificó una obra que se llamaba justamente así: “Bajo tierra”. Y todavía ahora, posiblemente 40 años después, aún recuerdo la actuación de estos tres o cuatro actores que, luego de quedar atrapados en una mina, hablaban entre si de sus sufrimientos, angustias y esperanzas que, al final, quedaban truncadas, porque jamás fueron rescatados.

La situación de los mineros en el fondo de la tierra trae implícitos mensajes subliminales y profundos en cada uno de nosotros: la muerte y la resurrección es uno de ellos. Visto desde el punto cristiano, la permanencia subterránea y el escape hacia la luz que no se extingue más, está íntimamente arraigada en cada uno de los que hemos sido educados en la doctrina católica.

No por menos razones, la cápsula – más bien jaula, por lo pequeña- que los trasladará a la superficie lleva el nombre de “Fénix”, el ave mitológica que renace de sus propias cenizas.

El rescate de estos hombres ha supuesto un enorme reto tecnológico, impensable en otra época, inclusive en la tal ya lejana de “Bajo tierra”. Estos hombres jamás habrían sido rescatados y, menos todavía, nunca se hubiera sabido de ellos, en una remembranza lóbrega del  cuento de Poe, “Entierro prematuro”.

Y más allá de las maquinarias, la tecnología, la decisión política de llevar a cabo un rescate con todos los medios posibles, ha quedado evidenciada la solidaridad. No solamente la de Chile sino de todo el mundo.

Ante tragedias enormes del mismo tipo, que han sucedido en China o en Polonia, la posibilidad real de que en nuestra América se produzca el milagro de sacar de las entrañas de la tierra a los 33 hombres, nos llena de alegría y de optimismo. ¡Podemos hacer las cosas! 

Si los chilenos son como nosotros,  también podemos, como país, salir adelante.

Cuando usted lea este artículo, los primeros de los 33 mineros habrán visto ya la luz, luminosa y azul, de su cielo chileno. 

Publicado el 13 de octubre de 2010

El "Ponchis"

Le veo en la foto del diario. Cubre su cabeza una gorra con visera y lleva una especie de pasamontañas, como una reminiscencia de aquél  que hizo famoso el otro mexicano, el Subcomandante Marcos. Camiseta blanca de mangas cortas y una especie de chaleco son su ropa visible.

En su mano derecha, desafiante y apuntando hacia arriba, tiene un arma. Un fusil de repetición automática. Está parado en una habitación y mira a la cámara de manera directa. ¿Tiene los ojos claros o la foto los hace ver así?

Impresiona su decisión de usar la violencia, pero más impresiona su edad: el “Ponchis” es un sicario que tiene 12 años.

Ha matado a sangre fría sin que su mano haya temblado el momento de pasar el frío cuchillo por la garganta de su víctima. También ha torturado a los enemigos del cartel de la droga para el que “trabaja” y, si tuvo que disparar, lo hizo con el fusil que, entre orgulloso y provocador, muestra en la foto.

Esa es la imagen de un niño envuelto en una espiral de violencia. Un niño-hombre que no tiene infancia y que mata directamente sin tener que utilizar, para ello, un juego de video. Lo hace de verdad.

México se encuentra conmovido por el asesino recién descubierto, que ratifica una vez más el  poder de las mafias que están dispuestas a todo, hasta a corromper a los más inocentes con el objeto de llevar adelante su negocio de muerte.

Cuando vemos la fotografía nos conmueve saber que ese fusil ha matado a muchos, que ese niño es capaz de actos infames; hay otros niños como él que forman parte de nuestro entorno y que tienen una vida en la que estudian, juegan, duermen, sueñan y esperan crecer sanos y libres de la violencia, sin conocer que hay uno en México que, esta noche, tendrá en sus manos el olor de la pólvora y mañana habrá desaparecido, porque es desechable.

En este momento, la sensación de sorpresa o rabia se transforma en una pena infinita por el “Ponchis”, ese asesino infantil que aparece en la prensa como un niño con un juguete nuevo. 

Publicado el 17 de noviembre de 2010

La violencia cotidiana

Hemos sido golpeados fuertemente por las noticias en estos últimos días: niños recién nacidos abandonados por sus padres hasta morir, sicarios que disparan desde una motocicleta a un comerciante, personas que son incineradas en su propio vehículo. El día de mañana los diarios y, aún más, la televisión, nos mostrarán escenas horrorosas de personas victimadas por la delincuencia.

¿Hemos perdido esos límites mínimos de moral que impiden asesinar, torturar, herir, amenazar a otros?

La reflexión suele caer en un punto muerto entre quienes consideran que es necesaria una penalización más fuerte de tales actos, un real “castigo” y, otros que argumentan que es la descomposición social y, sobre todo la extrema pobreza, la que han permitido que estos actos viles de produzcan. Para éstos la solución es el cambio social. Y, ¿hasta tanto?

