miércoles, 30 de marzo de 2016

Patio, traspatio y huerta

Una casa cuencana, de esas que se encuentran en el centro de la ciudad, contaba con patio, traspatio y huerta.

Cada espacio tiene su razón de ser y su uso particular: un zaguán lleva al interior de la casa desde la puerta de la entrada, que se abre y cierra con una llave de canuto. Por la parte interior una aldaba protege de la entrada de extraños en la noche. Después está el patio, con la grada que lleva al segundo piso.
El enamorado, que había pasado meses visitando a su novia en la puerta de entrada, sentía que las cosas iban adelante cuando le invitaban a pasar al patio. Subir la grada, al salón del segundo piso, supone una virtual aprobación del carácter casi oficial de la relación.

El patio tenía plantas de jardín cuidadas por esmero por la dueña de casa. A veces contaba una fuente, que casi nunca estaba en uso, hecha de mármol de la zona. 

Había una banquita para tomar el sol mientras se lee el periódico y las habitaciones lo rodeaban iluminándose en las mañanas de junio, cuando un sol pálido ingresa por el gran espacio central que enmarcan los techos.

El traspatio iba más allá: zona vedada para extraños, guarda todo lo que en la casa se usa una vez al año. En alguna habitación estaban las ollas para los tamales y la fanesca, y la tina de baño de madera que servía para recibir la ropa que venía del viejo lavador donde reposa un jabón azul añil.
Está, en una de sus esquinas, un cuarto cerrado, de esos que asustan a los chicos. Todo lo que sirve y todo lo inservible se encuentra allí. 

Un pequeño callejón lleva a la huerta: el paraíso privado de la vieja casa, donde están el árbol de higos, la piedra de hacer melcochas y el cantero de hierbas medicinales. Allí cantan al amanecer los gallos de pelea, esperando la traba que les llevará a enfrentarse. La tapia de adobe, vieja y casi derruida, divide este mundo de la ciudad. Los niños pueden jugar en los charcos y tener un conejo que, como tiene nombre, jamás irá a parar a la olla. 

 “El paraíso es la infancia”, pero es un paraíso que duró muy poco, solo el tiempo que tomó recorrer patio, traspatio y huerta.

Publicado el 30 de marzo de 2016
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/12123-patio-traspatio-y-huerta/

miércoles, 23 de marzo de 2016

Fotonovela

Tengo un amigo que salió una vez en una fotonovela. Llevaba la revista en en el bolsillo de atrás del pantalón y la mostraba a todas las chicas que encontraba. En el fondo todos los demás le teníamos algo de envidia pues salir en una fotonovela en condición de galán no estuvo jamás a nuestro alcance.

Había sido escogido entre muchos por la publicación guayaquileña para que fuera fotografiado con unas guapas modelos en plan romántico. Este amigo, bien parecido, era lo más cercano a un actor de cine que habíamos visto y casi se codeaba con Ryan O’Neal, el de “Love Story”. 

Por supuesto, como toda fotonovela, la trama era más bien simple: el galán debía luchar por el amor de la muchacha en feroz combate contra una sociedad que no aceptaba la diferencia de clases entre los dos. Nuestro amigo era, sin embargo, el pudiente, el “noble” o conocido. Ella, guapísima, era la muchachita de  barrio que había sacrificado todo para llegar a donde estaba. 

Tratándose de una fotonovela, nuestro amigo no hablaba. Sobre su cabeza aparecían unos globos con frases hechas por otros, que mostraban una conversación basada en lugares comunes. Pero eso no importaba mucho: lo que realmente importaban eran las miradas que él lanzaba y que ella correspondía.

La fotonovela estaba publicada en blanco y negro. Habría sido muy caro imprimirla a “full color” y en mejor papel, pero se vendía muy bien. Estaba en el portal del Parque Calderón donde el señor Sánchez, en El Palacio de la Suerte Monsalve y en otros lugares de la ciudad. Se vendía también dentro de los buses interprovinciales y una vez me la ofrecieron a la salida de Guayaquil, en la plaza Victoria.

¡Había que ver quienes suspiraban por mi amigo! No solamente las quinceañeras cuencanas, también lo hacían las chicas del parque Seminario, en Guayaquil, en la avenida Amazonas de Quito y en Bahía de Caráquez. ¡Un éxito nacional!