No podemos llegar al reduccionismo pero sí debemos reflexionar sobre los elementos que han llevado a que esta situación se vuelva real y salte de las pantallas a la vida cotidiana.

Se manifiesta que la administración de justicia tiene, en gran parte, una responsabilidad. Que no está cumpliendo con las expectativas ciudadanas. Por ello, la justicia indígena, se argumenta, es más directa y rápida.

En su libro “La quinta mujer”, el escritor sueco Henning Mankell se refiere circunstancialmente a la formación de brigadas populares de protección de la ciudadanía contra el crimen. El efecto inmediato es una movilización general contra estas organizaciones que se encuentran fuera de la ley y que, sobre todo, desprecian los derechos humanos de los supuestos criminales, llevando a la ciudadanía a sujetarse a su poder aún para los casos de la venganza más primitiva.

Estamos en medio de estos dos polos: actualmente los jueces penales se llaman “de garantías” y existe una sensación de que este término se refiere a las garantías de los delincuentes, y no a las del debido proceso.

No queremos que el Ecuador siga el camino de la violencia, que llega a ensangrentar a chorros a Ciudad Juárez.

La sociedad entera requiere reflexionar dejando a un lado conceptos preestablecidos. Uno de los puntos a considerar deberá ser, necesariamente, si el Ecuador puede pacificarse con dos sistemas de justicia, la “ordinaria” –ya peyorativamente llamada así- y la indígena, actuando independientemente.

Urge esta reflexión: el Ministerio de Justicia, las facultades de Derecho, los colegios de Abogados, los jueces y fiscales, los abogados, la ciudadanía, deben comprometerse a llevarla adelante.


Publicado el 10 de noviembre de 2010

El desfile

Los estudiantes están inquietos. Reunidos en el parque de San Blas, todos se encuentran con los uniformes que los distinguen de otros colegios. Los más vistos son, indudablemente, los de la banda de guerra. Llevan, unos, las cornetas brillantes y pulidas. Otros, los tambores con las cuerdas bien tensadas. Cuando no lo están el tambor suena, más bien, como una caja ronca. Más allá, dos alumnos tienen los platillos y, el más grande, lleva el bombo.

Para tocar el bombo se necesita mucha personalidad: es un instrumento desproporcionado, poco estético pero indispensable. Su sonido profundo es el que organiza la marcha de todo el colegio y la banda no podría seguir el pausado ritmo del desfile si el estudiante que toca el bombo se desacompasa.

Los uniformes de la banda son vistosos: casaca azul celeste, con pechera de terciopelo azul marino y botones dorados, pantalón blanco. El casco es impresionante: hecho de latón, incomoda a quien lo usa, pero las crines blancas del penacho que se mueven al viento, dan una elegancia no vista a los pocos que los llevan. Además, parecen más altos.

El desfile subirá por la calle Bolívar, abanderada y llena de gente. Primero habrán desfilado los colegios femeninos, y las estudiantes tendrán tiempo de ver a los varones, cuando pasen frente al Parque Calderón.

Más adelante, otra banda de guerra y otro colegio también se preparan para empezar. El color de su uniforme de gala es distinto: negro y blanco. Los estudiantes guardan en su pecho un reclame importante: son de colegio centenario y laico. Los de azul y blanco, que vienen detrás, son de colegio de curas.

El desfile ha empezado y, como sucede en las mañanas de noviembre, hay un sol brillante en el cielo, aunque las nubes amenazan que, esta tarde, en los demás actos de las fiestas de Cuenca seguro que lloverá.

Los estudiantes del colegio laico y los del colegio de curas son, en muchos casos, amigos y de jorga. Pero ambos grupos llevan, durante el desfile, una sensación de mariposas en el estómago. No se trata solamente de mostrarse gallardos y no desentonar en la banda. Es posible que, una vez terminado el desfile, los dos grupos se enfrenten a golpes, cumpliendo un ceremonial que ni siquiera saben cuándo empezó pero que es inevitable.

El desfile ha terminado bien. No hubo pelea y los aplausos de los padres y madres de los colegiales. La banda de guerra tocó fuerte y marcial;  ahora hay que resolver si los tambores se llevan a la casa o hay que dejarlos en el colegio.

Es el 3 de noviembre de 1970. Tal como hoy, hace 40 años.

Publicado el 3 de noviembre de 2010

miércoles, 26 de enero de 2011

El desempleado más famoso del mundo

Al día de hoy un señor que estuvo al frente del quinto país más grande del mundo, con 191 millones de habitantes, se encuentra sentado en su casa en un suburbio  de San Bernardo del Campo. Se encuentra desempleado, pero hay muchos que van tras él: unos para recordar su paso por el poder, que se dice que desgasta, aunque terminó su mandato con un 87 por ciento de aceptación; otros, para ver qué puede hacer en adelante.


Este trabajador, que perdió un dedo en un accidente de trabajo cuando era muy joven, llegó a uno de los empleos más importantes y complicados del mundo. Cuando inició su campaña muchos supusieron que ganaría, pero pocos apostaron a que lo haría bien. 

Estos pocos, por supuesto, correspondían a la clase dirigente de un Estado enorme, pues la gran mayoría, como sucede siempre, espera más bien con el corazón que con la cabeza. Esta esperanza, nacida de la desesperanza permanente, no siempre conlleva una elección acertada.


Lula aplicó medidas inesperadas para un político de su extracción: venido de una izquierda revolucionaria, fogueado en las luchas sindicales, pensó más en Mandela que en Lenin al momento de llevarlas a cabo.


Claramente definió que el camino que llevaría a que el Brasil se enrumbara en un camino ascendente, no suponía un enclaustramiento al estilo de los Jemeres Rojos de Pol Pot, que llevó a la destrucción de Cambodia. Se abrió al mundo.


Por supuesto que Lula ha tenido detractores, y muy fuertes, y     que su política exterior causó escozor en los pasillos de Planalto. Sin embargo, muchas de sus virtudes son las de un demócrata inesperado que aplicó, en la práctica, conceptos no comunes entre los gobernantes: escuchar a los demás, dejar de suponer que los cortesanos que le rodean dicen siempre la verdad, despojarse de actitudes mesiánicas, aceptar que puede equivocarse y, sobre todo, rectificar.


Lula, sobre todo, no perdió una de sus características: la humildad. La acentuó aún más, cuando tenía todo a su alrededor –prestigio y poder- para perderla.


Esta condición, tal vez inherente a los brasileños, lleva a que aceptemos cualquiera de sus referencias a lo “mais grande do mundo”, como algo natural y no pretencioso. Tal vez el apoyo enorme que tiene su equipo de fútbol proviene de lo mismo: su innegable y arrolladora calidad, mezclada con una condición humana que les acerca al más pequeño de los hinchas.


Lula dará más que hablar en el futuro, pero ya ha dejado bastantes  enseñanzas.

domingo, 23 de enero de 2011

Gran Colombia, entre Tarqui y Juan Montalvo

He recibido un libro que me ha enviado Juan Tama. Es la obra “Poesía”, escrita por Inés Márquez Moreno, su madre.

Al instante han vuelto los recuerdos de la calle en que, frente a la casa de mis abuelos, vivía el doctor Ricardo Márquez, abuelo de Juan, a quien recuerdo siempre elegante, con traje oscuro y chaleco.

Inmediatamente, en la casa del lado, estaba la del doctor Mogrovejo y sus hermanas. El doctor Mogrovejo era, o así creo, boticario y utilizaba lentes redondos y siempre un sombrero. Hoy su casa está ocupada por una tienda de chocolates.

Vivía en la misma calle la familia Dávila, la de Jorge, en la que siempre estaba el recuerdo del faquir César Dávila Andrade, muerto ya en lejanas tierras.

Como buen barrio que se precie, había una tienda en la esquina, la de la señora Chérrez, en la que aprendimos a comer la cosa más amarga y más dulce de este mundo: el tamarindo, y en la que fiábamos los cromos de los álbumes que se vendían en esa época, llenos de animales y grandes peces. No se estilaba hacerlos de futbolistas.

Lejos, como a dos cuadras, estaba la antigua escuela y la Iglesia del Cenáculo y, por el otro lado, los sánduches de La Fama en la esquina en que, en 1961, se construyeron barricadas que atrincheraron a los cuencanos, amotinados para “tumbar” a Velasco Ibarra. Por supuesto, lo lograron.

Alguna vez, en otra tienda, en la que guardaban banano, vimos asustados a una culebra de la costa, que había venido entre las cabezas de guineo y causaba zozobra entre todas las vecinas. En el mismo lugar vendían un manjar incomible: guineos congelados.

Hoy la calle no es la misma, pero las sombras están allí mientras las recordemos: Gran Colombia 12-71, teléfono 2754.

Todo esto ha vuelto en un instante de mano de uno de los versos de Inés Márquez:

“Son tantos los recuerdos/Que me abrazan/ Cual fueran seres vivos... / Y se aparecen de pronto/ En mi camino/ Como que se salieran por la puerta/ Zumbando cual las moscas/ Por la noche ...!”

Gracias por este libro que trajo al presente, además de la poesía, rostros olvidados por mucho tiempo.

El Tiempo, 12 de enero de 2011