Mi amigo no hizo carrera como actor de fotonovelas. No le interesó o no le llamaron más. Sin embargo la fama se mantuvo a lo largo de los años: los que vivió en Cuenca y después. Hoy aparece como abuelo en el Facebook, mostrando orgulloso a los nietos. 

Pasados 40 años mantiene la fama de ser el único de la jorga que estuvo en una fotonovela. 

Publicado el 23 de marzo de 2016
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/12095-fotonovela/

miércoles, 16 de marzo de 2016

Cuenca ciudad abierta

Pasan tiempos difíciles en el centro de la ciudad: está abierta, como si hubiese sido bombardeada, con zanjas que semejan trincheras de una primera guerra mundial que pasó hace un siglo y en la que se usaba gas mostaza y había lodo en cantidades.

Recorrerla hoy no es fácil. Recuperarla en un paseo que permita ver sus antiguas casas, con sus balcones y las calles empedradas deberá esperar. 

Pero hubo un tiempo en que esta misma ciudad tenía esas mismas casas con su patio, su traspatio y su huerta como lugares vivos.  Sitios en que la convivencia cotidiana se mostraba tal como era, simple y sujeta a horarios que iban de ocho a doce y de dos a seis.

Los chicos de la casa caminaban a la escuela que no estaba a más de cuatro cuadras; no iban en vehículo, que no era necesario. La abuela, acompañada de una muchacha, podía visitar la iglesia, también cercana, que era como si fuera suya. ¡Cómo no iba a serlo, si allí estaba la virgen de su advocación, o el Señor de la Buena Esperanza, o santa Rosa de Lima!

Cuando el padre no estaba lejos, en alguna propiedad agrícola de la que provenía el dinero escaso pero suficiente para el sustento familiar, podía reunirse con sus amigos en la botica de la esquina o en el parque Calderón: reuniones sólo de hombres para hablar de la política local y nacional, sin mencionar casi nunca los problemas personales, que había y eran muchos. Los varones no están para ir contando sus pequeñas o grandes penas a los amigos, aunque sean muy cercanos.

A la media mañana la empleada doméstica salía a la plaza –que tampoco estaba lejos- para las compras del día. Si iban a ser muchas, llevaba una canasta grande, de ésas que se atan a la espalda con el pañolón para que sea más fácil de cargar. Si eran demasiadas, siempre encontraría un cargador con una carretilla de madera para que acompañara de vuelta a casa.

Las madre llamaba a comer  a la hora en punto. Comida de  diario, de ésas que incluían un locro de papas o de porotos, un plato humeante de mote pelado y arroz con huevo frito. No se pensaba en el colesterol ni existían transgénicos. Era, en resumen, una comida sana.  ¿Quién sabía lo que era una hamburguesa?

Esos tiempos que se han ido no volverán jamás. Esperamos que la ciudad vuelva, cerrando sus zanjas, esas heridas que la modernidad ha causado y que nos duelen a todos.

Publicado el 16 de marzo de 2016

http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/12067-ciudad-abierta/

miércoles, 9 de marzo de 2016

¿SOLCA? No es importante ...

El cáncer es una enfermedad a la que todos tememos. Tememos por nosotros mismos, por nuestra familia y por nuestros amigos. Todo lo que se pueda hacer por luchar contra esta terrible enfermedad es bienvenido, más aún si conocemos que, tratada a tiempo, es curable en muchísimos casos.

SOLCA atraviesa por una muy difícil situación económica que puede llevar a su paralización con  el terrible riesgo de que los pacientes que se encuentran en tratamiento dejen de ser atendidos y los nuevos no puedan iniciarlo.

Se ha dicho que SOLCA es una institución privada y que no tiene derecho a recibir fondos del Estado. Sobre ésta y otras aseveraciones infundadas y crueles caben varias precisiones: el Congreso ecuatoriano en el año 1953 por medio de un decreto legislativo encargó a la Institución “la conducción de la campaña anticancerosa en todo el país”. Fue, en consecuencia, el Ecuador quien escogió a SOLCA y le entregó una enorme y noble responsabilidad.

En nuestra ciudad SOLCA peregrinó por diferentes locales: estuvo en la Cruz Roja, bajo las gradas del Hospital Regional, hasta que un gobierno, de ésos que que hoy son tan denostados, creó un impuesto a los créditos bancarios que lo pagaron los ciudadanos. El dinero se entregaba de manera directa a SOLCA.
Este enorme apoyo de la gente permitió que SOLCA diera un salto enorme: en nuestra ciudad se construyó un hospital con los más altos estándares, se adquirieron los mejores equipos, muchos médicos fueron enviados con becas a especializarse en el exterior. El Instituto del Cáncer de SOLCA se convirtió en un centro médico de referencia nacional e internacional.

El actual Gobierno dispuso que el impuesto a las operaciones crediticias se suspendiera. Lo hizo en el año 2008, disponiendo que SOLCA reciba desde ese momento un valor del presupuesto del Estado. Este sistema, a más de crearle una carga adicional al país, ató a SOLCA a la burocracia gubernamental. El Código Monetario Financiero, aprobado en 2014, volvió a crear el impuesto del 0,5 por ciento a las operaciones crediticias, pero el dinero ya no va a SOLCA sino al Ministerio de Salud. Por su parte el Estado ha pedido a SOLCA que atienda a los pacientes enviados por este Ministerio y por el IESS. Lo hace porque sabe que están en las mejores manos.

Hoy SOLCA no recibe a tiempo ni el valor del 0,5 por ciento ni los pagos del Ministerio ni del IESS. En el primer caso el dinero viene de los ciudadanos, no del petróleo; en el segundo, de servicios que ha requerido el propio Gobierno. ¿La sobrevivencia de SOLCA, una pregunta sin importancia? 

Júzguelo usted mismo.

Publicado el 9 de marzo de 2016
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/12039-a-solca-no-es-importante/

miércoles, 2 de marzo de 2016

La azotea de Apple

Hace frío esa mañana en Londres y sopla el viento. Abajo se oye el tráfico permanente y la gente camina por la calle a prisa, tratando de no perder el tiempo.

El edificio tiene cinco pisos y una terraza. En ésta el utilero que les ha acompañado durante muchos años ha terminado de armar los parlantes. Los micrófonos están de pie. Mira al cielo encapotado y espera que no llueva.

Se abre una pequeña puerta y en ella aparecen algunas personas: el más visible es Ringo que usa un impermeable rojo. Lentamente salen los demás: John, George, Paul. 

Mal Evans les entrega los instrumentos: el bajo Hoffner, la guitarra rítmica y la guitarra prima.
Ringo se ha sentado ya en el taburete de la batería y tiene los palillos en las manos. Se escucha “one, two, three, four” y los Beatles empiezan el que sería su último concierto en vivo.

Está muy lejos la presentación en Candlestick Park, San Francisco, el 29 de agosto de 1966: han pasado tantas cosas en tres años que el grupo es otro. La música de los últimos álbumes no se parece a la de los discos de los años 63 ó 64. El rock ha dado un salto gigantesco y se ha alimentado de fuentes impensables: quién habría esperado que se usara un sitar hindú,  o que una orquesta completa eleve la nota desde lo más bajo hasta lo más alto, y la sostenga allí hasta que el golpe de la tecla de un piano se vuelva inaudible.

Los Beatles están cansados. Quieren volver a las tres guitarras y la batería. En seis años han creado la música más increíble, han producido éxitos a camionadas y se han refugiado en el estudio, porque es imposible tocar en vivo, cuando los gritos de las fans no permiten que se oigan las canciones.

Paul arranca con Get Back. El estribillo parece premonitorio: “Vuelve, vuelve a donde perteneces...”
La City se paraliza. La gente mira hacia arriba y poco a poco empieza a formar grupos. Un individuo flemático, con bombín y pipa, trepa por unas escaleras metálicas para acercarse más.

Londres oye, pero no ve, el último concierto de la banda. Es el 30 de enero de 1969. Nunca más volverán a tocar los cuatro juntos. 

Publicado e 2 de marzo de 2016
http://www.eltiempo.com.ec/noticias-opinion/12011-la-azotea-de-apple/